lunes, 23 de septiembre de 2013

‘NO SABEN VIVIR SIN SU MUERTE E LAS AGENAS’: APOSTILLAS AL V CENTENARIO DEL DESCUBRIMIENTO DEL OCÉANO PACÍFICO

NO SABEN VIVIR SIN SU MUERTE E LAS AGENAS’: APOSTILLAS AL V CENTENARIO DEL DESCUBRIMIENTO DEL OCÉANO PACÍFICO


                                                                                                              Antonio PÉREZ
                                                                                  beltranp@arrakis.es

1. BALBOA

Princesas indias, perros y blasones
Santa María de la Antigua del Darién (1510-1524)
            El ‘descubrimiento’ de la Mar del Sur (25-29.septiembre.1513)

2. PEDRARIAS


3. FERNÁNDEZ DE OVIEDO, LAS CASAS Y UN POCO DE ANDAGOYA

La utopia christiana
La sodomía como justificación del genocidio

4. ACTUALIDAD
           
            En Panamá
            En Colombia


RESUMEN.- A través del ejemplo de la disputatio entre Balboa y Pedrarias, se enfatiza el papel que juegan las peripecias personales en las tareas de los Cronistas de Yndias e historiadores subsiguientes. A continuación, se analiza cómo algunas anécdotas –sobre perros de guerra, princesas indias y fundación de ciudades- influyen en la construcción de los imaginarios adjudicados a los protagonistas de la primera Invasión de Tierra Firme, destacando después el papel medular que tuvo la represión contra los indígenas ‘sodométicos’. Se opta por la neutralidad en las disputas entre los Invasores y se concluye con referencias al lugar que ocupan en la actualidad algunos sitios claves en el ‘descubrimiento’ del océano Pacífico.

Palabras clave: historiografía personalista, indígenas Cueva, Invasores, siglo XVI, istmo de Panamá.

ILUSTRACIONES



Los siguientes párrafos utilizan como pretexto la guerra entre los Invasores Vasco Núñez de Balboa y Pedrarias Dávila pero no entran exclusiva o directamente en ella sino que la derivan hacia el harto conocido conflicto entre sus principales historiadores, Fernández de Oviedo y Las Casas. Podría decirse que tratamos aquí de otra disputatio de parecido orden teórico al de la famosa Las Casas-Sepúlveda pero a la que tenemos que añadir ahora las connotaciones sangrientas propias de las innumerables guerras civiles entre los Invasores de las Yndias: pizarristas versus almagristas, Cortés versus Olid o también, para ceñirnos al ámbito histórico-geográfico en el que nos moveremos en esta ocasión, incluso Andagoya versus Belalcázar.

Este marco geográfico abarca la parte oriental del istmo de Panamá –algo más extenso que el Darién administrativo actual pero sin salir de la república panameña- y, en lo que hoy es Colombia, el Chocó septentrional y Urabá. El marco temporal ocupa la primera mitad del siglo XVI centrándose en el primer cuarto de siglo. Los indígenas que ocupaban aquellas tierras al comienzo de la Invasión eran “los de la lengua de Cueva” (Romoli, op. cit.) mientras que hoy son Dule/Tule (antes, “cunas”; Dule en Panamá, Tule en Colombia) y Emberá-Wounaan (antes, “chocoes”)

Una cuestión previa sobre el abuso historiográfico del personalismo/individualismo/intimismo: quizá por haber crecido en el tardofranquismo y por haberlas padecido largos años -pues no de otra manera se entendía la Historia en aquellos tiempos caudillistas-, tenemos alergia a las interpretaciones históricas ad hominem. Correlativamente, nos molestan las descripciones psicologizantes de los Próceres actuales -en otras palabras: de los hombres públicos que nos asaltan todos los días con sus retratos sólo nos interesa su actividad pública-. Ahora bien, estos defectos de la vida política común tienen una de sus raíces en los historiadores; por lo tanto, ¿y si intentáramos comentar las peripecias de la primera incursión duradera en Tierra Firme teniendo muy en cuenta las peripecias personales de sus primeros cronistas? Devolver la falsa monea ad hominem a los historiadores que tanto han mercadeado con ella, ¿nos ayudaría a entender mejor porqué la Historia Oficial se ha mantenido a través de los siglos? No lo sabemos con certeza pero, en cualquier caso, en el trayecto obtendremos por pasiva una pequeña ganancia: no nos enlodaremos huroneando en las intimidades de los actores de la tragedia que se desarrolló en el istmo de Panamá, un tema éste de lo privado asaz pernicioso que, además, nos resulta tan superfluo como de arbitraria estirpe. Por ello, estamos ante un ejercicio historiográfico que pretende salir airoso sin necesidad de consultar las fuentes clásicas –por lo demás, casi todas ellas disponibles en internet- sino más bien lo que de ellas ha sobrevivido hasta nuestros días obteniendo algún eco erudito o popular [1] .

Y como hablaremos de cuestiones personales –de los Cronistas y de los Invasores-, parece justo señalar el motivo personal que nos metido en este laberinto. Pues bien, ese no es otro que agradecer con décadas de retraso a dos indígenas Emberá que se tomaran la molestia de introducirnos en el Darién. De no haber sido por ellos, sólo podríamos contar que en Yaviza –la puerta al ‘tapón del Darién’ o el final de la carretera panamericana-, unos gringos hacían teatro de calle y otros gringos exploraban los ríos circundantes uniformados y provistos de instrumentos militares. También podríamos añadir que esa ominosa presencia del ayer se traduce hoy en la estruendosa algarabía característica de la evangelización protestante –por ejemplo, la Fuente de Vida de la Asamblea de Dios-, por no hablar de las encarnizadas tensiones inherentes a la proximidad de la frontera con Colombia, etc. Incluso quizá fuera más apropiado para el tema de hoy releer en nuestras notas de campo que algunos interlocutores nos hablaban sobre la existencia real y verídica de un cercano “cerro que pisó Balboa” en cuya ladera “hay una mina de oro y su entrada está tapada hasta el pecho” -¿actualización de Eldorado, inercia de la leyenda o simples deseos de deleitar al visitante?-. Pero todo ello nos hubiera servido de poco a la hora de aprender lo que realmente nos interesaba: conocer de primera mano cómo los indígenas herederos de aquellos que padecieron a Balboa-Pedrarias mantenían viva la esperanza en un futuro con autonomía comarcal dando para ello a conocer su propia Constitución, la Carta Orgánica del Pueblo Emberá y Wounaan [2] .

En un plano más general e impersonal, recordemos que el istmo de Panamá fue la primera Tierra Firme en ser invadida y colonizada. Por ello, “El Darién fue asimismo un importante laboratorio experimental, en donde se aclimataron muchas “especies” luego difundidas por todo el continente, como el sistema de la encomienda, las normas en el reparto del botín entre los miembros de la hueste, o simplemente fracasaron por no poder adaptarse al nuevo medio, como el Requerimiento del célebre jurista Palacios Rubio… en la frontera del Darién se forjaron en la estrategia de la guerra y en las actitudes propias de una vida de frontera la hueste indiana, que adquirió un protagonismo indiscutible en el origen de la sociedad colonial —una hueste que luego se desparramó a lo largo y ancho del inmenso espacio americano” (Mena 2003: 63-64)

Asimismo, nos interesa la figura de Balboa por la misma razón por la que nos interesaría la de Fernández de Córdoba si miráramos a Nicaragua: por su papel en la conformación nacional de Panamá (comparativamente, menor en Nicaragua que en Panamá, ver nota nº 18) Es decir, porque está relacionado con la antigua o moderna “geopsiquis de una nación” (García, op. cit.) Según la usuaria de esta insólita expresión, la fama nacional de Balboa comienza a partir de “la tardía independencia panameña de 1903. A raíz de dicha independencia, la figura del conquistador se torna en uno de los símbolos de identidad nacional y el nombre de Balboa se convierte en el signo proliferado de lo auténticamente panameño: Balboa es el puerto canalero en el Pacífico, es la máxima condecoración otorgada en el país, es la estatua-monumento del héroe nacional, es el símbolo de la moneda de Panamá, es el nombre de una cerveza popular, es incluso parte de un estribillo de carnaval” (ibid: 461)

Suponemos de partida que los cómo, porqué y a través de qué un personaje proveniente de un pueblo como el extremeño, obviamente alienígena a Panamá, ha llegado a convertirse en El Prócer de esa nación, exige un proceso en el que necesariamente han de confluir factores heterogéneos siendo los principales: lo colectivo y lo individual (cómo), los intereses más oscuros de las élites de metrópolis y periferias (porqué) y, desde luego, las leyendas oral y escrita (a través de qué).


1. BALBOA

El extremeño Vasco Núñez de Balboa (1475-1519), el Adelantado de la Mar del Sur, es uno de los Invasores con fama popular, no de haber sido un hábil batallador –léase, cruel-, sino de haber triunfado en su ‘colonización’ merced a su mano izquierda para con los indígenas o bien gracias a haberse aprovechado de las disputas entre ellos [3] . En sentido contrario, aquí suscribimos la siguiente crítica: “Se le atribuyó en cierta ocasión el éxito de Núñez de Balboa en sus correrías por el Istmo a la política de atracción y tolerancia desarrollada con los cacicazgos indígenas con los que entró en contacto. Me resisto a aceptar esta opinión que con gran mimetismo ha sido difundida hasta la saciedad, acrecentando así la leyenda glorificadora del héroe Núñez de Balboa para contraponerla con la de su rival el maligno Pedrarias Dávila” (Mena 2003: 49) Citando a Mártir y a Las Casas, esta autora añade algunos ejemplos de las matanzas del Adelantado, reconocidas por él mismo:El mismo Núñez de Balboa escribió en una misiva a Colón que ya “había ahorcado a treinta caciques y había de ahorcar cuantos prendiese” (ibid: 50)

Por nuestra parte, agregamos que es posible que esta ‘buena fama’ sea simplemente la otra cara que necesitaba la leyenda negra -fraguada por el empresario y cronista Fernández de Oviedo- de Pedrarias, su suegro y verdugo; dicho sea sin olvidar el aporte sentimental que para su hagiografía supone su decapitación o martirologio. Por ello, quizá convenga detenernos en averiguar cómo fue posible que un esclavista que, para escapar de sus acreedores en La Española llega a Tierra Firme como polizón, en un santiamén ascendiera a Conquistador Oficial, “el primer caudillo del Nuevo Mundo que sin status legal se convirtió en dirigente mediante su capacidad de ganar partidarios y conservarlos” (Sauer, cit. en Araúz y Pizzurno: 24)

Sea como fuere, la fama de este “primer caudillo”, como toda fama culta o popular, se sustenta en algunas anécdotas de fácil recuerdo y rutinaria repetición. Para el caso de Balboa, hemos seleccionado varias, algunas están implícitas en la vanagloria de su arte marcial como ocurre con sus dizque olvidados perros de guerra y con su combate a la sodomía –este último lo veremos en otro acápite-; y algunas otras son explícitas e incluso piezas maestras en la abierta propaganda balboísta –su éxito entre las indígenas, la fundación de una capital y el descubrimiento de un mar-. Veamos si tienen fundamento unas y otras.


Princesas indias, perros y blasones

Algunas de las leyendas populares que rodean la figura de Balboa abarcan desde a), por activa, el manoseado mito de la princesa india, hasta b), por pasiva u ocultamiento, el no-mito del enorme mérito bélico, superior al de los caballos, de los perros ‘amaestrados’ –eufemismo por ‘entrenados para matar’-; sin olvidar c) su contrapeso heráldico.  

a) Las princesas indias. Al igual que todo aventurero que se precie, si hemos de creer a algunos autores dudosos, Balboa tuvo una novia que, huelga añadirlo, era princesa y estaba muy enamorada del extremeño [4] . Ahora se la conoce por el nombre de “Anayansi” pero su existencia y no digamos las entretelas de sus amoríos, deben ser puestos en duda puesto que el único nombre femenino que aparece en las crónicas es el de Fulvia. En cuanto a la elusiva Anayansi, es “una figura femenina cuya veracidad histórica ha sido cuestionada por muchos historiadores panameños en vista de que la misma carece de un nombre en las crónicas y de que Balboa nunca la menciona; la existencia de esta figura histórica sólo se indica en las crónicas como hija del cacique Careta que fue regalada a Balboa”. Pese a ello, “el personaje de Anayansi aparece, como compañera del Adelantado y con dicho nombre, por primera vez en un libro de 1926 titulado Caciques y conquistadores del nicaragüense Salvador Calderón Ramírez”. Poco después, “en 1934, Méndez Pereira publica un libro titulado El tesoro del Dabaibe”, en el cual Anayansi reaparece, ésta vez en toda su gloria. “Según el historiador Marcos A. Robles, es probable que dicho nombre tuviera un origen colectivo producto de alguna tertulia o conversación informal en el Café Coca Cola, lugar donde se reunían los intelectuales de la época durante los primeros años de la República” (García: 463-468; para otra fuente que cree en la existencia de Anayansi, ver Las Casas, en Lucena: 52) [5] .

Naturalmente, al amor de la princesa por el invasor se le exige alguna prueba. No hay problema, la historia oficial está plagada de incidentes en los que la india buena traiciona a su pueblo arrastrada, sin ninguna duda, por su pasión amorosa internacionalista. La historia del Darién y del istmo no podía ser menos [6] .

b) Los perros. Balboa fue dueño de Leoncico, hijo del famoso Becerrillo, “de color bermejo, y el bozo, de los ojos adelante, negro; mediano y no alindado; pero de grande entendimiento y denuedo” (Oviedo, cit. en Piqueras: 192), el perro que Ponce de León llevó a Puerto Rico y al que correspondía parte y media en el reparto del botín como reconocimiento de que su eficacia bélica era similar a la de un ballestero. Según Oviedo, Becerrillo gozaba de tal instinto (asesino) que “entre doscientos indios sacaba uno que fuese huido de los cristianos… e si se ponía en resistencia e no quería venir, le hacía pedazos… e a media noche que se soltase un preso, aunque fuese ya una legua de allí, en diciendo ‘Ido es el indio’ o ‘Búscalo’, luego daba en el rastro e lo hallaba e lo traía” (Oviedo, cit. en Lucena: 17)

Su hijo Leoncico era un perro de indias, en el doble sentido de aperreador de amerindias y de nacido en Yndias, y “era tan temido de los indios, que si diez cristianos iban con el perro, iban más seguros y hacían más que veinte sin él” (Oviedo, cit. en Piqueras: 192) “Perro bermejo de hocico negro y mediano”, murió envenenado, no por flechas indígenas como su padre, sino probablemente por veneno de algún español enemistado con Balboa.

Además, según nos recuerda un autor contemporáneo citando a un cronista ‘menor’ que presenció los avatares que hoy nos ocupan, “Pascual de Andagoya en una de sus expediciones hacia la región del Istmo, vio numerosos indígenas que habían sido capturados por los cristianos, “atados en cadenas, de cerros en cerros y de tierras en tierras, como apatas acarreando el oro que hurtaban a los otros; y después los daban de comer a los perros como si fueran venados” (cit. en Bueno: 189)

No podemos olvidar que los perros hicieron algo más que combatir: también representaban el penúltimo recurso alimentario, siendo el último el canibalismo y en verdad que en múltiples ocasiones hasta él se llegó [7] . Ejemplo de culinaria canina: “en la expedición al País de la Canela por el gobernador de Quito, Gonzalo Pizarro, fue donde más perros peninsulares se sacrificaron, hasta un total de novecientos como cuenta Cieza de León, “sin que se perdiese parte ninguna de sus tripas, ni cueros, ni otra cosa, que todo por los españoles era comido” (ibid: 186) ¿Y cuál fue su paga?: a pesar de que salvaron a los primeros invasores, una vez consolidada la primera fase de la usurpación, los que antes fueron imprescindibles máquinas de guerra se convirtieron en vulgares chuchos cimarrones. Desde la Corte se dictó su prohibición dizque por el daño que hacían al ganado e incluso a los mismos invasores [8] .

Para finalizar con esta parte de la etología bélica, conviene citar el siempre olvidado punto de vista amerindio; para los indígenas, los perros de los invasores inspiraban terror porque,

“son enormes, de orejas ondulantes y aplastadas, de grandes lenguas colgantes; tienen ojos que derraman fuego, están echando chispas: sus ojos son amarillos, de color intensamente amarillo… Son muy fuertes y robustos, no están quietos, andan jadeando, andan con la lengua colgando” (informantes de Sahagún, Códice Florentino, lib.XII, caps III y IV; cit. en Piqueras: 188) [9] .

Este terror marca la diferencia entre perros y caballos. Los caballos fueron un arma de guerra psicológica –léase, suntuosa, espectacular- pero, para la guerra real –léase, el terror puro-, fueron más utilizados y más eficaces los perros. Dos ejemplos geográficamente cercanos: a) después de invadir con sus perros a ritmo de blitzkrieg el istmo y el Darién, las huestes españolas marchan hacia el Occidente mejor apertrechadas pues han recibido caballos. Pues bien, los indígenas les ceden el paso pero apenas logran oro o esclavos; es decir, no conquistan o conquistan a un ritmo menor: “pasamos por ellas sin recuesta de guerra, porque llevábamos dos caballos, que entonces no había más en la tierra, e íbamos ciento e cincuenta hombres” (Andagoya: 193); b) cuando la guerra es entre españoles, aumenta la inutilidad de los caballos hasta el punto de que la mortandad entre los équidos se hace muy superior a la humana, como ocurrió en las entradas a Nicaragua, donde sucedieron “las batallas entre cristianos en las que Hernando de Soto perdió 130,000 pesos de oro, y “murieron ocho hombres y treinta caballos” (Mejía: 26)

c) Los blasones. Frente a una Invasión trufada de leyendas rosas y de truculencias caninas, se erige en el grueso de la historiografía oficial el preclaro baluarte de los blasones. En este caso, el de Santa María de la Antigua del Darién, ciudad sin periferia, sede de obispado sin parroquias y puerto sin mar ni muelles. Sin embargo, Santa María tuvo su ejecutoria citadina y hasta un escudo diseñado según cédula real:

“Doy que tenga por armas la dha. cibdad  un escudo colorado e dentro en el un castillo dorado e sobre el la figura del sol e debajo de castillo un tigre a la mano derecha y un lagarto a la izquierda que esten enlazados el uno contra el otro” (Real Cédula, 1515; cit. en Arcila: 37)

Áureo castillo como corresponde a la flamante capital de Castilla del Oro, el Sol del trópico y, como concesión a la fauna local, el exótico señuelo de un baile de jaguares y caimanes. Con menos prosopopeya se ha lanzado más de un proyecto turístico. ¿O se trataba de algo parecido? Dicho así, admitimos que este blasón hispánico cumplía con lo encomendado: atraer inmigrantes para que sirvieran de colonos creyendo que iban de turistas a una tierra de leche y miel. Lemas publicitarios aparte, podemos preguntarnos si el escudo no hubiera sido igualmente atractivo para la masa hispana si se hubiera ajustado a la verdad darienita. Pero quizá no. Un escudo que hubiera mostrado a princesas indias –o, en su defecto, sirenas- bailando con rehalas de lebreles, pese a su hiperrealismo, podría haberse malinterpretado como treta de turcos.

En contraste con tanta magnífica quincalla, en 1511, Balboa también conoció una de las caras más olvidadas –o censuradas- de la Invasión: a los españoles renegados, prófugos, desertores o aindiados. Al parecer, en la tierra de los Cueva o del cacique Careta, el Adelantado encontró a tres compañeros de Nicuesa,

“que cuando éste pasaba en busca de Veragua, temiendo ser juzgado por males que habían hecho, se habían escapado de las naves ancladas… [el cacique] los trató muy amigablemente. Habían pasado ya dieciocho meses, por lo cual los encontraron completamente desnudos lo mismo que los demás indígenas, y cebados como los capones… los alimentos de los indígenas les parecieron en aquel tiempo manjares y viandas regias… habían vivido sin las cuestiones del mío y tuyo, del dame y no te doy, las cuales dos cosas traen, obligan y arrastran a los hombres a que, viviendo, no vivan. Pero eligieron volver a los cuidados de antes” (Mártir, cit. en Izard: 89; otra versión en Lucena: 46-48)


Santa María de la Antigua del Darién (1510/1514-1524)

La pomposamente llamada ‘primera ciudad en Tierra Firme’ fue fundada gracias a la traición que se infligió a ‘los Cémaco’ [10] , incidente que tuvo su apogeo en la tremenda quemazón de sodomitas de la que luego daremos noticia. Su éxito, aunque efímero, se debió a un cambio de estrategia que priorizó el expolio urbano antes que la creación en baldío puesto que “no se elige un emplazamiento nuevo sino que se aprovecha el poblado de los aborígenes allí asentados, utilizando sus bohíos como casas, sus tierras de labor para el sostenimiento de los invasores y todos sus materiales para la edificación de nuevas viviendas” (Mena 2003: 49)  [11] .

Santa María se funda antes del ‘descubrimiento’ del océano Pacífico pero comienza su (corto) desarrollo al año siguiente, cuando el mundillo de los aspirantes a conquistar las Yndias tiene conocimiento de que es toda una ciudad por la simple razón de que tiene escudo oficial. No vamos a insistir en el conocido asunto de los centenares o miles de españoles –los indígenas, incontables- que mueren en Santa María por la inexistente regulación de la afluencia de colonos, por la insalubridad de sus ciénagas, por el acoso de los indígenas y por un largo etcétera de motivos a cual más previsible. Pero vamos a mencionar algunos detalles de su fama imperecedera que alcanzan los espacios de la sociología política y de la historia popular.

Si antes hemos fantaseado sobre un hipotético blasón maliciándonos que alguno podría haberlo entendido como “treta de turcos”, ahora nos toca añadir que, otra de las particularidades de Santa María, la inmediata convocatoria a cabildo abierto, no fue ninguna emboscada sarracena sino estrategia de la más pura raigambre castellana. Por aquel entonces, el Cabildo Abierto era una  institución que otorgaba a los habitantes de las villas alguna legalidad en sus decisiones asamblearias y, por ende, permitía una cierta autonomía para la villa -por aldeana que esta fuera-. Por ello, en las Yndias, se constituyó en la razón de fondo para el establecimiento de muchas ‘ciudades’. En Santa María –vale decir, en Tierra Firme-, el primer cabildo abierto fue convocado en 1510, a renglón seguido de su fundación y tuvo como resultado el triunfo de Balboa y la consiguiente defenestración política de su jefe y benefactor –no le había abandonado en un islote desierto cuando le descubrió de polizón en su barco-, Martín Fernández de Enciso. ¿Qué influyó más en esta rebelión de los colonos?, ¿el famoso carisma de Balboa o que el bachiller Enciso había prohibido bajo pena de muerte el rescate (trueque) de oro a costa de los indígenas? [12] .

Es decir, independientemente de la pompa heráldica, a los inmigrantes les interesaba vivir con algún grado de autonomía, así fuera por razones que bordeaban lo inconfesable. Ello debió ser una de las razones que les ayudaron a soportar la asqueluznante (Eduardito dixit) insalubridad física y social del sitio escogido, tan lejos del mar como cerca de indígenas discrepantes, tan lejos del rey como nutrida de compatriotas indeseables como vecinos, tan lejos de las verdaderas minas de oro –las de Buritica, sur adentro- como rodeado de ciénagas [13] . Lo cuenta el ‘infatigable reportero’ (ver nota nº 1):

“La situación del lugar, enfermiza y pestífera, más perniciosa que el clima de Cerdeña; todos se ponen pálidos como los que tienen ictericia… También es pestilente el lugar por la naturaleza del suelo, por pantanoso que es y rodeado de fétidas lagunas. Más aún, la misma población es un estanque donde las gotas que corren de la mano de los esclavos cuando riegan el pavimento de la casa, de seguida se crían sapos. Además, quiera que cavan palmo y medio, brotan aguas insalubres todas y corrompidas por la naturaleza del río que corre hacia el mar en medio de un valle profundo por álveo perezoso y encenagado… No tiene puerto aquel lugar que dista de las gargantas del Golfo tres leguas y en un camino arduo y áspero para llevar las provisiones desde el mar” (Mártir de Anglería, cit. en Arcila: 50)

En 1522, Santa María fue destruida por los caciques Bea y Corobari y, finalmente, en septiembre de 1524, los indígenas mataron a los tres últimos españoles, Diego de Sosa y familia. La pomposa capital no volvió a ser hollada por ningún personaje. Aun así, siglos más tarde seguía dando que hablar de tal manera que, en 1956, ocurrió un curioso episodio: el rey Leopoldo III de Bélgica visitó Santa María –sus arqueólogos ya habían explorado el sitio en 1948- y realizó algunas excavaciones… hasta que, presionado por la prensa bogotana que temía el saqueo del patrimonio histórico nacional, el gobierno de Rojas Pinilla canceló el permiso que le había concedido poco antes. Expolios aparte y no obstante la preparación de los reales equipos belgas, sus excavaciones “fueron llevadas a cabo por el método de la trinchera y opinamos personalmente que según este procedimiento, se estaba buscando la ciudad con un criterio de monumentalidad que nunca tuvo, ya que sólo se trata de construcciones de madera y palma y a no dudarlo, un poco de ladrillo cocido para el piso de algunas edificaciones” (Arcila: 45; ver también 65, 69) Es decir, si estrambótica fue la aventura arqueológica del egregio Leopoldo (a quien, debemos apuntarlo, la protesta de sus súbditos por su supuesto o real colaboracionismo con los nazis forzó a abdicar obligándole así a pasear por el Darién… y por el alto Orinoco), mucho más estrafalario nos resulta que, en pleno siglo XX, todavía creyera que Santa María fue alguna vez una gran capital.


                El ‘descubrimiento’ de la Mar del Sur (25-29.septiembre.1513)

Espigando la historia oficial del descubrimiento del océano Pacífico podemos llegar a la conclusión de que pocas expediciones de los Próceres de la Invasión estuvieron tan estupendamente preparadas como la de Balboa pues duró menos de cinco meses –salió de Santa María el 01.IX.1513 y regresó a esa misma ‘ciudad’ el 19.I.1514-, no sufrió bajas, “hubiéronse muchas perlas gruesas y medianas y aljófar [pequeñas perlas irregulares]… conchas nácares” (Oviedo, cit. en Lucena: 89), se hartaron de los placeres propios de cualquier soldadesca –aperrear indios y comer ostras-, obtuvieron 2000 pesos de oro y perlas, además de 800 indios naborías [esclavizados] y, lo que es más importante desde el punto de vista de la eficacia exploratoria, llegaron a su objetivo tras una travesía terrestre desde el hoy llamado Sasardí Viejo que duró apenas diez días de los cuales sólo fueron penosas las cinco jornadas que necesitaron para cubrir las diez leguas que mediaban entre los territorios de los caciques Ponca y Quareca. Todo un modelo.

¿Un modelo? Quizá no tanto si atendemos lo que consideramos como dos errores importantes en la planificación de la descubierta:

1) La época del año. Comencemos con el mes escogido para la partida guiándonos por un librito de divulgación: “En realidad fue una decisión precipitada, pues se puso en marcha en pleno invierno tropical, cuando las lluvias inundaban todo el territorio. Es seguro que [Balboa] conocía de sobra las estaciones de la región, lo que induce a pensar que no quiso esperar a la bonanza climática por temor a que sus enemigos fraguaran en España alguna acción que le imposibilitara realizarla” (Lucena: 76) [14] .

2) El itinerario. Más importante que la estación escogida es el itinerario seguido. A este respecto, es obvio que los invasores pudieron conocer la existencia del Pacífico a través de la información evidente en los intercambios que mantenían los indígenas entre uno y otro océano. Ahora bien, si Balboa era tan hábil como para atraer a algunos indígenas a la flamante colonia de Santa María, su presunta habilidad queda en entredicho cuando se observa que siguió un itinerario innecesariamente retorcido. En otras palabras, o bien los indígenas le engañaron o bien algún propósito que nos es desconocido le llevó a hacerse a la mar para comenzar su descubierta desde un puerto (Sasardí Viejo, posiblemente cerca de la futura Acla, el lugar de su ejecución) sito en el territorio de su conocido, el cacique Careta.

Sea como fuere, desde Santa María, Balboa hubiera llegado más fácilmente al Pacífico si, en lugar de dirigirse hacia el Noreste, hubiera partido por vía fluvial hacia el Sur remontando el río San Juan (hoy, Atrato), un río caudaloso que el Adelantado conocía pues lo había explorado hasta más allá de la confluencia con su afluente el río Negro (hoy, Sucio) en busca del Eldorado que encarnaba el Dabaibe (ver infra, #Actualidad. En Colombia). El mejor itinerario hubiera sido descender por el río Tanela –a cuya orilla estaba Santa María- hasta su confluencia con el Atrato, luego remontar este gran río para, bastante antes de llegar al río Sucio, internarse por tierra cruzando la serranía oriental hasta el hoy conocido como Paso de las Letras, una travesía de 30 kms. en línea quebrada por cotas de unos 100 msnm [15] , y allí hubieran visto las pequeñas quebradas que, descendiendo unos 20 kms., confluyen en el río Tuira [16]  que desemboca en el mismo sitio, ya costa del océano Pacífico, al que llegó el Adelantado: el golfo de San Miguel. De haber seguido esta ruta, Balboa se hubiera ahorrado las singladuras por mar, el cruce de la serranía del Darién por trochas que bordean cotas que llegan a los 600 msnm y las cinco jornadas antes referidas. Además, en el mismo Paso de las Letras o lugar cercano, hubiera comprobado que estaba pisando el divortio aquarum, señal evidente de que había llegado a otra cuenca hidrográfica y, por tanto, señal promisoria de la proximidad de otro gran mar. Es decir, las dificultades orográficas hubieran sido menores y el trayecto, más corto. Además, se hubiera mantenido todo el viaje dentro de territorios de indígenas ya conocidos –los Cueva-.

Claro está que todo esto son especulaciones basadas en párrafos etnohistóricos controvertidos y en observaciones de la cartografía actual, dos apoyaturas endebles porque no tienen en cuenta unos factores elementales: las peleas intestinas entre españoles [17] y las no menos oscuras conspiraciones entre ellos y los indígenas y entre los indígenas mismos. Y otro olvido, éste tan frecuente como de distinta índole: a Balboa le acompañaron en esta expedición los consabidos esclavos negros pero nosotros sólo conocemos el nombre de uno, Ñuflo de Olano.


2. PEDRARIAS

El segoviano Pedro Arias de Ávila (no 1440 sino1466 o, más probablemente, 1468-1531), el Gran Justador, el Galán, el León de Bujía, es el villano de la historia oficial [18] . Entre los historiadores del reciente pasado, tan sólo Álvarez Rubiano y Mena (ver Bibliografía) se han atrevido a estudiarle críticamente pero su esfuerzo no tiene apreciable continuidad [19] . En cuanto a su historia personal, hay que comenzarla con su antepasado Diego Arias Dávila, puesto que la sangre de los abuelos influía decisivamente en la vida de sus nietos –entonces algo más que ahora-. Don Diego era un judío [20] de extracción humilde; sin embargo, Arias Gonzalo, hijo del Gran Justador, fue el primer conde de Puñonrostro [21] . Pedrarias fue nombrado gobernador de Nicaragua a los 59 años y murió de 63 años. Por tanto, sólo era siete años mayor que su “yerno” Balboa [22] , a quien sobrevivió doce años.

Fernando II el Católico le nombró en 1513 gobernador y capitán general del Darién, que a partir de entonces pasó a denominarse Castilla del Oro. Pedrarias zarpó de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) el 11 de abril de 1514 al frente de una expedición compuesta por 25 navíos y alrededor de 2000 personas [23] . Fue la “primera expedición colonizadora en Tierra Firme” (Álvarez, cit. en Araúz y Pizzurno: 31) aprovisionada para 16 meses (Mena 2003: 39). Ahora bien, en ese año, ¿a cuánto ascendía la población llamémosla ‘española’?: contando vecinos pecheros y exentos, “de tierras solariegas, de caballeros e otras personas legas… de realengo e abadengo, e órdenes, e behetrías” (Alonso de Quintanilla, censo de 1482), para los alrededores del año 1500, podemos aventurar una cifra de menos de siete millones de personas, incluyendo no sólo Castilla sino también Canarias (población de 38.705 personas en 1587), Catalunya, Valencia y Aragón. Traducido a parámetros actuales, es como si hoy se enviara a las Yndias un contingente de 13.000 invasores.

Obviamente, una expedición así no era sólo de carácter militar. Por el número de sus pasajeros y, sobre todo, por el matalotaje descrito en la matrícula de los barcos, comprendemos que uno de sus propósitos era conseguir la aclimatación del cereal castellano. Que ello se intentara por medio de violencias sin límite, es una paradoja pero no cabe duda de que esos métodos llegaron al aperreamiento de los indígenas. A este respecto, dice Las Casas: “Poco después del descubrimiento del Mar del Sur por Balboa, [Pedrarias] Dávila ordenó al capitán segoviano Gaspar de Morales [que conquistase las Islas Teraregui o de las Perlas] Una vez pacificadas las islas Teraregui, Morales y sus hombres retornaron al Darién, no sin haber previamente aperreado por el camino diecinueve caciques, entre ellos Chiruca, que les había acompañado en condición de aliado junto a su hijo” (Bueno: 192-193)

Claro está que Las Casas es terminante siempre que menciona a Pedrarias. Algunos de los epítetos que le dirige son: “infelice gobernador, crudelísimo tirano, sin alguna piedad ni aun prudencia, como un instrumento del furor divino [famoso furor Domini, mil veces citado]… triste e malaventurado… perdido”. Y, en cuanto a sus “hechos nefarios a todas las abominaciones pasadas”, añade:

“despobló y mató… Donde había muy muchos grandes señores, infinitas  y grandes poblaciones… inventó nuevas maneras de crueldades y de dar tormento a los indios… Más oro robaron en aquel tiempo de aquel reino de un millón de castellanos… [pero sólo] enviaron al rey sino tres mil castellanos… y más gente destruyeron de ochocientas mil ánimas… [a un cacique amigo] átanlo a un palo sentado en el suelo, y estendidos los pies pónenle fuego a ellos… tuviéronle de aquella manera hasta que los tuétanos le salieron por las plantas e así murió”.  

Sin embargo, para un autor contemporáneo, “el principal difamador de Pedrarias es Oviedo, pero «Oviedo ejemplificaba todos los males de la codicia», dice Aram [ver Bibliografía]. En Castilla de Oro, Oviedo tuvo cuatro cargos: la escribanía mayor de minas, la fundición y sellado del oro, el marcado de esclavos, y la escribanía pública civil y criminal. Después, agregó el oficio de veedor (supervisor) de las fundiciones de oro. En 1519 fue nombrado receptor de las penas de cámara en Castilla de Oro y regidor permanente del Darién. Luego solicitó y le fue concedido, los cargos de gobernador de Santa Marta y más tarde, de Cartagena. Después de la muerte de Pedrarias fue nombrado cronista real de América y gobernador de la fortaleza de Santo Domingo” (Mejía: 24-25) [24] .

No se puede optar entre un señor de la guerra y un cortesano; en ambos casos se debe imponer la ecuanimidad y ésta nos lleva a la neutralidad. Sin embargo, es raro encontrarlas, salvo en algún pasaje como el siguiente: “En abril de 1515, Balboa, haciéndose eco de las palabras de Quevedo dice «adonde los caciques e indios estaban como ovejas, se han tornado como leones bravos» por culpa de Pedrarias. No obstante que en enero de 1515 Quevedo había asegurado que él y Balboa gobernaban en lugar de Pedrarias porque «el gobernador siempre ha estado malo y el obispo con salud». Por tanto Balboa y Quevedo eran tan responsables de tornar a los indios en leones bravos, al igual que los otros miembros del gobierno de consenso instituido por el Rey” (Aram, cit. en Mejía: 20-21) [25] .

En cuanto a la parcialidad del juez que, poco después, dictaría las sentencias de muerte contra Balboa et allii, conviene saber que “Pedrarias y el Consejo de gobierno aprobaron la exportación de esclavos, pero tres meses después revocaron el permiso. Además, Pedrarias, el obispo y los funcionarios tomaron medidas para contener los abusos en las entradas. Entre el 15 de julio de 1514 y el 20 de junio de 1520 se hicieron 26 entradas [dos por Balboa] Para contener los abusos, Espinosa [Gaspar de, alcalde mayor, máxima autoridad judicial] ordenó someter a juicio de residencia a los capitanes a su regreso de las entradas. Espinosa fue especialmente indulgente con Balboa”. Luego debe descartarse la hipótesis –mudada en tesis ortodoxa- de la especial animosidad del juez contra Balboa pues estamos en el escenario jurídico propio de toda época y lugar: el derecho como mero reflejo de la correlación de fuerzas. O, como escribió el coetáneo Girolamo Benzoni, “donde reina la fuerza de nada vale defenderse con la razón”. En Acla, Balboa era menos fuerte que Pedrarias, simplemente.

Por todo ello y en contra del vicio ortodoxo, “Aram demuestra que en múltiples ocasiones, Pedrarias trató de ser un buen colaborador” (ibid). Incluso esta autora llega a decir que “Pedrarias y Balboa se consideraban padre e hijo a partir del pacto matrimonial”. Y no sólo opina que el Gobernador fue tolerante con su yerno sino también, a su manera, con los indígenas puesto que “la tarea de Pedrarias era apartar a los conquistadores del saqueo y guiarlos hacia las actividades productivas, y para ello la encomienda era la mejor solución, según los jerónimos y Pedrarias”. En el peor de los casos, dice Aram, “Pedrarias puede ser acusado de actuar con lenidad tanto con españoles como con indios” (ibid: 21-24)

En definitiva, “el conjunto de pruebas examinadas en su contexto histórico desmienten las leyendas negra y dorada asociadas a Pedrarias y Balboa… llegaría a ser conocido por su exquisita cortesía. Fue capaz de soportar por años un gobierno de consenso, e hizo constantes esfuerzos para colaborar con sus detractores, incluyendo Balboa, Oviedo y Francisco de Castañeda. Fue un comandante conciliador” (apud Aram, Mejía: 30)

Por otra parte, Andagoya y Oviedo coinciden en calificar de rebelde contra la Corona a Balboa, justificando así su decapitación pero entre estos cronistas hay matices. Por ejemplo, Oviedo narra la ejecución de Balboa y de sus compañeros en la Plaza Mayor de Acla sin perder la ocasión de arremeter contra Pedrarias a través de la añadidura de unos detalles que no presenció y que, además, eran imposibles de verificar incluso por los asistentes a la tragedia: “E desde una casa que estaba diez o doce pasos de donde los degollaban (como carneros, uno a par de otro) estaba Pedrarias mirándolos por entre las cañas de la pared de una casa o bohío” (Oviedo, cit. en Lucena: 124) Y, como guinda del pastel, termina acogiéndose al repetido mito del fiel caballo-que-vuelve-para-honrar-a-su-dueño-injustamente-asesinado: poco después de las ejecuciones, entró en la plaza donde se habían efectuado “un caballo que había sido del adelantado Vasco Núñez de Balboa, e alta la cabeza, a paso tirado e sin pascer ni entenderse a dónde iba, después de haber andado más de cien pasos, llegó al poste donde estaba el pregón o edicto afijado [del juicio de residencia y sus sentencias de muerte], e con los dientes asió del papel dos o tres veces e hízolo pedazos” (ibid).

Hay un dato prosaico y pedestre que, sin embargo, nos puede ayudar a comprender el porqué de la animadversión de Oviedo hacia el Gobernador: el salario de Pedrarias era de 366.000 maravedíes anuales mientras que Oviedo, cuando fue nombrado veedor de minas y fundiciones, sólo pudo conseguir un estipendio anual cinco veces menor: 70.000 maravedíes (Aram, cit. en Mejía: 18) [26] .  

Frente a estas consideraciones materiales poco consideradas, se alzan las exégesis personalistas, tan arriesgadas como deudoras del imaginario de cada época; por ejemplo, en nuestros tiempos la eurocéntrica creencia en un Medioevo brutal e irracional que, afortunadamente, fue superado por un Renacimiento racional e incluso pleno de arte. Estando equivocada la “tradición oral de Occidente” (Vine Deloria Jr. dixit), es ineluctable equivocarse cuando se concluye que “Pedrarias es un hombre que oscila entre las imágenes del caballero y colonizador ejemplares, y las de hombre bárbaro y corrupto; entre el romanticismo caballeresco y la crudeza y realismo militares; entre el “oscurantismo” medieval y la “luminosidad” de la “modernidad” (López: 113) [27] .

Finalmente, nos resta elegir el verdadero artífice de un ‘descubrimiento’: ¿es el que primero divisa el ancho mar y la tierra prometida o bien quien primero la hace fructificar?, ¿a quién debemos condecorar: a los vikingos y vascos que ‘descubrieron’ América o bien a Colón et allii? Traducido al tema de hoy, sin duda fue Balboa quien avistó la Mar del Sur pero quien decidió que la costa del Pacífico era el futuro y aquel que, consecuentemente, fundó sobre ella una ciudad –Panamá- que sirviera de base a futuras exploraciones e invasiones –y bien que sirvió-, fue Pedrarias. En buena lógica bizantina, si se festeja o conmemora el ‘descubrimiento’ del Pacífico, debiera ser Pedrarias quien se llevara los laureles [28] .  


3. FERNÁNDEZ DE OVIEDO, LAS CASAS Y UN POCO DE ANDAGOYA

Puesto que las discrepancias historiográficas sobre el conflicto Balboa-Pedrarias tienen como actores principales a Oviedo y Las Casas, nos centraremos en ellos pero teniendo presente que Oviedo fue actor y testigo presencial de buena parte de las andanzas de los susodichos invasores mientras que, sobre Las Casas, se ha escrito con mucho fundamento que “sus relatos de la conquista de ese territorio, en la Historia de las Indias, pertenecen más a la polémica que a la historia y, redactados muchos años después de los eventos, se equivocan a menudo en cuanto a la geografía y los nombres de esas regiones que no tuvo ocasión de conocer… casi todo lo que refiere sobre los usos y costumbres de los Cueva fue tomado de Mártir y en parte de Oviedo” (Romoli: 20) En cuanto a Oviedo y sus contradicciones ad hominem,

Es la misma persona que exclama: “¡[Q]uién duda de que la pólvora contra los indios es incienso para el Señor!” la que en otras ocasiones juzga con severidad los métodos seguidos por los españoles en su dominio del continente, aunque bien es cierto que con manifiesta parcialidad, pues se deja llevar por las simpatías o antipatías que siente por los protagonistas, sus compañeros del Darién Si Núñez de Balboa es disculpado por su política de alianzas con los jefes aborígenes [en realidad, política de mucho palo y poca zanahoria], por el contrario los relatos sobre la actuación de los capitanes lanzados por Pedrarias Dávila contra los cacicazgos indígenas van acompañados por escenas de horror y crueldad sin paralelo: “Atormentábanlos, pidiéndoles oro, e unos asaban e otros hacían comer vivos de perros, e otros colgaban, e en otros hicieron nuevas formas de torturas” (cita de Oviedo, ver Mena 2003: 63)

Ahora bien, antes de continuar, entendemos que otro de los invasores de primera hora, Pascual de Andagoya, en su calidad de actor y testigo directo merece un breve apunte e incluso una excepción aunque sólo sea porque “puso especial empeño en averiguar las creencias y costumbres religiosas de los Cueva” (Romoli: 135) aunque sus pesquisas le llevaran a una caricatura de la supuesta religión cueva. En una carta fechada en Panamá 1539, este alavés nos informa sobre el poco estudiado tema de los indígenas deportados al Viejo Mundo, un asunto que, si bien no está directamente relacionado con Balboa, lo transcribimos porque nos ilustra sobre la perspicacia humanista de Andagoya –albricias, hay otros Cronistas- y, en general, por ser un tema cuya ausencia en muchas crónicas nos alarma y nos insta a adoptar una postura aún más crítica sobre ellas:

“En Sevilla de dos o tres hombres fui informado que allí había indias del río San Juan [hoy, territorio del pueblo Emberá, en el Chocó colombiano] de las quel Licenciado Pero Vázquez [enemigo suyo, le envió preso a España] dio licencia que trajesen y me trujeron cierta indias con quien yo hablé y parece que les dijeron que dijesen que las habían herrado por esclavas y que eran del río San Juan, y una que habló conmigo, que entendía algo, lo dijo de arte que parecía decir verdad; y ello no fue así porque el Licenciado Pero Vázquez no creo que vido ninguna, ni fueron dadas por esclavas ni por naborías, y queriendo yo aquí pedir el cumplimiento de la Cédula de Vuestra Magestad no hallé en qué, porque todos son muertos sino un muchacho y una india que llevaré por lenguas, y por esto verá Vuestra Magestad  cuan servido es que no se saquen indios de su tierra, porque en sacándoles de su natural mueren todos” (nuestras negrillas; Trimborn: 79)

Una ojeada al memorial de Andagoya, nos permite evaluar el talante de la Invasión tal y como este cronista ‘menor’ lo recordaba y cómo lo redactó en España treinta años después de que sucediera:

[Pedrarias, “el obispo y oficiales”] “comenzaron a enviar capitanes a unas partes y a otras del Darien; y éstos no iban a poblar sino a ranchear y traer los indios que pudiesen al Darien… y traían grandes cabalgadas de gente presos en cadenas, y con todo el oro que podían haber: y esta orden se tuvo cerca de tres años… Todas estas gentes que se traían, que fue mucha cantidad, llegados al Darien los echaban a las minas de oro, que había en la tierra buenas, y como venían del tan luengo camino trabajados y quebrantados de tan grandes cargas que traían, y la tierra era diferente de la suya, y no sana, muríanse todos… Acla en la lengua de aquella tierra quiere decir huesos de hombres… Y de todos, quedaron tan pocos indios que cuando nosotros llegamos a aquella tierra no hubo en ellos resistencia… [los indígenas de “la provincia de Cueva”] Vivían en mucha justicia, en ley de naturaleza, sin ninguna ceremonia ni adoración… guardando el no matar, ni hurtar, ni tomar, la mujer ajena… [tras la decapitación de Balboa y la fundación de Panamá] en breve tiempo no quedó señor ni indio en toda la tierra… [los capitanes de Pedrarias invaden el Occidente] Y siempre por todas estas tierras atando y prendiendo indios… Visto que en el Darien no había indios si no se traían de lejos de otras provincias, y como allí morían todos, se acordó que se pasase a Acla aquel pueblo, y así se despobló… [las mujeres de Nicarao, a sus maridos] hacíanles servir y hacer todo lo que a un mozo podrían mandar; y él se iba a los vecinos a rogarles que viniesen a rogar a su mujer que le rescibiese y no hubiese enojo: esto no era entre generales, sino los que no tenían lo que habían menester…  los que sacaban el oro, se acabó muy gran parte de la gente de aquella tierra, y no las pudiendo sostener, las, despoblaron. Y después, no teniendo de qué se aprovechar de la tierra, comienzan a hacer esclavos de los indios que se revelaban y a apremiar a los señores que les diesen esclavos; y ellos, por no ser maltratados, hacían decir a su gente que lo eran, no lo siendo. Y destos sacaron a vender a Panamá y al Perú muy gran cantidad” (Andagoya: 185-196)

Los capítulos de Andagoya que versan sobre el Istmo se componen de unas 11.000 palabras; de ellas, acabamos de ver que sólo dedica unas 350 a recordar los excesos más notorios de la Invasión. Pese a la contundencia de estos párrafos, que representen sólo un 3% del texto es un indicativo que debe completarse añadiendo que, al igual que sus colegas, este cronista dedica mucho más espacio a las guerras intestinas de indígenas por un lado y de españoles por otro que a la Invasión propiamente dicha.

Volviendo a Las Casas-Oviedo, es materia archisabida la enemistad que creció entre el colono-clérigo-indigenista y el burócrata-historiador. Por mencionar sólo aquellos incidentes entre ellos que tuvieron como escenario el istmo panameño, quizá convenga recordar que: “El mismo Oviedo había sido candidato a una concesión análoga a la de Las Casas. Había pedido y obtenido –según su testimonio- en principio el gobierno de Santa Marta entre la tierra concedida a Las Casas y el istmo de Panamá. Pero en el momento de redactar el contrato, había pedido la concesión de “cient hábitos de Santiago para cient hombres hijosdalgos”… Invitado a justificar esta petición, Oviedo habría respondido “que le parescía único remedio e manera mejor que todas para ser gobernada e poblada la tierra”… Pero se disuadió al rey de aceptar esta sugerencia por miedo a que la Orden de Santiago desarrollara un poder que inquietase a la Corona. Oviedo, que había hecho de esta petición una de las bases de su contrato, no fue gobernador de Santa Marta… Y cuando parece más clara la analogía existente entre su proyecto y el de Las Casas, más se esfuerza en ridiculizar al segundo para dignificar al primero” (Bataillon: 162-163)

“Las Casas decía que Oviedo «era capital enemigo de los indios» y cometía «horrendas inhumanidades» en Castilla de Oro. Sin embargo, Las Casas utilizaba las acusaciones de Oviedo contra Pedrarias como fuente principal para sus ataques. Oviedo era «un hombre resentido, maniático y combativo» con «un temperamento mal equilibrado y una ambición y vanidad desmedidas»”, según Otte (op. cit.) (Mejía: 24-25)

Según Fabregat Barrios, citado por Mejía, “la principal causa de enemistad de Oviedo con Pedrarias fue la decisión de éste último de trasladar el centro del gobierno a ciudad de Panamá, y convertirla en el punto de partida de las nuevas expediciones de exploración. Esta medida causó el despoblamiento de Santa María donde Oviedo estaba obligado a residir por razón de sus cargos. Para aplacarlo, Pedrarias nombró a Oviedo teniente de gobernador de Darién, con lo cual lo colocaba bajo su dependencia directa… [pese a ello] Oviedo logró reunir todos los cargos de minería de Tierra Firme en su persona. Cobraba además un tomín por cada esclavo herrado. En sus primeros diez meses en tierras americanas logró reunir una fortuna de 250,000 maravedíes. Durante su estadía de tres años en Nicaragua, Oviedo comerciaba con perlas, actividad que comenzó en 1521 en Castilla de Oro, explota las minas de oro, exporta esclavos desde Nicaragua a Panamá, e incluso traficaba con artículos sagrados relacionados con la catedral de León Viejo” (ibid)

Sean o no ciertos estos detalles, como intelectual que cuida su imagen futura, Oviedo, que asesinó indígenas en sus ‘entradas’, al menos, a los territorios de Corobarí y de Guaturo (Vargas: 76), descarga su mala conciencia en unos párrafos pseudo-lascasianos que resumen el talante de la Invasión y que, de paso, refutan una vez más el mentecato lugar común de que la moral de entonces no era la de hoy:

“Estoy maravillado y conmigo solo disputando muchas veçes la causa de tan sangrientas historias como son aquestas, e no poco admirado de tan malos fines como han hecho la mayor parte destos gobernadores de Indias… Mas poco a poco concluyda mi disputación (y no poco altercada), hallo que sus trabaxos e castigos e tristes eventos han origen del cimiento de sus cobdicias… No fueron capaces para saber vivir sin su muerte e las agenas, por su poca prudencia o desordenadas cobdicias” (Oviedo, cit. en Bataillon: 290)


La utopia christiana

En su defensa a ultranza de lo que hoy llamaríamos “los derechos humanos” y en aquel entonces “cristianismo”, es harto sabido que los Invasores justificaban sus atropellos achacando a los amerindios prácticas habituales como el canibalismo, el paganismo, el ateísmo, el desnudismo y, en infinita menor medida, la tiranía. Pero postulamos que el pretexto que necesitaba menos excusas y el que, seguramente, recibía más parabienes fue el de extirpar la sodomía. De hecho, al contrario que los otros pecados -que eran susceptibles de corregir, aunque fuera por métodos tan expeditivos como la tortura-, la sodomía se elevó de perversión episódica a perpetua y de transitoria a esencial. Siendo constitutiva de la esencia del indio, no eran posibles ni el arrepentimiento ni el perdón por lo que sólo quedaba la hoguera –y, de paso, la incautación de sus bienes ya que el oro, no solamente non olet, sino que es impermeable al pecado mortal-. Lo dijo un fraile en sentencia muy temprana y bastante conocida:

“Éstas son las propiedades de los indios por donde no merecen libertades: comen carne humana en la tierra firme; son sodométicos más que generación alguna; ninguna justicia hay entre ellos; andan desnudos, no tienen amor ni vergüenza; son estólidos alocados” (nuestras cursivas; fray Tomás Ortiz, ca. 1512)

Aquí entra en juego el horizonte cultural en el que se movían los Invasores, tanto los letrados como los iletrados. Como cabría esperar, dependiendo de la ideología de los autores, en algunas Crónicas y en muchas de sus exégesis las Yndias se representaban como el Averno o, al revés, como como un mundo edénico –léase, rebosante de oro- en el que los indígenas, como “hombres naturales”, cumplían el papel de castellanos perfectos. Visto desde Iberia, dicha perfección alcanzaba su máxima elocuencia cuando los castellanos se asociaban formando un cuerpo místico encuadrado en un sistema político inmejorable que, huelga añadirlo, sólo podía ser la monarchia christiana. Evidentemente, por culpa de las flaquezas humanas, la realidad no se asemejaba en nada a este modelo pero el modelo continuaba siendo válido. Sólo había que encontrar individuos sin flaquezas, por ejemplo, esos seres prístinos hallados plus ultra. Las Yndias podían y debían ser el escenario de la utopia christiana.

Esta concepción se transparenta en Oviedo y en los ‘cronistas menores’ del locus espacio-temporal que hoy nos ocupa. Vistos a través de la exhaustiva lectura de Romoli, encomiamos la escrupulosidad de sus etnografías en todo lo que atañe a la geografía y la cultura material de los Cueva –tan minuciosas que han posibilitado la reconstrucción romoliana de la cultura cueva y los trabajos en parecido sentido de Richard Cooke- pero deploramos sus narraciones sobre la organización social de los Cueva, en especial lo que esta autora transcribe en los capítulos Estratificación social, El sistema político, Sucesión y herencia, Justicia, Religión y creencias (ver Romoli: 116-145) En esta parte de su libro, Romoli –léase, sus Cronistas-, describe el sistema socio-político de los Cueva como si fuera una monarquía feudal castellana en la que los reyes y sus cortesanos fueran realmente nobles y en la que, en justa correspondencia, los súbditos se plegaban gustosos a esa nobleza. La adjudicación en bloque del sistema castellano a la sociedad cueva no merece a los Cronistas ni siquiera una traducción sino que, simplemente, la calcan y la incrustan en el Istmo.

Podemos comprobarlo evaluando el número de términos políticos para los que los Invasores letrados no encontraron fácil traducción por lo que se vieron obligados a mantenerlos en el idioma original. Esta nómina se reduce a quevi (= rey, cacique en las Antillas), tibá (reyezuelos), sacos (nobles), juras (familia real), cabras (hidalgos), espave (condesa) y, en lo médico-religioso, tequinas o sacerdotes. Pero si esta lista es escasa, la que describiría las asambleas, consejos de ancianos, emisarios, ‘defensores del pueblo’ en suma, es nula. No podemos evitar que esta disparidad nos haga temer que, paralelamente, existan extrapolaciones del verdadero sistema cueva al sistema castellano y que éstas sean de distinto signo; y, en efecto, por un lado se entromete una visión aristocrática que sobrepasa lo social para llegar a lo sobrenatural (“solamente las personas nobles tenían almas inmortales”, Romoli: 119) y por otro, irrumpe desbocada una utopía con visos de modernidad (“los caciques no cobraban impuestos”; ibid: 126, apud Andagoya).

El horizonte se enturbia aún más cuando, a una supuesta Castilla Regenerada -que daría el grotesco resultado de un Toledo como una Jerusalén-sur-la-forêt-vierge, se superpone la nefasta manía caracteriológica o mito de los ‘caracteres nacionales’. Por ello, la excesiva lectura de los Cronistas, lleva a Romoli a manifestaciones que rozan el exabrupto máxime cuando hablamos de pueblos cuasi vecinos de los Maya: “entre registrar los fenómenos de los astros visibles, y deducir de éstos un sistema astronómico, hay un abismo que los Cueva (pobres en matemáticas y de temperamento poco especulativo) no habían sabido sobrepasar… la ausencia de construcciones importantes se debía más a la falta de imaginación que a un deficiente capacidad artesana… se duda si los Cueva fueron un pueblo verdaderamente con tendencia hacia el arte” (Romoli: 174, 175, 178) No menos extemporáneo nos resulta leer que “la personalidad de los Cueva antes de sufrir los efectos de la Conquista, era más bien extrovertida, libre de tensiones nerviosas y emotivas, sosegada y jovial” (ibid: 111 y, en general, los varios acápites que, como el titulado Índole, atribuyen a los Cueva un carácter nacional ‘moralizado’ cuando lo que menos nos interesa es que sea positivo o negativo)

Ahora bien, aunque sea confuso y hasta contradictorio, aunque a menudo parezca una mala copia del sueño castellano, en algunas Crónicas el Darién encarnó al Paraíso… pero, todo paraíso necesita un infierno. En las Yndias, en el llamado ‘paraíso de Mahoma’, ese infierno se llamó Sodoma.

La sodomía como justificación del genocidio

Oviedo relata que, después de varios encuentros pacíficos con los indígenas Cueva, Balboa se enfurece por la existencia de sodométicos y, puesto que éstos no confiesan dónde está el oro, decide un castigo general y ejemplar que el Cronista aplaude y hasta le parece necesario en una tierra que sintetiza toda abominación “pues tan nefando pecado allí se usaba por el señor della”:

“Que este cacique Pacra cogía oro en su tierra, y que tenía minas ricas. Y Vasco Núñez le rogó mucho y le halagó porque se las mostrase, y nunca lo quiso hacer; sobre lo cual lo hizo atormentar hasta la muerte, y en fin nunca se lo hizo decir. Y todos los indios e indias deste cacique confesaron que se echaba con tres o cuatro mujeres que tenía, e que usaba con ellas extra vas debitum, contra natura; y que cuando fue mozo, en la juventud, usaba lo mismo con indios machos. Este pecado es muy usado en algunas partes de la Tierra Firme y a los indios pacientes en tal delicto, llaman en aquella lengua de Cueva, camayoa [supuestamente, el receptor del pecado nefando] A esta tierra mandó llamar el gobernador Vasco Núñez, la provincia de Todos Sanctos, porque en tal día llegó a ella; y en la lengua de los indios se llama Pacra; pero yo la llamara la tierra de todos los males, pues que tan nefando pecado allí se usaba por el señor della” (Oviedo, cit. en González: 10)

“Vasco Núñez llegó a una provincia que se llama Careca, y el cacique della se llamaba Torecha y púsole en defensa, y matáronle en la guazábara a él y algunos indios suyos; y allí se halló un hermano suyo vestido como mujer, con los hombres, y otros dos indios de la mesma manera, que usaban como mujeres, y así con naguas; y los tenía el cacique por mancebas. Y esto se hacía en aquellas partes principalmente entre los caciques e otros indios, e se presciaban de tener tres e cuatro, e aun veinte indios, para este sucio y abominable pecado. Y en aqueste viaje hizo Vasco Núñez quemar y aperrear cuasi cincuenta déstos, y los mismos caciques se los traian sin se los pedir, desque vieron que los mandaba matar, lo cual hacía porque les daba a entender que Dios en el cielo estaba muy enojado con ellos, porque hacían tal cosa, y por eso caían tantos rayos e tan espantosos truenos; e por eso no les quería dar Dios el maíz y la yuca. Y deste temor, porque Dios aplacase su ira, le llevaban aquellos camayoas pacientes en tal delicto” (nuestras negrillas; ibid: 11-12)

Las Casas describe la misma batalla pero en un tono más mesurado, menos moralista y, en resumen, ateniéndose a la descripción de los hechos:

“[en tierras de] Quarequa... y como vieron los pobres indios salir el fuego y oyeron el trueno, pensaron que eran rayos y que los españoles tenían poder para con rayos matallos; vuelven apriesa las espaldas, sin quedar uno que huir pudiese, todos tan espantados, que no creían sino que los nuestros eran diablos. Van tras ellos, sueltos los perros, como tras una grey de ovejas o carneros, y a cuchilladas, a unos cortaban las piernas y desjarretaban, a otros los brazos, a otros alcanzaban y cortaban las nalgas, a otros a estocadas pasaban de parte a parte, a otros desbarrigaban, (y los perros, por su parte, desgarraban y hacían a muchos pedazos). Quedó muerto allí el negro rey y señor, con sus principales que venían señalados, y hasta 600 hombres que pudieron alcanzar; prendieron algunos y llegaron al pueblo, donde captivaron otros y robaron todo lo que valía algo; no supe que cantidad en él hallaron… Entre los presos que allí tomaron, fué un hermano del mismo señor, y otros no sé cuantos, que dizque andaban vestidos de hábito de mujeres, a los cuales, juzgando que del pecado nefando eran inficionados, los mandó luego, sin otra indagación ni juicio, aperrear, conviene a saber, echar a los perros bravos, que, mirándolos y regocijándose como si miraran una graciosa montería, en un credo los despedazaron” (nuestras negrillas; Las Casas, cit. en González: 12-13) [29] .

Parécenos entender que, como no podía ser de otra manera en un “buen monje” (Oviedo dixit), Las Casas condena el pecado nefando –aunque, más bien a título erudito, añade que entre los Escitas era una institución- pero discrepa del castigo por truculento y porque ha sido motivo de regocijo público pero, en especial, porque no ha habido proceso judicial; en suma, porque los camayoas han sido aperreados “sin otra indagación ni juicio”. No es éste el tono tonitronante con el que describe otras matanzas de indígenas.

Y es que, en el horizonte moral del religioso, la sodomía era el peor pecado imaginable, una categoría rigurosamente observada por el colegio de los Invasores. Por ello, los camayoas son aperreados y/o quemados vivos, además con befa y escarnio. Es decir, que reciben un castigo excepcional puesto que no son degollados ni ahorcados -recuérdese que a Balboa y sus amigos, por haber pecado pero sólo contra el Rey, “los degollaban como carneros”-. Una vez establecida una jerarquía en los pecados, la introducción de la excepcionalidad sodomética desencadenó la progresiva destrucción de toda proporción y mesura en la represión general de los pecados. A partir de ahí, sumidos los represores en la mecánica del ‘estado de excepción’, en la Invasión fue sencillo convertir la excepción en norma.

Y una duda etnográfica: las Crónicas sólo hablan de sodométicos varones; por tanto, ¿debemos colegir que entre los Cueva no había lesbianas? ¿O será, más bien, que los Invasores ni siquiera las prestaron atención? ¿O, mejor aún, que éstas disimularon al percatarse, antes que los camayoa, de la vesania invasora?


4. ACTUALIDAD

En los párrafos anteriores, hemos intentado mostrar que los motivos habitualmente esgrimidos para canonizar a Balboa y/o para satanizar a Pedrarias, no tienen fundamento. Los dos fueron Invasores sin piedad alguna entre ellos mismos, no digamos para con los indígenas. Por lo tanto, es absurdo tomar partido en su disputa. En cuanto a los Cronistas, se inclinan por uno u otro Invasor siguiendo sus intereses personales –salvo Las Casas, que arremete contra los dos- mientras que son inestimables geógrafos y etnógrafos en las cuestiones de territorio y de cultura material amerindia pero prescindibles cuando atacan el tema de la organización social indígena puesto que no logran superar el marco omnímodo de la organización europea ni la óptica nacional-caracteriológica. 

En cuanto a los amerindios de ayer y de hoy, señalaremos que, por haber sido los indígenas Cueva exterminados en pocas décadas, son falsas todas las identificaciones de aquellos antiguos indígenas que encontraron Balboa y Pedrarias en sus correría ístmicas con los Emberá-Wounaan (ex chocoes) y Dule/Tule (ex cunas) actuales. A este respecto, nos parecen terminantes las conclusiones de Romoli quien, tras un análisis tan profundo que llega a la reconstrucción -parcial, por supuesto- de la “lengua cueva”, dedica parte de su minucioso libro a subrayar, entre otros puntos, que “Al decir de Las Casas, los últimos Cueva desaparecieron antes de 1534 (Breuisima relación), y la afirmación parece ser menos exagerada de lo que solían ser las referentes a las víctimas de la conquista” (Romoli: 47), opinión compartida por Torres (op. cit.: 57-61). Más aún, ni siquiera admiten que pueda haber algún parecido entre los Cueva y los antiguos Dule/Tule que ocuparon el Istmo y Urabá puesto que, a su parecer, hay una “discrepancia especialmente protuberante” entre la cultura cueva y “las costumbres de los Cuna antiguos” (Romoli: 104).

Siendo los Emberá-Wounaan menos conspicuos en los hodiernos relatos de la peripecia Balboa-Pedrarias, podemos soslayarlos provisionalmente para centrarnos en el ‘caso Cuna’. En especial, estamos alarmados por la abundancia de ilustraciones de los ‘Cunas’ actuales que aderezan los relatos del ‘descubrimiento’ del Pacífico, como si aquellos invasores hubieran topado con los mismísimos Dule/Tule. Estas narrativas, vulgarizadoras en su mayoría, no reparan en que, hoy -mientras arteramente se olvida su envidiable cohesión étnica y que se hayan ganado su autonomía a fuerza de rebeliones más o menos armadas-, se les representa a los Dule/Tule con algunas características posteriores a la Invasión. Por poner dos ejemplos de flagrante anacronismo: a) su principal seña de identidad de cara al exterior son las molas, un arte de emergencia para dignificar los andrajos textiles post-balboescos; b) su hiperfotografiada propensión actual a los dijes de oro es, simplemente, la lógica en aquellos pueblos que, por sentirse amenazados, deben estar siempre prestos a la huida y, por ende, deben convertir su patrimonio a algún material pequeño y valioso –como los judíos, especializados en dinero contante y sonante, o los gitanos, amantes de las joyas-. Dicho de otra manera, sobre si los Dule/Tule pre-balboescos se disponían consuetudinariamente a emigrar y/o de preferencia se adornaban con oro, no tenemos seguridad alguna.

¿Qué ha ocurrido con las ciudades y las geografías que aparecen en las Crónicas?: pues, simplificando, que las ciudades han desaparecido –salvo Panamá, mudado tres veces- pero que sobreviven bastantes topónimos indígenas. En cuanto a las ciudades, ya hemos visto que, hoy, lo más parecido y cercano a Santa María de la Antigua es el caserío Tanela (en Colombia); ah!, y unos pocos restos de clavos y cántaros producto de los ocho o diez años que duró aquella ‘gran capital’ que, tras su reconquista por los indígenas, apenas dejó rastros físicos. Por su parte, la ciudad del martirologio de Balboa, Acla (quizá cerca de Punta Escocés, entre el río Carreto y el cerro Sasardí, en plena comarca autónoma Kuna-Yala, Panamá) duró algún año más, entre 1515-1532, pero dejó tan escasas huellas que, al parecer, la ubicación citada sigue siendo hipotética [30] .

Y por lo que se refiere a los topónimos, se mantiene el nomenclátor indígena pero alterado de sentido. Ejemplo: en las Crónicas aparece a menudo la palabra cohiba (= lejos, más allá), las más de las veces como topónimo y las menos como etnónimo (ver Romoli: 16, 22-23, passim) Pues bien, ahora hay oficialmente una sola isla Cohiba –y una infinidad de lugarejos que no hacen al caso-, la situada al occidente del canal de Panamá, una isleta que se conserva biológicamente en relativo buen estado gracias a que, desde 1919, albergó una colonia penitenciaria. Su biodiversidad ha sido estudiada desde 1993 por un proyecto de la cooperación española que fue interrumpido antes de tiempo.

Y, finalmente, todavía se ha encontrado algún resto del oro que andaban buscando los Balboa-Pedrarias, quizá porque fuera escondido antes o después de la Invasión [31] . Los arqueólogos modernos lo han hallado, curiosamente, en la frontera oeste del territorio de los Cueva [32] .


            En Panamá

En estos momentos y aunque mañana puede ocurrir lo contrario, los territorios –comarcas autónomas- de los indígenas del oriente panameño, justamente los que más relación tienen con el descubrimiento del Pacífico, experimentan una acometida foránea y/o estatal menor que la soportada por los indígenas Ngobe-Buglé y Naso-Téribe (antes, “guaymíes”), pueblos que resisten actualmente el acoso de todo tipo de proyectos de multinacionales pagando por ello un alto precio en víctimas mortales, deportaciones y cárcel. Sin embargo, eso no significa que los Dule y los Emberá-Wounaan puedan administrar sus respectivas autonomías en un ambiente de respeto a la ley. Para ser exactos, las autonomías son más reales en Kuna-Yala que en los otros dos grandes territorios indígenas, a Occidente y Oriente. En este último, la Comarca Emberá-Wounaan (Eborá drua-Wounaan job, en el papel membreteado), troceada en varias zonas, sufre la presión de pueblos de desheredados como pueden ser los afro-darienitas (con una larga tradición de asentamiento en el Darién), y los latinossanteños, veragüenses y chiricanos- o criollos. Estas migraciones apenas pueden ser estudiadas, no digamos controladas, por los organismos financieros y asistencialistas [33] . A cambio, el que quiera puede consolarse pensando que el turismo histórico-indígena parece gozar de buena salud [34] .


            En Colombia

Si en Panamá los conflictos entre indígenas del Darién y Estado/multinacionales podían calificarse de guerra fría, la situación en el Urabá o lado colombiano del istmo es radicalmente distinta pues de todos es sabido que allí tiene lugar desde hace décadas una guerra sucia alimentada por los intereses de una contrarreforma agraria, del narcotráfico y de militarismos de distintos signos cuyas principales víctimas son los pueblos indígenas y los campesinos.

Hoy, Urabá y/o el Chocó colombiano están habitados por los pueblos indígenas Emberá (subdividos en Katío y Chamí; en su lengua, dovidá y ellavidá, es decir, de río y de montaña), Wounaan y, por supuesto, los Tule [35] . Y, además, por negros (quienes, en el dialecto local, comparten con los indígenas la denominación de nativos), inmigrantes paisas (cualquier persona del interior de Colombia) y por campesinos chilapos (provenientes de la costa atlántica, de origen indígena) A todos ellos, debemos añadir un factor socio-político fundamental: toda laya de agentes armados.

Estos asaltantes, émulos de los Conquistadores y tan peleados entre sí como aquellos, han conseguido convertir a la región de Urabá (departamentos de Chocó, Antioquia y Córdoba) en una de las áreas más mortíferas del mundo, con una mortalidad por violencia que, en algunos años, ha cuadruplicado la tasa de Bogotá cuando ésta era especialmente sañuda. Un ejemplo escogido casi al azar: en 1994-1995, 244:100.000/ año en Urabá, frente a los 63:100.000/ año de la capital. Y, si tuviéramos que ejemplificar en un único pueblecito la barbarie desatada sobre los pobres del lugar, ese pueblo sería San José de Apartadó, allá donde las huestes invasoras de los nuevos balboas y pedrarias se ensañan especialmente por la simple razón de que sus habitantes han querido desde hace décadas ser neutrales, es decir, convertirse en “comunidad de paz” [36] .

En cuanto a los macro-proyectos que amenazan la integridad Tule-Emberá-Wounaan el más llamativo es la abertura del Canal Seco que uniría los dos océanos. El trazado previsto parte de Bahía Candelaria, en el golfo de Urabá, muy cerca de Santa Mª de la Antigua, y llega a Bahía de Cupica, en el Pacífico. Por ahora, este macro-proyecto tiene pocas posibilidades de llevarse a cabo.

A veces, en los textos etnohistóricos se puede contemplar la fabricación de Eldorado, evidentemente una leyenda fabricada para utilidad inmediata, es decir, para saciar el ansia mítico/crematística del (supuestamente) muy racional invasor y así alejarle de la casa del indígena mitógrafo. Este mito se repite en toda la Amerindia ‘hispana’ –en Brasil tiene menos fuerza-, pero una de sus primeras versiones –si no la primera-, se elaboró para desviar la invasión de Balboa. Pues bien, los Cueva intentaron derivar a las huestes invasoras hacia el sur de lo que hoy es el Urabá, concretamente, hacia el país de Dabaibe o Dabeiba. Actualmente, el único mineral que hay en Dabeiba –150 kms. en línea recta al sureste de Santa María de la Antigua-, es el humilde manganeso y en mediocres cantidades -además, el Mn está distribuido en todo el mundo ocupando el lugar 12 en abundancia entre los elementos de la corteza terrestre-.


En resumen, el corredor hemisférico más frecuentado en el pasado, está hoy obstruido y en peores condiciones que hace cinco siglos. De hecho, por el camino real “una expedición española que con sus indios de servicio contaba 700 u 800 personas, podía hacer hasta treinta y cinco kilómetros en un día” mientras que los caciques [Cueva], gracias a un sistema de “remudas de anderos”, llegaban a “jornadas de 65 hasta 90 kilómetros… en tiempo de paz” (Romoli: 167), distancias/día impensables hoy. Allí por donde debieron circular buena parte de las migraciones humanas que conformaron la América meridional –y también alguna parte de las migraciones biológicas-, se asentó un pueblo del que sólo sabemos que fue llamado “Cueva” por los Invasores y que, probablemente, era un conglomerado de diversos pueblos con una lengua relativamente uniforme. Este pueblo constituía el poso de milenios de historia americana por lo que su tradición y su acervo genético, rico por las sucesivas mixturas, serían especialmente interesantes. Si los Cueva no hubieran sido exterminados –‘extinguidos’ es un detestable eufemismo-, hoy podríamos saber mucho más sobre la formación y los movimientos de Indoamérica. Incluso sabríamos mucho más sobre ese océano Pacífico que, dicen, fue descubierto hace cortos siglos por unos pocos hombres al precio de destruir a otros muchos hombres de hace largos milenios.



BIBLIOGRAFÍA Y CIBERGRAFÍA

(*) Los ítems marcados con asterisco están disponibles en internet.

ÁLVAREZ RUBIANO, Pablo. 1944. Pedrarias Dávila, contribución al estudio del “Gran Justador”, gobernador de Castilla de Oro y Nicaragua; Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo, Madrid.

ANDAGOYA, Pascual de. 2011 (1546) Relación de los Sucesos de Pedrarias Dávila en las Provincias de Tierra Firme o Castilla del Oro, y de lo ocurrido en el descubrimiento de la mar del Sur y costa del Perú y Nicaragua; edición M. Fdez. de Navarrete de 1829, pp. 184-199, en Temas Nicaragüenses, Junio, nº 38 (*)

ARAM, Bethany. 2008. Leyenda negra y leyendas doradas en la conquista de América: Pedrarias y Balboa, traducción de Antonio J. Carrasco Álvarez; Marcial Pons, Madrid.

ARAÚZ, Celestino Andrés y PIZZURNO, Patricia. 1991. El Panamá hispano (1501-1821); Comisión V Centenario / La Prensa, Panamá; 271 pp.; s/ISBN.

ARCILA VÉLEZ, Graciliano. 1986. Santa María de la Antigua del Darién; Presidencia de Colombia, Secretaría de Información y Prensa; 179 pp, s/ISBN.

BATAILLON, Marcel. 1976. Estudios sobre Bartolomé de Las Casas; Península, Barcelona; 385 pp.; ISBN 84-297-1219-4.

BUENO JIMÉNEZ, Alfredo. 2011. “Los perros en la conquista de América: Historia e iconografía”, pp. 177-204, en Chronica Nova, nº 37 (*)

GARCÍA RODRÍGUEZ, Ariadna. 2001. “Vasco Núñez de Balboa y la geopsiquis de una nación”, pp. 461-473, en Revista Iberoamericana, Vol. LXVII, nº 196 (*)

GONZÁLEZ, Óscar. 2009. “Los discursos sobre la sodomía en las Historias de la conquista de América”. Actas del 53º Congreso Internacional de Americanistas, México (edición electrónica)

IZARD, Miquel. 2000. El rechazo a la civilización. Sobre quienes no se tragaron que las Indias fueran esa maravilla; Península, Barcelona. ISBN 84-8307-320-X 

LÓPEZ LEÓN, María Jimena. 2008. “El Gran Justador”: entre la guerra y el juego. Una aproximación a la figura de Pedro Arias Dávila”, pp. 93-116 en Maguaré  nº 22, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá. ISSN 0120-3045 (*)

LUCENA SALMORAL, Manuel. 1988. Vasco Núñez de Balboa, descubridor de la Mar del Sur. Anaya/Quinto Centenario, Madrid, 127 pp.; ISBN 84-207-3454-3.

MEJÍA LACAYO, José. 2011. “Reseña del libro sobre Pedrarias y Balboa de Bethany Aram”; pp. 15-31, en Temas Nicaragüenses, Junio, No. 38 (*)

MENA GARCÍA, María del Carmen. 1992. Pedrarias Dávila, Universidad de Sevilla, Sevilla

-           2003. “La frontera del hambre: construyendo el espacio histórico del Darién”, pp. 35-65, en Mesoamérica nº 45 (*)

-           s/f. “Traslado y reconstrucción de la nueva ciudad de Panamá (1673)”, pp. 385-396, en Orbis Incognitvs. Avisos y Legajos del Nuevo Mundo; XII Congreso Internacional de la AEA (*)

OTTE, Enrique. 1958. “Aspiraciones y actividades heterogéneas de Gonzalo Fernández de Oviedo, cronista”; pp. 9-62 en Revista de Indias nº 71, Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo, CSIC, Madrid

PIQUERAS CÉSPEDES, Ricardo. 2006. “Los perros de la guerra o el ‘canibalismo canino’”, pp. 186-202, en Boletín Americanista, nº 56, ISSN 0520-4100  (*)

ROMOLI, Kathleen. 1987. Los de la lengua de Cueva. Los grupos indígenas del istmo oriental en la época de la conquista española; Instituto Colombiano de Antropología-Ediciones Tercer Mundo, Bogotá, 222 pp., ISBN 958-601-116-X

TORRES DE ARAÚZ, Reina. 1980. Panamá indígena; Instituto Nacional de Cultura-Patrimonio Histórico, Panamá; 381 pp.; s/ISBN

TRIMBORN, Hermann. 1953. “Una carta inédita de Pascual de Andagoya”; pp. 75-82, en Revista Española de Antropología Americana, vol. I, nº 3; ISSN 0556-6533 (*)

VARGAS SARMIENTO, Patricia. 1993. Los Embera y los Cuna: Impacto y reacción ante la ocupación española, siglos XVI y XVII; CEREC, Instituto Colombiano de Antropología, Bogotá; 199 pp.,  ISBN 958-9061-68-0









[1] En contra de las buenas costumbres, hoy nos interesa, no releer directamente a los Cronistas, sino abundar en aquellos párrafos de los clásicos que ya han sido subrayados por los comentaristas que les sucedieron. Se trata, pues, de un intento de ofrecer nuevos puntos de vista sobre episodios históricos que son del dominio público. No vamos, por tanto, a ‘descubrir’ tesoros escondidos en las Crónicas de Yndias –sería padecer un inoportuno prurito de originalidad-.

Por ello, no hemos consultado directamente los escasos documentos de Balboa que sobrevivieron a la censura de Pedrarias, a saber, sus dos cartas fechadas el 20.I.1513 y el 26.X.1515, junto con algunos fragmentos de secretaría (30.abril, 16.octubre y 27.noviembre.1515), todos ellos publicados por Ángel de Altolaguirre y Duvale en Vasco Núñez de Balboa, Madrid, 1914. En cuanto a los cronistas principales, Las Casas narra las invasiones de Balboa-Pedrarias en el Libro II, capítulo 62, y el Libro III, capítulos del 39 al 77, de su Historia de las Indias mientras que Oviedo hace lo propio en los Libros VIII (capítulos IV-V), IX (cap. I-IV), X (cap. Proemio-XVIII) de su Historia general y natural de las Indias.
  
Aunque en menor medida, también aludiremos a las Décadas de Orbe Novo de Pedro Mártir de Anglería (c. 1456-1526), capellán de Isabel la Católica, diplomático en Egipto, consejero de Yndias y, finalmente, cronista oficial. Pedro Mártir, pese a haber sido nombrado abad de Jamaica, no estuvo nunca en América pero -¿amparado en la fuerza del confesionario?-, escribió en latín la primera historia general de las Yndias, coetánea de los hechos aquí comentados; en opinión de una erudita, era un “infatigable reportero” (Romoli: 20). Otros cronistas como Cieza de León, Oviedo y Baños, etc., serán citados esporádicamente. Andagoya merecerá un lugar especial porque, al revés que los anteriores, sí estuvo en el lugar de los hechos. Cuando se cita a Oviedo o Las Casas sin citar el autor moderno que lo cita, es señal de que hemos recurrido al original en cuyo caso, no aparece referencia bibliográfica por considerarla innecesaria, tan abundantes, parejas y accesibles son las ediciones de sus crónicas.

[2] En julio de 1993, hicimos una breve descubierta al Darién con los líderes Emberá doña Clelia Mezúa Flaco –en esas fechas, presidenta del Congreso General- y don William Barrigón Dogirama. Remontamos un pequeño tramo del río Chico, pleiteamos con unos burócratas del PMA –programa mundial de alimentos, de la ONU-, que pretendían regalar a los indígenas un aceite, sobrante remotísimo de la Alianza para el Progreso –su antigüedad, entre 1961-1970, y su origen eran evidentes por la decoración de las latas y por su herrumbre-, escuchamos en el río Chucunaque, de presencia constante en las Crónicas, que era bueno para el cultivo del ñame… Y, fundamentalmente, pudimos compartir (conversar) con algunos de los constituyentes que formalizaron la Carta Orgánica en el XXXV Congreso General Emberá-Wounaan (Lajas Blancas, abril 1993) De la dignidad e ingenio de tan magníficos lazarillos podríamos escribir largo y tendido pero será suficiente con citar literalmente una frase que nos espetó doña Clelia: “Los indígenas representamos lo comunitario, que es el enemigo histórico de los poderosos”.

[3] De niños, recibimos la primera noticia de Balboa gracias –es un decir- a un libelo de exaltación de los peores españoles de la Historia de cuyo tenor baste saber que fue editado en Burgos en el llamado por los franquistas ‘Año de la Victoria’ (1939). Sobre Balboa aprendimos que “encontrándose en lo que hoy es el istmo de Panamá, observó que los ríos que desembocaban en el Atlántico eran poco caudalosos, y dedujo que, no muy lejos del interior, debía haber una gran cordillera. ¿Qué habría al otro lado de ella? Su instinto de explorador le hizo sospechar que hubiese algún otro mar; y, en cambio, si faltan árboles para construir embarcaciones, ¿Cómo exploraremos el litoral? Y llegó a la conclusión de que antes de emprender la excursión era forzoso construir barcos y llevarlos sobre los hombros a través de la cordillera… con los barcos sobre las costillas desde el pie de la cordillera de los Andes, aquellos exploradores sufrieron penalidades tremendas, y al alcanzar la cumbre quedaron enmudecidos ante el espectáculo que descubrieron sus ojos. Efectivamente, al otro lado estaba el Mar Austral, el Océano Pacífico” (Cien figuras españolas (Biografías de españoles célebres), Antonio J. Onieva: 64-65) Para remate, esta sandez nazional-biográfica se ilustraba con un gigantesco galeón del siglo XVIII –sin arboladura- empujado en un llano por cientos de hombrecillos. 

[4] Oviedo explica la historieta de las indias rendidas a los Invasores aduciendo razones más políticas que sentimentales: las indígenas “dicen que son amigas de hombres valientes… E quieren mas a los gobernadores e capitanes que á otros inferiores, é se tienen por mas honradas quando alguno de los tales las quieren bien. E si conoscen á algún chripstiano carnalmente, guárdanle lealtad, si no está mucho tiempo apartado ó ausente, porque ellas no tienen fin á ser viudas ni casta religiosas” (cit. en Romoli: 124)

[5] La siguiente parrafada es una muestra del grado de aceptación popular que tiene esta invención literaria elevada desde la más improbable posibilidad hasta el empíreo de la certidumbre histórica: “Este cacique tenía una hija muy joven, muy bella e inteligente llamada: ANAYANSI, que en indígena significa: LA LLAVE DE LA FELICIDAD. Como muestra del pacto de amistad entre BALBOA y CARETA, éste ofreció a su hija ANAYANSI a BALBOA como gesto de compromiso y lealtad encomendándole a BALBOA le diera buen trato. Era costumbre, entre los indígenas en casos excepcionales, ofrecer el cacique una hija o alguna otra joven de la comunidad a huéspedes distinguidos, que hubieran favorecido a la comarca o comunidad de alguna manera. BALBOA emocionado recibió de verdad y de todo corazón a ANAYANSI. CARETA, su padre, se quedó sin palabras... porque dudaba si BALBOA iba a aceptar a su hija. Él y los españoles reconocieron que BALBOA estaba verdaderamente enamorado de ANAYANSI. Y la trataba como esposa y ambos se guardaban fidelidad absoluta. Indígenas y españoles les tenían respeto y admiración. BALBOA, al tratar a ANAYANSI como esposa, trataba también a los indígenas con aprecio y mansedumbre. Aprendió la lengua indígena y ANAYANSI el Castellano siendo de gran ayuda para la comunicación… La historia nos enseña que BALBOA descubrió el MAR DEL SUR; pero BALBOA nos enseña: EL AMOR SIN BARRERAS” (sic; extraído de internet) Pocas veces hemos encontrado el popularísimo mito de “la princesa india” expresado con tan gruesos brochazos de retórica rosa… y con tanto desprecio por la verdad histórica.

[6] Ofrecemos dos versiones de una de estas infamias en distintos grados de verosimilitud, literatura y proselitismo. a) En un librito para uso de las izquierdas latinoamericanas, abunda tanto la tortura como el valor y el amor: “¿De dónde viene el oro?”, pregunta Vasco Núñez de Balboa al cacique preso. "Del cielo viene", contesta burlándose el indígena. El español enfurecido aumenta la tortura... Cemaco, que así es su nombre, resiste un tiempo más pero al final decide decir el lugar donde queda la mina… Cemaco y los suyos fueron derrotados. Ahora el cacique está preso, torturado por el oro y pensando en fugarse... En un descuido de sus guardias, una noche logra escapar y se refugia en la casa de uno de sus guerreros, desde donde incita a su gente: "Prepárense para atacar y no cesar de atacar al invasor"… Otros caciques se suman a Cemaco y mantienen la lucha. El plan es atacar la Antigua… Una joven cautiva, amante del jefe español tiene su hermano guerrero... Este la previene del peligro y la alerta a esconderse en el momento del ataque. Ella cuenta al español lo que sabe... él la convence de atraer a su hermano... Preso, la tortura se encarga del resto: todos los pormenores del complot y el nombre de todos los caciques que estarán al frente son confesados... Ajenos a la menor sospecha de traición, los indígenas son sorprendidos en medio de los preparativos del combate. El ataque no da tiempo a reaccionar. Todos los caciques son colgados... Tiempo después los indígenas incendian Santa María y nuevos caciques se sublevarán: Secativa, Tubanava, Bea, Guaturo, Corobari” (Kintto Lucas, en Rebeliones Indígenas y Negras en América Latina; Abya Yala, Quito, 1992; y 3 ediciones más; disponible en internet, en adelante *, ver nota previa en Bibliografía)
b) El mismo episodio pero en su versión académica: “Conociendo cada vez más de cerca el peligro que implicaban los cristianos, los grupos conocidos como Cémaco, Abraime, Abanumaque, Abibaiba y Dabaibe se aliaron para atacar la colonia [Santa María de la Antigua] El plan incluía a Tiquirí (Turuí o Tichirí) como lugar de encuentro y abastecimiento para el ejército cuna. Lamentablemente, una india que vivía con Balboa delató a sus congéneres, éste se adelantó a los nativos, atacó la aldea de Cémaco y envió a Colmenares a Tiquirí. En este enfrentamiento fueron tomados varios esclavos” (Vargas Sarmiento: 70)
[7] Una de los primeros casos que se dieron en el istmo fue durante la expedición de Nicuesa (en la que hubo seudo-renegados que sobrevivieron gracias a los indígenas; ver infra en texto principal): “En cierto camino del campo se hallaron algunos un indígena muerto por sus compañeros y ya pútrido, lo descuartizaron secretamente, y cociendo sus carnes mataron por entonces el hambre, cual si comieran pavos” (Mártir, cit. en Mena 2003: 46)

[8] El desprecio por los perros no es patrimonio exclusivo del mundo islámico. Baste mencionar que el Beato Pío IX -el supuesto propagandista de los dulces ‘piononos’ de la granadina Santa Fé, villa tan ligada a las Yndias-, prohibió la apertura en Roma de un centro de protección de animales con el pretexto, tantas veces repetido, de que el Hombre tenía derechos pero no así los animales. Puesto que este papa ordenó la infalibilidad papal (1870), suponemos que la Iglesia católica mantiene en vigor semejante doxa. Una versión ligeramente actualizada reza que los animales no pueden tener derechos porque no tienen deberes, argumento que ya Herodes había extendido a los menores de edad.

[9] Perros famosos fueron también Bruto, lebrel de Hernando de Soto y Amadís, mastín de Luis de Rojas, gobernador de Santa Marta, fiera que mereció algunos ripios, verbi gratia: “El lebrel Amadís, viendo la caza, /  Bien como lobo dentro de cabañas, /  Unos derriba y otros despedaza /  Echándoles de fuera las entrañas” (Juan de Castellanos, cit. en Bueno: 197) Un episodio perruno sucedido en Venezuela nos interesa por razones que no vienen al caso: el capitán Alonso Galeas consiguió sojuzgar a los Mariches y apresar a su cacique Tamanaco. Galeas y su Estado Mayor decidieron entonces divertirse encerrando a Tamanaco en un ruedo para que luchase con “un perro de armas de singular braveza”. Tal ‘honor’ correspondió a Amigo (propiedad del soldado Gonzales de Silva) “ofreciéndole [a Tamanaco] la libertad y la vida, si con la muerte del perro conseguía salir de la palestra con victoria”. Armado sólo con un palitroque, el mariche hizo frente a Amigo hasta que la bestia le “separó del cuerpo la cabeza, sirviéndole las garras de cuchillo para fatal instrumento del degüello” (José Oviedo y Baños, cit en Bueno: 198-199)

Los perros de guerra, por su condición militar de suboficiales o mandos, eran vestidos, adornados y hasta condecorados lo cual, más allá de la extravagancia, nos resulta muy significativo puesto que, si seguimos la conocida definición de la naturaleza humana “los hombres llevan amuletos, los animales no los llevan” (Vercors), entonces la excesiva humanización de los Leoncicos o Amigos hace resaltar aún más la absoluta deshumanización de los amerindios.

[10]  Olvidamos que Santa María fue precedida por la fundación de otras ‘ciudades’ en Tierra Firme –por ejemplo, San Sebastián de Urabá, de vida aún más corta que su más ilustre heredera-, lo cual, tomado al pie de la letra, disminuiría en Balboa el mérito citadino. Item más, según los Tule de Caimán Nuevo (Colombia), Cémaco significa “yo te mato” (Taller de Métodos de Investigación en Historia, Caimán Nuevo, diciembre 1989, cit. en Vargas: 67) Al parecer, San Sebastián fue un caso de pésima planificación de los bastimentos embarcados desde La Española pues “fundado en medio de la selva por Juan de la Cosa y repoblado por Ojeda y su hueste en la costa oriental del golfo de Urabá, allá por la primavera de 1510, no pudo sobrevivir más que unos meses ante la hostilidad de los feroces urabaes y las penalidades sufridas por los “hambrientos de Urabá”, como los llama Anglería” (Mena 2003: 47)

[11] Comentando la agricultura de los Cueva, esta autora afirma: “En los tiempos precolombinos las poblaciones amerindias habían logrado domesticar más de cien especies de plantas, todas ellas, excepto el camote (batata) y el algodón, desconocidas en Europa” (Mena: 52) Dejando aparte el término “domesticar”, quizá convenga añadir que, a) los amerindios del Istmo conocían muchas más plantas, entre domesticadas y de conocida utilidad (ver Romoli: 156-163); b) el algodón del Viejo Mundo era distinto y de mucha peor calidad de las especies de Gossypium que se cultivaban en el Nuevo Mundo; c) no está confirmado que, en 1500, antes de que comenzaran los viajes al Pacífico insular, el Ipomea batatas o camote/batata fuera conocido en Europa. 

[12] Para un notorio académico americanista, es Enciso el que está en el origen de la desgracia de Balboa: “En la vida y en la historia suele acontecer que toda semilla es una siembra que produce cosecha mucho tiempo después, a no ser que se ponga cuidado en destruirla. Tal es el caso de Vasco Núñez, que se lanzó a grandes empresas olvidando que había comenzado su carrera produciendo desasosiego, y que la víctima de uno de éstos, Fernández de Enciso, estaba en la corte intrigando en contra suya” (p. 213 en Ballesteros Gaibrois, Manuel. 1989 (1946). Historia de América; Istmo (Pegaso), Madrid, 707 pp; ISBN 84-7090-213-X) Según Oviedo, también estuvieron en contra de Balboa “el veedor Joan de Quicedo y el capitán Rodrigo de Colmenares, y las cartas que contra él escribieron el bachiller Diego del Corral e Gonzalo de Badajoz, teniente que fué de Diego de Nicuesa, e Luis de Mercado, e Alonso Pérez de la Rua” (cit., en López: 98)

[13] Sin embargo, prudentemente, se ha escrito: “Respecto a la insalubridad de aquel poblado instalado en medio de la selva, las opiniones son tan interesadas y contradictorias que resulta muy difícil tomar partido por uno u otro bando” (Mena 2003: 58) Además, la insalubridad de la Santa María capitalina, ligada como toda morbilidad seudo-epidémica a la excesiva densidad demográfica, pudo incrementarse por la presencia de vampiros. Debemos a Oviedo (cit. en Schneider y Santos-Burgoa, Sao Paulo, 1994, disponible en internet) una de las primeras descripciones de los vampiros, hematófagos desconocidos en el Viejo Mundo, situada precisamente en nuestra área de estudio: “Los murciélagos en España, aun cuando muerden, no matan ni son venenosos. Pero en Tierra Firme, muchos hombres han muerto de sus mordidas. En dicha Tierra Firme [en aquel tiempo, Panamá y costas caribeñas de Colombia y Venezuela] se encuentran muchos murciélagos, que eran muy peligrosos para los cristianos cuando Vasco Núñez de Balboa y Martín Fernández de Enciso llegaron allí para emprender la conquista del Darién. Aun cuando entonces no se conocía, hay un remedio sencillo y eficaz para curar la mordida del murciélago. En ese entonces algunos cristianos morían y otros caían gravemente enfermos a causa de ello, pero más tarde los indígenas les enseñaron cómo tratar la mordida… El remedio para la mordedura consiste en sacar unas cuantas brasas del fuego, tan calientes como sea posible tolerar, y colocarlas en la herida. También hay otro remedio: lavar la herida con agua tan caliente como pueda tolerarse; la sangría entonces se detiene y en breve plazo la herida se sana”

[14] Concordamos con este autor en su análisis sobre la importancia de viajar a favor de la diferencia estacional pero nos extraña que Lucena dé por buena una de las ramificaciones más fantasiosas de la leyenda de la princesa india, a saber, que Garavito, pieza acusatoria clave en el proceso a Balboa, traiciona al Adelantado porque se enamoró de Anayansi (ver Lucena: 122 y antecedentes en 70-72)

[15] Este paso está más que estudiado. De hecho, incluso hace más de 50 años ya se recorrió en auto con toda publicidad, aunque se hiciera a un promedio de 3 millas/día para recorrer 186 millas de seudo-carretera selvática. Ver Kip Ross, “We Drove Panama’s Darien Gap”, pp. 368-389 en National Geographic, marzo 1961. Hoy, con el camino no asfaltado por completo pero expedito hasta Yaviza, quedan por abrir los aprox. 60 kms. que median entre Yaviza y Paso de las Letras, el hito en la frontera panameño-colombiana. Si antes impedir el avance de la fiebre aftosa fue el motivo oficioso para no abrir el tapón del Darién, hoy lo son el narcotráfico, el paramilitarismo colombiano, la deforestación y la colonización salvaje. Los derechos indígenas siguen siendo, hoy como ayer, los menos escuchados.

[16] Tuyra era una deidad del elusivo pueblo Cueva representada en forma de niño sin manos y con pies con tres uñas a manera de grifo o ave de rapiña. “Los cristianos no dudaron de la existencia de Tuyra ni de que él poseyera realmente poderes sobrenaturales. Lo que no podían admitir era la divinidad de este ser. Así las cosas, no había sino una explicación posible: Tuyra obviamente era el mismo Diablo” (Romoli: 136) Así pues y como ocurre a menudo en las ex Yndias, uno de los principales ríos de la república de Panamá lleva el nombre de un dios indígena convertido por los invasores en diablo.

[17] Llegan éstas al fetichista instante del ‘descubrimiento’. Así, para la historia oficial y en el mejor estilo sherpa Tensing ninguneado por un tal Hillary en la cumbre del Chomolungma (Everest), Balboa prohíbe a su tropa que nadie se moje en la playa antes que él. Sin embargo, Las Casas cuenta que “el Alonso Martín [de Don Benito] acertó con el camino más breve… y dice a sus compañeros: ‘Sedme testigos, cómo yo soy el primero que en la mar del Sur entra’”. 

[18]  Justador puede traducirse tanto como duelista –por las justas o torneos- como por tahúr –por el juego, ajedrez incluido-. Por otra parte, la celebración del V Centenario del Descubrimiento del Pacífico (2013) y el hecho de que, por ejemplo, Nicaragua y Panamá denominen a sus monedas oficiales con los nombres respectivos (córdoba y balboa) de dos ejecutados por Pedrarias, no hace prever que esta imagen pueda ser matizada en los tiempos que corren y, como muestra, un adjetivo resaltado en nuestras cursivas: “Es significativo que las monedas de Panamá y Nicaragua hagan honor a estos mártires” (Mejía: 25) De hecho, existen precedentes como El síndrome de Pedrarias, libro del nicaragüense Oscar René Vargas (1999), donde Pedrarias se convierte en arquetipo de la “malévola” herencia política del país” (López: 97) Ampliando la lista de allegados a los que ejecutó Pedrarias, a Balboa y Córdoba podría añadírseles San Martín, un su criado (= subalterno) al que ahorcó en Dominica.

[19] Sobre la obra de Álvarez Rubiano, se ha  escrito que “a pesar de su buen intento no logra rehabilitar por completo la memoria de uno de los hombres más duros de la historia de América [Pedrarias], si bien alguna de sus más afiladas críticas quedan justificadas” (Ballesteros G., op. cit. en nota nº 12 : 229) Y, dicho sea de paso, Ballesteros G., es de los que creen en la inaudita longevidad de Pedrarias: llega a las Yndias “ya septuagenario”; en 1526, “como si aún la vida le fuera poca, marcha a gobernar nuevas tierras”; y, con “más de ochenta años”, ajusticia a Córdoba en Nicaragua (ibid: 213, 215, 216) Además de Álvarez, de Mena García y, quizá, de López León (ver Bibliografía), otro autor que no copia la imagen del Pedrarias villano es Gasteazoro Rodrígez, Carlos Manuel. 1977 (1958). “Aproximación a Pedrarias Dávila”, en Antología de la Ciudad de Panamá, Panamá, 1977 y en Lotería, 27, febrero 1958 (cit. en Mejía: 15)

[20] La condición deicida del pueblo hebreo le fue recordada a su ilustre descendiente en algunas coplas: “Águila castillos y cruz dime de dónde te viene? / El águila es de San Juan; El castillo, el de Emaús, / Y en cruz pusiste á Jesús, Siendo yo allí capitán” (Coplas del Provincial, cit. en López: 111) Asimismo, fue llamado hereje en varias ocasiones, especialmente por el obispo Juan de Quevedo, franciscano que llegó con la expedición de Pedrarias. Dicho obispo fue el perseguidor de los conversos en Santa María” (ibid) Por ende, ser seudo-judío está en la raíz de la pésima imagen de Pedrarias puesto que lo eleva a “arquetipo, donde no solo representa la imagen del tirano que ajusticia a Balboa, sino que, además, es “el judío” que ejecuta al “buen cristiano” (ibid: 112)

[21] Al parecer, el condado fue instituido por Karl V, Kaiser des Heiligen Römischen Reiches, más conocido en España como “Carlos Quinto” y no como Carlos I cual sería su verdadero ordinal hispano. Otra curiosidad sobre este condado, esta vez propia de Wikipedia: “Sábete, amigo, que tiene un Bercebú en el cuerpo este conde de Puñonrostro, que nos mete los dedos de su puño en el alma. Barrida está Sevilla y diez leguas a la redonda de jácaros; no para ladrón en sus contornos. Todos le temen como al fuego, aunque ya se suena que dejará presto el cargo de Asistente, porque no tiene condición para verse a cada paso en dimes ni diretes con los señores de la Audiencia” (Cervantes, La ilustre fregona, 1613) Y un apunte para españoles de hoy: el ex director de los diarios ultra-monárquicos ABC y de La Razón Luis María Ansón, está casado con Beatriz Balmaseda Arias-Dávila quien, desde 1987, busca ser condesa de Puñonrostro.

[22] Las comillas denotan inseguridad pues ¿deberíamos considerarlo yerno? De no llamarle así, no tendría sentido la expresión ‘a Balboa lo decapitó su suegro’. La historia es como sigue: por exigencia del obispo Juan de Quevedo y como cláusula del armisticio firmado en 1516 entre Balboa y Pedrarias, el extremeño se casó por poderes con una hija de Pedrarias, María de Peñalosa, luego casada con Rodrigo de Contreras. Pero, en los tres años que todavía vivió Balboa, los esposados nunca llegaron a conocerse. De ahí que sea dudosa esa condición de yerno.

[23] Entre las que se encontraban nombres que luego serían tan famosos como Diego de Almagro, Sebastián de Belalcázar, Bernal Díaz del Castillo, Pascual de Andagoya, Gonzalo Fernández de Oviedo, Hernando de Soto, Gaspar de Espinosa -el juez que condenaría a muerte a Balboa y sus amigos-, Francisco Vásquez Coronado, Diego de la Tobilla, Hernando de Luque, Francisco de Montejo, Rodrigo Enríquez de Colmenares, Martín Fernández de Enciso y fray Juan de Quevedo, el primer obispo del nuevo territorio que se pretendía colonizar. Hemos escrito “alrededor” de 2000 personas porque no se sabe el número exacto; Las Casas, que iba en esa expedición, habla de “mil e doscientos” españoles los que cayeron ‘como una plaga de langosta’ sobre Santa María.

[24] En la estela de Oviedo, un caballero inglés harto hispanista califica a Pedrarias como ‘el tipo más odioso de la conquista’ (Hugh Thomas, El imperio español de Colón a Magallanes, Planeta, Barcelona, 2003, cit. en Mejía: 15) Sin embargo, la opinión de Aram debe ser tenida en cuenta puesto que “Aram estudió entre tres y cuatro mil documentos antes de escribir su libro. De esos manuscritos transcribe 38 en su libro, que tiene 451 páginas. El prólogo lo escribió el Conde de Puñonrostro, descendiente de Pedrarias… Las notas ocupan 68 páginas. El libro tiene un buen índice analítico y una extensa bibliografía. Solo tiene un mapa de Alonso de Santa Cruz de 1545” (Mejía: 16-17)

[25] “La retórica de la Corona era de compasión hacia los aborígenes americanos, la culpa de los abusos y crueldades era de sus oficiales [mala traducción de funcionarios]. Los hechos demuestran que las instrucciones eran que los indígenas debían servir al Rey y a la Colonia. Las instrucciones políticas y administrativas eran detalladas y precisas, mientras que la evangelización de los indios no pasaba de ser una idea, que nunca fue reglamentada” (Aram, cit. en Mejía: 14)
[26] Asimismo, en las reticencias que Oviedo muestra hacia el obispo del Darién, debió influir no sólo el papel mediador de Quevedo sino también que éste recibía una paga estatal 13 veces mayor que la suya: 912.000 maravedíes al año -enorme cifra que, según Las Casas, acrecentaba con la trata de esclavos y también, “por tener su parte en aquella granjería”, participando en las estafas al Rey (el quinto real disminuido a migajas) auspiciadas por Pedrarias-. La irresistible ascensión de Oviedo, de inspector de minas en una colonia de escasos recursos a altísimo cargo en La Española, no imprimió a su trabajo como historiador ningún aire de magnanimidad ni de olvido de sus querellas personales –huelga añadir que los indígenas no entraban en ellas puesto que ‘no eran personas’-.

[27] Discrepamos de esta autora en dos puntos: a) ni la Edad Media fue tan oscura ni la Modernidad tan luminosa; a nuestro entender, el Medioevo fue un tiempo pagano y el Renacimiento, el tiempo en el que comienza una centralización estatal y una opresión eclesial conseguidas ambas mediante la práctica cotidiana de la violencia y la siembra sistemática del miedo. b) López interpreta la disputa Balboa-Pedrarias a través de la historia de las mentalidades pero, como resulta que esa lucha es preeminentemente de orden moral, el discurso de López lleva implícita la creencia en que la moral cambia con los tiempos, a lo cual siempre sigue la aburrida cantinela del no-se-puede-juzgar-el-pasado-según-la-moral-de-hoy. El ejemplo lascasiano debería ser suficiente para demostrar que, llevada a su extremo –el genocidio de los amerindios y las guerras civiles entre invasores-, la moral hispana del siglo XVI era similar a la de hoy.

[28] El abandono de Santa María o cambio de estrategia depredadora del Atlántico al Pacífico, fue una decisión con la que Pedrarias demostró su visión de futuro pues así se abrieron las puertas del Pirú, lógicamente desde el Pacífico y, en concreto, desde la nueva ciudad de “Panamá, a donde por designio de un gobernador bien sagaz, fue trasladada en 1519 la capital del Reino de Castilla del Oro” (Mena s/f: 387)

Huelga añadir que, en nuestra opinión, los laureles –todos ellos- nunca deben salir de los fogones porque sólo valen para aderezar guisos. No obstante, si fuéramos adictos a la meticulosidad o si consiguiéramos independizarnos de las versiones de los Cronistas –absurda tarea-, podríamos coronar a Pedrarias con todavía más laureles. Por ejemplo, podríamos adjudicarle el mérito de haber llevado a las Yndias a la estupenda nómina de invasores cultos y no tan cultos que figura en la nota nº 23.
[29] En cuanto a los cronistas ‘menores’, Mártir de Anglería lo relata con estas palabras: “La casa de este encontró Vasco llena de nefanda voluptuosidad: halló al hermano del cacique en traje de mujer, y a otros muchos acicalados y, según testimonio de los vecinos, dispuestos a usos licenciosos. Entonces mandó echarles los perros, que destrozaron a unos cuarenta” (Mártir, cit. en Piqueras: 193) Por su parte, Andagoya afirma que, entre los Cueva, “la sodomía tienen por malo, y vituperan al que en ella tocaba, y ansí eran limpios de este pecado” (cit. en Romoli: 125)

[30] Se han investigado más las colonias escocesas que se asentaron brevísimamente en Kuna Yala que la –supuestamente- vecina Acla. El arqueólogo Mark Horton, excavó desde 1979 el sitio ‘New Caledonia’, lugarejo adonde llegaron dos partidas de escoceses quienes derrotaron a los españoles en la “batalla” de Tubacanti para, poco después, ser definitivamente expulsados. Según el historiador Nat Edwards, la aventura de 1698-1700 costó la mitad del erario público escocés lo cual originó la bancarrota y la disolución del parlamento escocés en el de Londres –en 1999, Escocia recuperó su parlamento autonómico-. De todas estas curiosidades no se ha derivado ningún adelanto en la excavación de Acla, por lo demás, tarea probablemente irrelevante y, por tanto, innecesaria.

[31] A efectos de “deuda histórica”, un término en boga, y por si alguien pudiera estar interesado en esta clase de cálculos más economicistas o ideológicos que posibles econométricamente hablando, añadamos que “para los Cueva, el cobre valía mucho más que el oro, ya que no lo poseían en estado natural… No se puede calcular con precisión el monto del oro labrado tomado a los indios de Cueva a partir del descubrimiento del Istmo; pero por los indicios que se tienen, parece ser que debió ser de casi una tonelada” (Romoli: 154-155)

[32] Cerca del yacimiento arqueológico llamado Sitio Conde (ca. siglos VIII y X, estudiado por S. Lothrop en 1937 y saqueado repetidas veces por su oro), se ha encontrado otro yacimiento no menos importante y no menos rico en orfebrería: El Caño (circa 900, estudiado en profundidad por Julia Mayo desde 2005), hallazgo que ahora goza o padece de publicidad mundial. Por ello, puede decirse que, efectivamente, el istmo tenía condiciones para ser bautizado como ‘Castilla del Oro’ (ver A. R. Williams, “Panamá. Los guerreros de oro”; pp. 42-57, en National Geographic España, enero 2012)
[33] En un informe de un Banco con pretensiones asistencialistas, nos llamó la atención la siguiente frase: “There has not been sufficient time nor a propitious environment for attaining homogeneous life forms” (pág. 1, en Perafán, Carlos y Nessim, Heli. 2002. Community Consultation. The Case of Darien, Panama; Inter-American Development Bank, Washington DC, 41 pp.+anexos) Se refiere a que las formas de vida del sur y del norte de América se han mantenido relativamente distintas gracias al tapón del Darién y, desde el punto de vista de la conservación de la biodiversidad, no tenemos nada que objetar. Ahora bien, nos tememos que, consciente o inconscientemente, lo que se pretende con algunos proyectos de desarrollo auspiciados por las entidades financieras es que ‘el medio sea propicio para homogeneizar las formas sociales’ y en esto no podemos estar de acuerdo. Nuestra sospecha se sustenta en la observación de las políticas de los bancos.
[34] El turismo en las famosas “islas de San Blas”, entre los Dule, es de sobra conocido. Pero los tour operators también han llegado al territorio Emberá-Wounaan; un ejemplo entre docenas: “Del Golfo San Miguel a los indígenas Wounaan. Día 1. Salida del Aeropuerto Albrook por avión hacia La Palma, capital de Darién, la cual no es accesible por vía terrestre. Transferencia al Lodge XX por panga y vehículo 4x4. Exploración a pie de la reserva natural que bordea el Lodge. Allí podremos descubrir un ecosistema con una flora y fauna de excepcional riqueza y diversidad. Cena y noche en el Lodge. Día 2. Después del desayuno, paseo en panga por el Golfo de San Miguel en búsqueda de sus fortines españoles olvidados y de algunos delfines. Almuerzo en La Palma y baño en algunas las playas desérticas de la región. En la tarde, regresaremos a nuestros vehículos 4x4 y nos dirigiremos hacia Puerto Lara, una comunidad Wounaan cerca de Santa Fé. Transfer en piragua. Instalación en el pueblo. Cena y noche en el Lodge YY o en casa tradicional Wounaan (en función del número de participantes). Día 3. Compartiremos con los indígenas Wounaan y aprenderemos de sus tradiciones y cultura. Paseo por el manglar, a pie o en piragua (dependiendo de la marea), pesca con los Wounaan. En la tarde, nos harán una demonstración de danzas tradicionales y podremos también admirar su famosa artesanía de chunga reconocida a nivel internacional (y por esa razón cara). Cena y noche en el Lodge YY o en casa tradicional Wounaan (en función del número de participantes). Día 4. Desayuno con la gente de Puerto Lara y salida en panga en dirección de La Palma donde tomaremos nuestro vuelo de regreso a la Ciudad de Panamá” (extraído de internet; nuestras cursivas)
[35] En uno de los pocos libros editados en España que estudian –es un decir- a los Tule (cuna) de Colombia, se repite en psitácida maniera –o sea, como los loros- que “Balboa se aprovechó de las enemistades entre los distintos pueblos indios, azuzando los unos contra los otros, y alineándose los españoles provisionalmente con los cunas” (Calvo: 168) Fiel a la rutina disfrazada como ortodoxia de la “tradición oral de Occidente” antes mencionada (ver #Pedrarias), Calvo desconoce Álvarez Rubiano (1944) y, en especial, Torres (1980) y, sobre todo, Romoli (1987) Ver Calvo Buezas, Tomás. 1990. Indios cunas. La lucha por la tierra y la identidad; Libertarias/Prodhufi, Madrid; 242 pp., ISBN: 84-87095-72-0. Pero es que, además, el libro de Calvo que, en puridad, debería haber sido co-firmado por las monjas de Caimán Nuevo (Colombia) pues el grueso de sus páginas son copia de informes eclesiásticos, en especial los de la misionera Alcira Orrego (ver Calvo: 55, 57, 74, 98, 119, 130, 166, 179, 211, 212, 218 y 241) Item más, en los pocos párrafos que dedica al tema de este trabajo, desliza incluso errores de transcripción; por ejemplo, escribe “río Tuir” por Tuira, adjudicándole gran importancia a sus “afluentes los ríos Puero y Paya” cuando el Puero es insignificante y el Paya es Paca (ibid: 168) Es probable que estos errores provengan de que sus informantes, colombianas, no dominaran la cartografía panameña sino que dependieran de las narrativas decimonónicas de cuando el Darién era colombiano; en concreto, es incluso posible que las monjas hubieran leído las exploraciones que, entre 1876 y 1878, efectuó en el Darién el geógrafo Armand Reclus, libro dónde el menos conocido de los hermanos Reclus estudia las opciones para abrir un futuro canal interoceánico. Sea como fuere, en tiempos cibernéticos, estas ligerezas entorpecen mucho las comprobaciones y las ampliaciones de investigación.

[36] Pese a que, desde 2004, la Corte Constitucional había estado pendiente de la suerte de esta zona humanitaria, en 2005 los paramilitares masacraron a  cinco adultos y tres niños. Como única respuesta a la matanza, el entonces presidente Álvaro Uribe acusó a los habitantes de San José de Apartadó de tener “relación con la guerrilla”. Y pese a que, en un auto elaborado en julio de 2012, aquella suprema Corte ordenó al gobierno que tenía un mes para poner en marcha “la presentación oficial de la retractación frente a las acusaciones realizadas contra la Comunidad”, hasta la fecha (enero 2013) no ha habido retractación alguna. Al contrario, las masacres continúan.

No hay comentarios: