‘NO SABEN VIVIR SIN SU MUERTE E LAS AGENAS’: APOSTILLAS AL V CENTENARIO DEL DESCUBRIMIENTO DEL OCÉANO PACÍFICO
Antonio PÉREZ
1. BALBOA
Princesas
indias, perros y blasones
Santa María
de la Antigua del Darién (1510-1524)
El
‘descubrimiento’ de la Mar del Sur (25-29.septiembre.1513)
2. PEDRARIAS
3. FERNÁNDEZ DE OVIEDO, LAS CASAS
Y UN POCO DE ANDAGOYA
La utopia christiana
La sodomía
como justificación del genocidio
4. ACTUALIDAD
En Panamá
En Colombia
RESUMEN.- A través del ejemplo de
la disputatio entre Balboa y
Pedrarias, se enfatiza el papel que juegan las peripecias personales en las
tareas de los Cronistas de Yndias e historiadores subsiguientes. A
continuación, se analiza cómo algunas anécdotas –sobre perros de guerra,
princesas indias y fundación de ciudades- influyen en la construcción de los
imaginarios adjudicados a los protagonistas de la primera Invasión de Tierra
Firme, destacando después el papel medular que tuvo la represión contra los indígenas
‘sodométicos’. Se opta por la neutralidad en las disputas entre los Invasores y
se concluye con referencias al lugar que ocupan en la actualidad algunos sitios
claves en el ‘descubrimiento’ del océano Pacífico.
Palabras
clave:
historiografía personalista, indígenas Cueva, Invasores, siglo XVI, istmo de
Panamá.
ILUSTRACIONES
Los siguientes párrafos utilizan como pretexto la
guerra entre los Invasores Vasco Núñez de Balboa y Pedrarias Dávila pero no
entran exclusiva o directamente en ella sino que la derivan hacia el harto
conocido conflicto entre sus principales historiadores, Fernández de Oviedo y
Las Casas. Podría decirse que tratamos aquí de otra disputatio de parecido orden teórico al de la famosa Las
Casas-Sepúlveda pero a la que tenemos que añadir ahora las connotaciones
sangrientas propias de las innumerables guerras civiles entre los Invasores de
las Yndias: pizarristas versus almagristas, Cortés versus Olid o también, para
ceñirnos al ámbito histórico-geográfico en el que nos moveremos en esta
ocasión, incluso Andagoya versus Belalcázar.
Este marco geográfico abarca la parte oriental del
istmo de Panamá –algo más extenso que el Darién administrativo actual pero sin
salir de la república panameña- y, en lo que hoy es Colombia, el Chocó
septentrional y Urabá. El marco temporal ocupa la primera mitad del siglo XVI
centrándose en el primer cuarto de siglo. Los indígenas que ocupaban aquellas
tierras al comienzo de la Invasión eran “los de la lengua de Cueva” (Romoli,
op. cit.) mientras que hoy son Dule/Tule (antes, “cunas”; Dule en Panamá, Tule
en Colombia) y Emberá-Wounaan (antes, “chocoes”)
Una cuestión previa sobre el abuso historiográfico del
personalismo/individualismo/intimismo: quizá por haber crecido en el
tardofranquismo y por haberlas padecido largos años -pues no de otra manera se
entendía la Historia en aquellos tiempos caudillistas-, tenemos alergia a las
interpretaciones históricas ad hominem. Correlativamente, nos molestan las
descripciones psicologizantes de los Próceres actuales -en otras palabras: de
los hombres públicos que nos asaltan todos los días con sus retratos sólo nos
interesa su actividad pública-. Ahora bien, estos defectos de la vida política común
tienen una de sus raíces en los historiadores; por lo tanto, ¿y si intentáramos
comentar las peripecias de la primera incursión duradera en Tierra Firme
teniendo muy en cuenta las peripecias personales de sus primeros cronistas?
Devolver la falsa monea ad hominem a
los historiadores que tanto han mercadeado con ella, ¿nos ayudaría a entender
mejor porqué la Historia Oficial se ha mantenido a través de los siglos? No lo
sabemos con certeza pero, en cualquier caso, en el trayecto obtendremos por
pasiva una pequeña ganancia: no nos enlodaremos huroneando en las intimidades
de los actores de la tragedia que se desarrolló en el istmo de Panamá, un tema éste
de lo privado asaz pernicioso que, además, nos resulta tan superfluo como de
arbitraria estirpe. Por ello, estamos ante un ejercicio historiográfico que
pretende salir airoso sin necesidad de consultar las fuentes clásicas –por lo
demás, casi todas ellas disponibles en internet- sino más bien lo que de ellas ha
sobrevivido hasta nuestros días obteniendo algún eco erudito o popular [1] .
Y como hablaremos de cuestiones personales –de los Cronistas
y de los Invasores-, parece justo señalar el motivo personal que nos metido en
este laberinto. Pues bien, ese no es otro que agradecer con décadas de retraso
a dos indígenas Emberá que se tomaran la molestia de introducirnos en el
Darién. De no haber sido por ellos, sólo podríamos contar que en Yaviza –la
puerta al ‘tapón del Darién’ o el final de la carretera panamericana-, unos
gringos hacían teatro de calle y otros gringos exploraban los ríos circundantes
uniformados y provistos de instrumentos militares. También podríamos añadir que
esa ominosa presencia del ayer se traduce hoy en la estruendosa algarabía
característica de la evangelización protestante –por ejemplo, la Fuente de Vida
de la Asamblea de Dios-, por no hablar de las encarnizadas tensiones inherentes
a la proximidad de la frontera con Colombia, etc. Incluso quizá fuera más
apropiado para el tema de hoy releer en nuestras notas de campo que algunos interlocutores
nos hablaban sobre la existencia real y verídica de un cercano “cerro que pisó
Balboa” en cuya ladera “hay una mina de oro y su entrada está tapada hasta el
pecho” -¿actualización de Eldorado, inercia de la leyenda o simples deseos de
deleitar al visitante?-. Pero todo ello nos hubiera servido de poco a la hora
de aprender lo que realmente nos interesaba: conocer de primera mano cómo los
indígenas herederos de aquellos que padecieron a Balboa-Pedrarias mantenían
viva la esperanza en un futuro con autonomía comarcal dando para ello a conocer
su propia Constitución, la Carta Orgánica del Pueblo Emberá y Wounaan [2] .
En
un plano más general e impersonal, recordemos que el istmo de Panamá fue la
primera Tierra Firme en ser invadida y colonizada. Por ello, “El Darién fue
asimismo un importante laboratorio experimental, en donde se aclimataron muchas
“especies” luego difundidas por todo el continente, como el sistema de la
encomienda, las normas en el reparto del botín entre los miembros de la hueste,
o simplemente fracasaron por no poder adaptarse al nuevo medio, como el Requerimiento
del célebre jurista Palacios Rubio… en la frontera del Darién se forjaron en la
estrategia de la guerra y en las actitudes propias de una vida de frontera la
hueste indiana, que adquirió un protagonismo indiscutible en el origen de la
sociedad colonial —una hueste que luego se desparramó a lo largo y ancho del
inmenso espacio americano” (Mena 2003: 63-64)
Asimismo, nos interesa la figura de Balboa por la
misma razón por la que nos interesaría la de Fernández de Córdoba si miráramos
a Nicaragua: por su papel en la conformación nacional de Panamá (comparativamente,
menor en Nicaragua que en Panamá, ver nota nº 18) Es decir, porque está
relacionado con la antigua o moderna “geopsiquis de una nación” (García, op.
cit.) Según la usuaria de esta insólita expresión, la
fama nacional de Balboa comienza a partir de “la tardía independencia panameña
de 1903. A raíz de dicha independencia, la figura del conquistador se torna en
uno de los símbolos de identidad nacional y el nombre de Balboa se convierte en
el signo proliferado de lo auténticamente panameño: Balboa es el puerto
canalero en el Pacífico, es la máxima condecoración otorgada en el país, es la
estatua-monumento del héroe nacional, es el símbolo de la moneda de Panamá, es
el nombre de una cerveza popular, es incluso parte de un estribillo de carnaval”
(ibid: 461)
Suponemos de partida que los cómo, porqué y a través de qué
un personaje proveniente de un pueblo como el extremeño, obviamente alienígena
a Panamá, ha llegado a convertirse en El Prócer de esa nación, exige un proceso
en el que necesariamente han de confluir factores heterogéneos siendo los
principales: lo colectivo y lo individual (cómo), los intereses más oscuros de
las élites de metrópolis y periferias (porqué) y, desde luego, las leyendas
oral y escrita (a través de qué).
1. BALBOA
El
extremeño Vasco Núñez de Balboa (1475-1519), el Adelantado de la Mar del Sur, es uno de los Invasores con fama popular,
no de haber sido un hábil batallador –léase, cruel-, sino de haber triunfado en
su ‘colonización’ merced a su mano izquierda para con los indígenas o bien
gracias a haberse aprovechado de las disputas entre ellos [3] . En sentido contrario,
aquí suscribimos la siguiente crítica: “Se le atribuyó en cierta ocasión el
éxito de Núñez de Balboa en sus correrías por el Istmo a la política de
atracción y tolerancia desarrollada con los cacicazgos indígenas con los que
entró en contacto. Me resisto a aceptar esta opinión que con gran mimetismo ha
sido difundida hasta la saciedad, acrecentando así la leyenda glorificadora del
héroe Núñez de Balboa para contraponerla con la de su rival el maligno
Pedrarias Dávila” (Mena 2003: 49)
Citando a
Mártir y a Las Casas, esta autora añade algunos ejemplos de las matanzas del Adelantado,
reconocidas por él mismo:
“El mismo
Núñez de Balboa escribió en una misiva a Colón que ya “había ahorcado a treinta
caciques y había de ahorcar cuantos prendiese” (ibid: 50)
Por
nuestra parte, agregamos que es posible que esta ‘buena fama’ sea simplemente
la otra cara que necesitaba la leyenda negra -fraguada por el empresario y
cronista Fernández de Oviedo- de Pedrarias, su suegro y verdugo; dicho sea sin
olvidar el aporte sentimental que para su hagiografía supone su decapitación o
martirologio. Por ello, quizá convenga detenernos en averiguar cómo fue posible
que un esclavista que, para escapar de sus acreedores en La Española llega a
Tierra Firme como polizón, en un santiamén ascendiera a Conquistador Oficial,
“el primer caudillo del Nuevo Mundo que sin status legal se convirtió en
dirigente mediante su capacidad de ganar partidarios y conservarlos” (Sauer,
cit. en Araúz y Pizzurno: 24)
Sea
como fuere, la fama de este “primer caudillo”, como toda fama culta o popular,
se sustenta en algunas anécdotas de fácil recuerdo y rutinaria repetición. Para
el caso de Balboa, hemos seleccionado varias, algunas están implícitas en la
vanagloria de su arte marcial como ocurre con sus dizque olvidados perros de
guerra y con su combate a la sodomía –este último lo veremos en otro acápite-;
y algunas otras son explícitas e incluso piezas maestras en la abierta propaganda
balboísta –su éxito entre las indígenas, la fundación de una capital y el
descubrimiento de un mar-. Veamos si tienen fundamento unas y otras.
Princesas
indias, perros y blasones
Algunas
de las leyendas populares que rodean la figura de Balboa abarcan desde a), por
activa, el manoseado mito de la princesa india, hasta b), por pasiva u
ocultamiento, el no-mito del enorme mérito bélico, superior al de los caballos,
de los perros ‘amaestrados’ –eufemismo por ‘entrenados para matar’-; sin
olvidar c) su contrapeso heráldico.
a) Las princesas indias. Al igual que todo aventurero que se precie,
si hemos de creer a algunos autores dudosos, Balboa tuvo una novia que, huelga
añadirlo, era princesa y estaba muy enamorada del extremeño [4] . Ahora se la conoce por
el nombre de “Anayansi” pero su existencia y no digamos las entretelas de sus
amoríos, deben ser puestos en duda puesto que el único nombre femenino que
aparece en las crónicas es el de Fulvia. En cuanto a la elusiva Anayansi, es “una
figura femenina cuya veracidad histórica ha sido cuestionada por muchos
historiadores panameños en vista de que la misma carece de un nombre en las
crónicas y de que Balboa nunca la menciona; la existencia de esta figura
histórica sólo se indica en las crónicas como hija del cacique Careta que fue
regalada a Balboa”. Pese a ello, “el personaje de Anayansi aparece, como compañera
del Adelantado y con dicho nombre, por primera vez en un libro de 1926 titulado
Caciques y conquistadores del nicaragüense Salvador Calderón Ramírez”.
Poco después, “en 1934, Méndez Pereira publica un libro titulado El tesoro
del Dabaibe”, en el cual Anayansi reaparece, ésta vez en toda su gloria. “Según
el historiador Marcos A. Robles, es probable que dicho nombre tuviera un origen
colectivo producto de alguna tertulia o conversación informal en el Café Coca
Cola, lugar donde se reunían los intelectuales de la época durante los primeros
años de la República” (García: 463-468; para otra fuente que cree en la
existencia de Anayansi, ver Las Casas, en Lucena: 52) [5] .
Naturalmente, al amor de la princesa por el invasor
se le exige alguna prueba. No hay problema, la historia oficial está plagada de
incidentes en los que la india buena traiciona a su pueblo arrastrada, sin
ninguna duda, por su pasión amorosa internacionalista. La historia del Darién y
del istmo no podía ser menos [6] .
b) Los perros. Balboa fue dueño de Leoncico, hijo del famoso Becerrillo, “de color bermejo, y el
bozo, de los ojos adelante, negro; mediano y no alindado; pero de grande
entendimiento y denuedo” (Oviedo, cit. en Piqueras: 192), el perro que Ponce de
León llevó a Puerto Rico y al que correspondía parte y media en el reparto del
botín como reconocimiento de que su eficacia bélica era similar a la de un
ballestero. Según Oviedo, Becerrillo gozaba de tal instinto (asesino) que
“entre doscientos indios sacaba uno que fuese huido de los cristianos… e si se
ponía en resistencia e no quería venir, le hacía pedazos… e a media noche que
se soltase un preso, aunque fuese ya una legua de allí, en diciendo ‘Ido es el
indio’ o ‘Búscalo’, luego daba en el rastro e lo hallaba e lo traía” (Oviedo,
cit. en Lucena: 17)
Su
hijo Leoncico era un perro de indias, en el doble sentido de aperreador de amerindias
y de nacido en Yndias, y “era tan temido de los indios, que si diez cristianos
iban con el perro, iban más seguros y hacían más que veinte sin él” (Oviedo,
cit. en Piqueras: 192) “Perro bermejo de hocico negro y mediano”, murió
envenenado, no por flechas indígenas como su padre, sino probablemente por veneno
de algún español enemistado con Balboa.
Además, según nos recuerda un autor
contemporáneo citando a un cronista ‘menor’ que presenció los avatares que hoy
nos ocupan, “Pascual de Andagoya en una de sus expediciones hacia la región del
Istmo, vio numerosos indígenas que habían sido capturados por los cristianos,
“atados en cadenas, de cerros en cerros y de tierras en tierras, como apatas acarreando el
oro que hurtaban a los otros; y después los daban de comer a los perros como si
fueran venados” (cit. en Bueno: 189)
No
podemos olvidar que los perros hicieron algo más que combatir: también representaban
el penúltimo recurso alimentario, siendo el último el canibalismo y en verdad
que en múltiples ocasiones hasta él se llegó [7] . Ejemplo de culinaria
canina: “en la expedición al País de
la Canela por el gobernador de Quito, Gonzalo Pizarro, fue donde
más perros peninsulares se sacrificaron, hasta un total de novecientos como
cuenta Cieza de León, “sin que se perdiese parte ninguna de sus tripas, ni
cueros, ni otra cosa, que todo por los españoles era comido” (ibid: 186) ¿Y
cuál fue su paga?: a pesar de que salvaron a los primeros invasores, una vez
consolidada la primera fase de la usurpación, los que antes fueron
imprescindibles máquinas de guerra se convirtieron en vulgares chuchos
cimarrones. Desde la Corte se dictó su prohibición dizque por el daño que
hacían al ganado e incluso a los mismos invasores [8] .
Para
finalizar con esta parte de la etología bélica, conviene citar el siempre
olvidado punto de vista amerindio; para los indígenas, los perros de los
invasores inspiraban terror porque,
“son
enormes, de orejas ondulantes y aplastadas, de grandes lenguas colgantes;
tienen ojos que derraman fuego, están echando chispas: sus ojos son amarillos,
de color intensamente amarillo… Son muy fuertes y robustos, no están quietos,
andan jadeando, andan con la lengua colgando” (informantes de Sahagún, Códice Florentino, lib.XII, caps III y
IV; cit. en Piqueras: 188) [9] .
Este
terror marca la diferencia entre perros y caballos. Los caballos fueron un arma
de guerra psicológica –léase, suntuosa, espectacular- pero, para la guerra real
–léase, el terror puro-, fueron más utilizados y más eficaces los perros. Dos ejemplos
geográficamente cercanos: a) después de invadir con sus perros a ritmo de blitzkrieg el istmo y el Darién, las
huestes españolas marchan hacia el Occidente mejor apertrechadas pues han
recibido caballos. Pues bien, los indígenas les ceden el paso pero apenas
logran oro o esclavos; es decir, no conquistan o conquistan a un ritmo menor: “pasamos
por ellas sin recuesta de guerra, porque llevábamos dos caballos, que entonces
no había más en la tierra, e íbamos ciento e cincuenta hombres” (Andagoya: 193); b)
cuando la guerra es entre españoles, aumenta la inutilidad de los caballos hasta
el punto de que la mortandad entre los équidos se hace muy superior a la humana,
como ocurrió en las entradas a Nicaragua, donde sucedieron “las batallas entre
cristianos en las que Hernando de Soto perdió 130,000 pesos de oro, y “murieron
ocho hombres y treinta caballos” (Mejía: 26)
c) Los blasones. Frente a una Invasión trufada de leyendas rosas y de
truculencias caninas, se erige en el grueso de la historiografía oficial el
preclaro baluarte de los blasones. En este caso, el de Santa María de la Antigua
del Darién, ciudad sin periferia, sede de obispado sin parroquias y puerto sin
mar ni muelles. Sin embargo, Santa María tuvo su ejecutoria citadina y hasta un
escudo diseñado según cédula real:
“Doy que tenga por armas la dha.
cibdad un escudo colorado e dentro en el
un castillo dorado e sobre el la figura del sol e debajo de castillo un tigre a
la mano derecha y un lagarto a la izquierda que esten enlazados el uno contra
el otro” (Real Cédula, 1515; cit. en Arcila: 37)
Áureo castillo como corresponde a la flamante
capital de Castilla del Oro, el Sol del trópico y, como concesión a la fauna
local, el exótico señuelo de un baile de jaguares y caimanes. Con menos prosopopeya
se ha lanzado más de un proyecto turístico. ¿O se trataba de algo parecido?
Dicho así, admitimos que este blasón hispánico cumplía con lo encomendado: atraer
inmigrantes para que sirvieran de colonos creyendo que iban de turistas a una
tierra de leche y miel. Lemas publicitarios aparte, podemos preguntarnos si el
escudo no hubiera sido igualmente atractivo para la masa hispana si se hubiera
ajustado a la verdad darienita. Pero quizá no. Un escudo que hubiera mostrado a
princesas indias –o, en su defecto, sirenas- bailando con rehalas de lebreles,
pese a su hiperrealismo, podría haberse malinterpretado como treta de turcos.
En contraste con tanta magnífica quincalla, en 1511,
Balboa también conoció una de las caras más olvidadas –o censuradas- de la
Invasión: a los españoles renegados, prófugos, desertores o aindiados. Al
parecer, en la tierra de los Cueva o del cacique Careta, el Adelantado encontró
a tres compañeros de Nicuesa,
“que cuando éste pasaba en busca
de Veragua, temiendo ser juzgado por males que habían hecho, se habían escapado
de las naves ancladas… [el cacique] los trató muy amigablemente. Habían pasado
ya dieciocho meses, por lo cual los encontraron completamente desnudos lo mismo
que los demás indígenas, y cebados como los capones… los alimentos de los
indígenas les parecieron en aquel tiempo manjares y viandas regias… habían
vivido sin las cuestiones del mío y tuyo, del dame y no te doy, las cuales dos
cosas traen, obligan y arrastran a los hombres a que, viviendo, no vivan. Pero
eligieron volver a los cuidados de antes” (Mártir, cit. en Izard: 89; otra
versión en Lucena: 46-48)
Santa María
de la Antigua del Darién (1510/1514-1524)
La
pomposamente llamada ‘primera ciudad en Tierra Firme’ fue fundada gracias a la
traición que se infligió a ‘los Cémaco’ [10]
, incidente que tuvo su apogeo en la tremenda quemazón de sodomitas de la que
luego daremos noticia. Su éxito, aunque efímero, se debió a un cambio de
estrategia que priorizó el expolio urbano antes que la creación en baldío
puesto que “no
se elige un emplazamiento nuevo sino que se aprovecha el poblado de los
aborígenes allí asentados, utilizando sus bohíos como casas, sus tierras de
labor para el sostenimiento de los invasores y todos sus materiales para la
edificación de nuevas viviendas” (Mena 2003: 49) [11] .
Santa María se funda antes del ‘descubrimiento’ del
océano Pacífico pero comienza su (corto) desarrollo al año siguiente, cuando el
mundillo de los aspirantes a conquistar las Yndias tiene conocimiento de que es
toda una ciudad por la simple razón de que tiene escudo oficial. No vamos a
insistir en el conocido asunto de los centenares o miles de españoles –los
indígenas, incontables- que mueren en Santa María por la inexistente regulación
de la afluencia de colonos, por la insalubridad de sus ciénagas, por el acoso
de los indígenas y por un largo etcétera de motivos a cual más previsible. Pero
vamos a mencionar algunos detalles de su fama imperecedera que alcanzan los
espacios de la sociología política y de la historia popular.
Si antes hemos fantaseado sobre un hipotético blasón
maliciándonos que alguno podría haberlo entendido como “treta de turcos”, ahora
nos toca añadir que, otra de las particularidades de Santa María, la inmediata
convocatoria a cabildo abierto, no fue ninguna emboscada sarracena sino estrategia
de la más pura raigambre castellana. Por aquel entonces, el Cabildo Abierto era
una institución que otorgaba a los
habitantes de las villas alguna legalidad en sus decisiones asamblearias y, por
ende, permitía una cierta autonomía para la villa -por aldeana que esta fuera-.
Por ello, en las Yndias, se constituyó en la razón de fondo para el
establecimiento de muchas ‘ciudades’. En Santa María –vale decir, en Tierra
Firme-, el primer cabildo abierto fue convocado en 1510, a renglón seguido de
su fundación y tuvo como resultado el triunfo de Balboa y la consiguiente
defenestración política de su jefe y benefactor –no le había abandonado en un
islote desierto cuando le descubrió de polizón en su barco-, Martín Fernández
de Enciso. ¿Qué influyó más en esta rebelión de los colonos?, ¿el famoso
carisma de Balboa o que el bachiller Enciso había prohibido bajo pena de muerte
el rescate (trueque) de oro a costa
de los indígenas? [12] .
Es decir, independientemente de la pompa heráldica, a los inmigrantes les
interesaba vivir con algún grado de autonomía, así fuera por razones que bordeaban
lo inconfesable. Ello debió ser una de las razones que les ayudaron a soportar
la asqueluznante (Eduardito dixit) insalubridad física y social del sitio escogido,
tan lejos del mar como cerca de indígenas discrepantes, tan lejos del rey como
nutrida de compatriotas indeseables como vecinos, tan lejos de las verdaderas
minas de oro –las de Buritica, sur adentro- como rodeado de ciénagas [13]
. Lo cuenta el ‘infatigable reportero’ (ver nota nº 1):
“La situación del lugar, enfermiza y pestífera, más
perniciosa que el clima de Cerdeña; todos se ponen pálidos como los que tienen
ictericia… También es pestilente el lugar por la naturaleza del suelo, por
pantanoso que es y rodeado de fétidas lagunas. Más aún, la misma población es
un estanque donde las gotas que corren de la mano de los esclavos cuando riegan
el pavimento de la casa, de seguida se crían sapos. Además, quiera que cavan
palmo y medio, brotan aguas insalubres todas y corrompidas por la naturaleza
del río que corre hacia el mar en medio de un valle profundo por álveo perezoso
y encenagado… No tiene puerto aquel lugar que dista de las gargantas del Golfo
tres leguas y en un camino arduo y áspero para llevar las provisiones desde el
mar” (Mártir de Anglería, cit. en Arcila: 50)
En 1522, Santa María fue destruida por los caciques
Bea y Corobari y, finalmente, en septiembre de 1524, los indígenas mataron a
los tres últimos españoles, Diego de Sosa y familia. La pomposa capital no
volvió a ser hollada por ningún personaje. Aun así, siglos más tarde seguía
dando que hablar de tal manera que, en 1956, ocurrió un curioso episodio: el
rey Leopoldo III de Bélgica visitó Santa María –sus arqueólogos ya habían
explorado el sitio en 1948- y realizó algunas excavaciones… hasta que, presionado
por la prensa bogotana que temía el saqueo del patrimonio histórico nacional,
el gobierno de Rojas Pinilla canceló el permiso que le había concedido poco antes.
Expolios aparte y no obstante la preparación de los reales equipos belgas, sus
excavaciones “fueron llevadas a cabo por el método de la trinchera y opinamos
personalmente que según este procedimiento, se estaba buscando la ciudad con un
criterio de monumentalidad que nunca tuvo, ya que sólo se trata de
construcciones de madera y palma y a no dudarlo, un poco de ladrillo cocido
para el piso de algunas edificaciones” (Arcila: 45; ver también 65, 69) Es
decir, si estrambótica fue la aventura arqueológica del egregio Leopoldo (a
quien, debemos apuntarlo, la protesta de sus súbditos por su supuesto o real
colaboracionismo con los nazis forzó a abdicar obligándole así a pasear por el
Darién… y por el alto Orinoco), mucho más estrafalario nos resulta que, en pleno
siglo XX, todavía creyera que Santa María fue alguna vez una gran capital.
El
‘descubrimiento’ de la Mar del Sur (25-29.septiembre.1513)
Espigando la historia oficial del descubrimiento del
océano Pacífico podemos llegar a la conclusión de que pocas expediciones de los
Próceres de la Invasión estuvieron tan estupendamente preparadas como la de
Balboa pues duró menos de cinco meses –salió de Santa María el 01.IX.1513 y
regresó a esa misma ‘ciudad’ el 19.I.1514-, no sufrió bajas, “hubiéronse muchas
perlas gruesas y medianas y aljófar [pequeñas perlas irregulares]… conchas
nácares” (Oviedo, cit. en Lucena: 89), se hartaron de los placeres propios de
cualquier soldadesca –aperrear indios y comer ostras-, obtuvieron 2000 pesos de
oro y perlas, además de 800 indios naborías
[esclavizados] y, lo que es más importante desde el punto de vista de la
eficacia exploratoria, llegaron a su objetivo tras una travesía terrestre desde
el hoy llamado Sasardí Viejo que duró apenas diez días de los cuales sólo fueron
penosas las cinco jornadas que necesitaron para cubrir las diez leguas que
mediaban entre los territorios de los caciques Ponca y Quareca. Todo un modelo.
¿Un modelo? Quizá no tanto si atendemos lo que
consideramos como dos errores importantes en la planificación de la
descubierta:
1) La época del año. Comencemos con el mes escogido para la partida
guiándonos por un librito de divulgación: “En realidad fue una decisión
precipitada, pues se puso en marcha en pleno invierno tropical, cuando las
lluvias inundaban todo el territorio. Es seguro que [Balboa] conocía de sobra
las estaciones de la región, lo que induce a pensar que no quiso esperar a la
bonanza climática por temor a que sus enemigos fraguaran en España alguna
acción que le imposibilitara realizarla” (Lucena: 76) [14] .
2) El itinerario. Más importante que la estación escogida es el
itinerario seguido. A este respecto, es obvio que los invasores pudieron
conocer la existencia del Pacífico a través de la información evidente en los
intercambios que mantenían los indígenas entre uno y otro océano. Ahora bien, si
Balboa era tan hábil como para atraer a algunos indígenas a la flamante colonia
de Santa María, su presunta habilidad queda en entredicho cuando se observa que
siguió un itinerario innecesariamente retorcido. En otras palabras, o bien los
indígenas le engañaron o bien algún propósito que nos es desconocido le llevó a
hacerse a la mar para comenzar su descubierta desde un puerto (Sasardí Viejo,
posiblemente cerca de la futura Acla, el lugar de su ejecución) sito en el
territorio de su conocido, el cacique Careta.
Sea como fuere, desde Santa María, Balboa hubiera
llegado más fácilmente al Pacífico si, en lugar de dirigirse hacia el Noreste,
hubiera partido por vía fluvial hacia el Sur remontando el río San Juan (hoy,
Atrato), un río caudaloso que el Adelantado conocía pues lo había explorado
hasta más allá de la confluencia con su afluente el río Negro (hoy, Sucio) en
busca del Eldorado que encarnaba el Dabaibe (ver infra, #Actualidad. En Colombia). El mejor itinerario hubiera sido
descender por el río Tanela –a cuya orilla estaba Santa María- hasta su
confluencia con el Atrato, luego remontar este gran río para, bastante antes de
llegar al río Sucio, internarse por tierra cruzando la serranía oriental hasta
el hoy conocido como Paso de las Letras, una travesía de 30 kms. en línea
quebrada por cotas de unos 100 msnm [15] , y allí hubieran visto
las pequeñas quebradas que, descendiendo unos 20 kms., confluyen en el río
Tuira [16] que desemboca en el mismo sitio, ya costa del
océano Pacífico, al que llegó el Adelantado: el golfo de San Miguel. De haber
seguido esta ruta, Balboa se hubiera ahorrado las singladuras por mar, el cruce
de la serranía del Darién por trochas que bordean cotas que llegan a los 600
msnm y las cinco jornadas antes referidas. Además, en el mismo Paso de las
Letras o lugar cercano, hubiera comprobado que estaba pisando el divortio aquarum, señal evidente de que
había llegado a otra cuenca hidrográfica y, por tanto, señal promisoria de la
proximidad de otro gran mar. Es decir, las dificultades orográficas hubieran
sido menores y el trayecto, más corto. Además, se hubiera mantenido todo el viaje
dentro de territorios de indígenas ya conocidos –los Cueva-.
Claro está que todo esto son especulaciones basadas
en párrafos etnohistóricos controvertidos y en observaciones de la cartografía
actual, dos apoyaturas endebles porque no tienen en cuenta unos factores
elementales: las peleas intestinas entre españoles [17] y las no menos oscuras
conspiraciones entre ellos y los indígenas y entre los indígenas mismos. Y otro olvido, éste tan frecuente
como de distinta índole: a Balboa le acompañaron en esta expedición los
consabidos esclavos negros pero nosotros sólo conocemos el nombre de uno, Ñuflo
de Olano.
2. PEDRARIAS
El segoviano
Pedro Arias de Ávila (no 1440 sino1466 o, más probablemente, 1468-1531), el Gran Justador, el Galán, el León de Bujía, es
el villano de la historia oficial [18]
. Entre los historiadores del reciente pasado, tan sólo Álvarez Rubiano y Mena (ver
Bibliografía) se han atrevido a estudiarle críticamente pero su esfuerzo no tiene
apreciable continuidad [19]
. En cuanto a su historia personal, hay que comenzarla con su antepasado
Diego Arias Dávila, puesto que la sangre de los abuelos influía decisivamente
en la vida de sus nietos –entonces algo más que ahora-. Don Diego era un judío [20] de
extracción humilde; sin embargo, Arias
Gonzalo, hijo del Gran Justador, fue el primer conde de Puñonrostro [21] .
Pedrarias fue nombrado gobernador de Nicaragua a los 59 años y murió de 63
años. Por tanto, sólo era siete años mayor que su “yerno” Balboa [22] , a
quien sobrevivió doce años.
Fernando II
el Católico le nombró en 1513 gobernador y capitán general del Darién, que a
partir de entonces pasó a denominarse Castilla del Oro. Pedrarias zarpó de
Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) el 11 de abril de 1514 al frente de una
expedición compuesta por 25 navíos y alrededor de 2000 personas [23]
. Fue la “primera expedición colonizadora
en Tierra Firme” (Álvarez, cit. en Araúz y Pizzurno: 31) aprovisionada para 16
meses (Mena 2003: 39). Ahora bien, en ese año, ¿a cuánto ascendía la población
llamémosla ‘española’?: contando vecinos pecheros y exentos, “de tierras
solariegas, de caballeros e otras personas legas… de realengo e abadengo, e
órdenes, e behetrías” (Alonso de Quintanilla, censo de 1482), para los
alrededores del año 1500, podemos aventurar una cifra de menos de siete
millones de personas, incluyendo no sólo Castilla sino también Canarias
(población de 38.705 personas en 1587), Catalunya, Valencia y Aragón. Traducido
a parámetros actuales, es como si hoy se enviara a las Yndias un contingente de
13.000 invasores.
Obviamente, una expedición así no era sólo de
carácter militar. Por el número de sus pasajeros y, sobre todo, por el
matalotaje descrito en la matrícula de los barcos, comprendemos que uno de sus
propósitos era conseguir la aclimatación del cereal castellano. Que ello se
intentara por medio de violencias sin límite, es una paradoja pero no cabe duda
de que esos métodos llegaron al aperreamiento de los indígenas. A este
respecto, dice Las Casas: “Poco después del descubrimiento
del Mar del Sur por Balboa, [Pedrarias] Dávila ordenó al capitán segoviano
Gaspar de Morales [que conquistase las Islas Teraregui o de las Perlas] Una vez
pacificadas las islas Teraregui,
Morales y sus hombres retornaron al Darién, no sin haber previamente aperreado
por el camino diecinueve caciques, entre ellos Chiruca, que les había
acompañado en condición de aliado junto a su hijo” (Bueno: 192-193)
Claro está que Las Casas es terminante siempre que
menciona a Pedrarias. Algunos de los epítetos que le dirige son: “infelice
gobernador, crudelísimo tirano, sin alguna piedad ni aun prudencia, como un
instrumento del furor divino [famoso furor
Domini, mil veces citado]… triste e malaventurado… perdido”. Y, en cuanto a
sus “hechos nefarios a todas las abominaciones pasadas”, añade:
“despobló y mató… Donde había muy
muchos grandes señores, infinitas y
grandes poblaciones… inventó nuevas maneras de crueldades y de dar tormento a
los indios… Más oro robaron en aquel tiempo de aquel reino de un millón de
castellanos… [pero sólo] enviaron al rey sino tres mil castellanos… y más gente
destruyeron de ochocientas mil ánimas… [a un cacique amigo] átanlo a un palo
sentado en el suelo, y estendidos los pies pónenle fuego a ellos… tuviéronle de
aquella manera hasta que los tuétanos le salieron por las plantas e así murió”.
Sin embargo, para un autor contemporáneo, “el
principal difamador de Pedrarias es Oviedo, pero «Oviedo ejemplificaba todos
los males de la codicia», dice Aram [ver Bibliografía]. En Castilla de Oro,
Oviedo tuvo cuatro cargos: la escribanía mayor de minas, la fundición y sellado
del oro, el marcado de esclavos, y la escribanía pública civil y criminal.
Después, agregó el oficio de veedor (supervisor) de las fundiciones de oro. En
1519 fue nombrado receptor de las penas de cámara en Castilla de Oro y regidor
permanente del Darién. Luego solicitó y le fue concedido, los cargos de
gobernador de Santa Marta y más tarde, de Cartagena. Después de la muerte de
Pedrarias fue nombrado cronista real de América y gobernador de la fortaleza de
Santo Domingo” (Mejía: 24-25) [24] .
No
se puede optar entre un señor de la guerra y un cortesano; en ambos casos se
debe imponer la ecuanimidad y ésta nos lleva a la neutralidad. Sin embargo, es
raro encontrarlas, salvo en algún pasaje como el siguiente: “En abril de 1515,
Balboa, haciéndose eco de las palabras de Quevedo dice «adonde los caciques e
indios estaban como ovejas, se han tornado como leones bravos» por culpa de
Pedrarias. No obstante que en enero de 1515 Quevedo había asegurado que él y
Balboa gobernaban en lugar de Pedrarias porque «el gobernador siempre ha estado
malo y el obispo con salud». Por tanto Balboa y Quevedo eran tan responsables
de tornar a los indios en leones bravos, al igual que los otros miembros del
gobierno de consenso instituido por el Rey” (Aram, cit. en Mejía: 20-21) [25] .
En
cuanto a la parcialidad del juez que, poco después, dictaría las sentencias de
muerte contra Balboa et allii, conviene saber que “Pedrarias y el Consejo de
gobierno aprobaron la exportación de esclavos, pero tres meses después
revocaron el permiso. Además, Pedrarias, el obispo y los funcionarios tomaron
medidas para contener los abusos en las entradas. Entre el 15 de julio
de 1514 y el 20 de junio de 1520 se hicieron 26 entradas [dos por Balboa] Para
contener los abusos, Espinosa [Gaspar de, alcalde mayor, máxima autoridad
judicial] ordenó someter a juicio de residencia a los capitanes a su regreso de
las entradas. Espinosa fue especialmente indulgente con Balboa”. Luego debe
descartarse la hipótesis –mudada en tesis ortodoxa- de la especial animosidad
del juez contra Balboa pues estamos en el escenario jurídico propio de toda
época y lugar: el derecho como mero reflejo de la correlación de fuerzas. O, como escribió el coetáneo
Girolamo Benzoni, “donde reina la
fuerza de nada vale defenderse con la razón”. En Acla, Balboa era menos fuerte
que Pedrarias, simplemente.
Por
todo ello y en contra del vicio ortodoxo, “Aram demuestra que en múltiples
ocasiones, Pedrarias trató de ser un buen colaborador” (ibid). Incluso esta
autora llega a decir que “Pedrarias y Balboa se consideraban padre e hijo a
partir del pacto matrimonial”. Y no sólo opina que el Gobernador fue tolerante
con su yerno sino también, a su manera, con los indígenas puesto que “la tarea
de Pedrarias era apartar a los conquistadores del saqueo y guiarlos hacia las
actividades productivas, y para ello la encomienda era la mejor solución, según
los jerónimos y Pedrarias”. En el peor de los casos, dice Aram, “Pedrarias
puede ser acusado de actuar con lenidad tanto con españoles como con indios”
(ibid: 21-24)
En
definitiva, “el conjunto de pruebas examinadas en su contexto histórico
desmienten las leyendas negra y dorada asociadas a Pedrarias y Balboa… llegaría
a ser conocido por su exquisita cortesía. Fue capaz de soportar por años un
gobierno de consenso, e hizo constantes esfuerzos para colaborar con sus
detractores, incluyendo Balboa, Oviedo y Francisco de Castañeda. Fue un comandante
conciliador” (apud Aram, Mejía: 30)
Por
otra parte, Andagoya y Oviedo coinciden en calificar de rebelde contra la
Corona a Balboa, justificando así su decapitación pero entre estos cronistas
hay matices. Por ejemplo, Oviedo narra la ejecución de Balboa y de sus
compañeros en la Plaza Mayor de Acla sin perder la ocasión de arremeter contra
Pedrarias a través de la añadidura de unos detalles que no presenció y que,
además, eran imposibles de verificar incluso por los asistentes a la tragedia:
“E desde una casa que estaba diez o doce pasos de donde los degollaban (como
carneros, uno a par de otro) estaba Pedrarias mirándolos por entre las cañas de
la pared de una casa o bohío” (Oviedo, cit. en Lucena: 124) Y, como guinda del
pastel, termina acogiéndose al repetido mito del fiel
caballo-que-vuelve-para-honrar-a-su-dueño-injustamente-asesinado: poco después
de las ejecuciones, entró en la plaza donde se habían efectuado “un caballo que
había sido del adelantado Vasco Núñez de Balboa, e alta la cabeza, a paso
tirado e sin pascer ni entenderse a dónde iba, después de haber andado más de
cien pasos, llegó al poste donde estaba el pregón o edicto afijado [del juicio
de residencia y sus sentencias de muerte], e con los dientes asió del papel dos
o tres veces e hízolo pedazos” (ibid).
Hay
un dato prosaico y pedestre que, sin embargo, nos puede ayudar a comprender el
porqué de la animadversión de Oviedo hacia el Gobernador: el salario de
Pedrarias era de 366.000 maravedíes anuales mientras que Oviedo, cuando fue
nombrado veedor de minas y fundiciones, sólo pudo conseguir un estipendio anual
cinco veces menor: 70.000 maravedíes (Aram, cit. en Mejía: 18) [26] .
Frente
a estas consideraciones materiales poco consideradas, se alzan las exégesis
personalistas, tan arriesgadas como deudoras del imaginario de cada época; por
ejemplo, en nuestros tiempos la eurocéntrica creencia en un Medioevo brutal e
irracional que, afortunadamente, fue superado por un Renacimiento racional e
incluso pleno de arte. Estando equivocada la “tradición oral de Occidente”
(Vine Deloria Jr. dixit), es ineluctable equivocarse cuando se concluye que “Pedrarias
es un hombre que oscila entre las imágenes del caballero y colonizador
ejemplares, y las de hombre bárbaro y corrupto; entre el romanticismo
caballeresco y la crudeza y realismo militares; entre el “oscurantismo”
medieval y la “luminosidad” de la “modernidad” (López: 113) [27] .
Finalmente,
nos resta elegir el verdadero artífice de un ‘descubrimiento’: ¿es el que
primero divisa el ancho mar y la tierra prometida o bien quien primero la hace
fructificar?, ¿a quién debemos condecorar: a los vikingos y vascos que
‘descubrieron’ América o bien a Colón et allii? Traducido al tema de hoy, sin
duda fue Balboa quien avistó la Mar del Sur pero quien decidió que la costa del
Pacífico era el futuro y aquel que, consecuentemente, fundó sobre ella una
ciudad –Panamá- que sirviera de base a futuras exploraciones e invasiones –y
bien que sirvió-, fue Pedrarias. En buena lógica bizantina, si se festeja o
conmemora el ‘descubrimiento’ del Pacífico, debiera ser Pedrarias quien se
llevara los laureles [28] .
3. FERNÁNDEZ
DE OVIEDO, LAS CASAS Y UN POCO DE ANDAGOYA
Puesto que
las discrepancias historiográficas sobre el conflicto Balboa-Pedrarias tienen
como actores principales a Oviedo y Las Casas, nos centraremos en ellos pero
teniendo presente que Oviedo fue actor y testigo presencial de buena parte de
las andanzas de los susodichos invasores mientras que, sobre Las Casas, se ha
escrito con mucho fundamento que “sus relatos de la conquista de ese
territorio, en la Historia de las Indias, pertenecen más a la polémica que a la
historia y, redactados muchos años después de los eventos, se equivocan a
menudo en cuanto a la geografía y los nombres de esas regiones que no tuvo
ocasión de conocer… casi todo lo que refiere sobre los usos y costumbres de los
Cueva fue tomado de Mártir y en parte de Oviedo” (Romoli: 20) En cuanto a
Oviedo y sus contradicciones ad hominem,
“Es la misma persona que exclama: “¡[Q]uién duda de que la pólvora contra
los indios es incienso para el Señor!” la que en otras ocasiones juzga con
severidad los métodos seguidos por los españoles en su dominio del continente, aunque
bien es cierto que con manifiesta parcialidad, pues se deja llevar por las
simpatías o antipatías que siente por los protagonistas, sus compañeros del
Darién Si Núñez de Balboa es disculpado por su política de alianzas
con los jefes aborígenes [en realidad, política de mucho palo y poca zanahoria],
por el contrario los relatos sobre la actuación de los capitanes lanzados por
Pedrarias Dávila contra los cacicazgos indígenas van acompañados por escenas de
horror y crueldad sin paralelo: “Atormentábanlos, pidiéndoles oro, e unos
asaban e otros hacían comer vivos de perros, e otros colgaban, e en otros hicieron
nuevas formas de torturas” (cita de Oviedo, ver Mena 2003: 63)
Ahora bien,
antes de continuar, entendemos que otro de los invasores de primera hora, Pascual de Andagoya, en su calidad de
actor y testigo directo merece un breve apunte e incluso una excepción aunque
sólo sea porque “puso especial empeño en averiguar las creencias y costumbres
religiosas de los Cueva” (Romoli: 135) aunque sus pesquisas le llevaran a una
caricatura de la supuesta religión cueva. En una carta fechada en Panamá 1539,
este alavés nos informa sobre el poco estudiado tema de los indígenas
deportados al Viejo Mundo, un asunto que, si bien no está directamente
relacionado con Balboa, lo transcribimos porque nos ilustra sobre la
perspicacia humanista de Andagoya –albricias, hay otros Cronistas- y, en general, por ser un tema cuya ausencia en
muchas crónicas nos alarma y nos insta a adoptar una postura aún más crítica
sobre ellas:
“En Sevilla
de dos o tres hombres fui informado que allí había indias del río San Juan [hoy,
territorio del pueblo Emberá, en el Chocó colombiano] de las quel Licenciado Pero
Vázquez [enemigo suyo, le envió preso a España] dio licencia que trajesen y me
trujeron cierta indias con quien yo hablé y parece que les dijeron que dijesen
que las habían herrado por esclavas y que eran del río San Juan, y una que
habló conmigo, que entendía algo, lo dijo de arte que parecía decir verdad; y
ello no fue así porque el Licenciado Pero Vázquez no creo que vido ninguna, ni
fueron dadas por esclavas ni por naborías, y queriendo yo aquí pedir el
cumplimiento de la Cédula de Vuestra Magestad no hallé en qué, porque todos son
muertos sino un muchacho y una india que llevaré por lenguas, y por esto verá
Vuestra Magestad cuan servido es que no se saquen indios de su tierra,
porque en sacándoles de su natural mueren todos” (nuestras negrillas; Trimborn:
79)
Una
ojeada al memorial de Andagoya, nos permite evaluar el talante de la Invasión
tal y como este cronista ‘menor’ lo recordaba y cómo lo redactó en España
treinta años después de que sucediera:
[Pedrarias,
“el obispo y oficiales”] “comenzaron a enviar capitanes a unas partes y a otras
del Darien; y éstos no iban a poblar sino a ranchear y traer los indios que
pudiesen al Darien… y traían grandes cabalgadas de gente presos en cadenas, y
con todo el oro que podían haber: y esta orden se tuvo cerca de tres años… Todas
estas gentes que se traían, que fue mucha cantidad, llegados al Darien los
echaban a las minas de oro, que había en la tierra buenas, y como venían del
tan luengo camino trabajados y quebrantados de tan grandes cargas que traían, y
la tierra era diferente de la suya, y no sana, muríanse todos… Acla en la
lengua de aquella tierra quiere decir huesos de hombres… Y de todos, quedaron
tan pocos indios que cuando nosotros llegamos a aquella tierra no hubo en ellos
resistencia… [los indígenas de “la provincia de Cueva”] Vivían en mucha
justicia, en ley de naturaleza, sin ninguna ceremonia ni adoración… guardando
el no matar, ni hurtar, ni tomar, la mujer ajena… [tras la decapitación de
Balboa y la fundación de Panamá] en breve tiempo no quedó señor ni indio en
toda la tierra… [los capitanes de Pedrarias invaden el Occidente] Y siempre por
todas estas tierras atando y prendiendo indios… Visto que en el Darien no había
indios si no se traían de lejos de otras provincias, y como allí morían todos,
se acordó que se pasase a Acla aquel pueblo, y así se despobló… [las mujeres de
Nicarao, a sus maridos] hacíanles servir y hacer todo lo que a un mozo podrían
mandar; y él se iba a los vecinos a rogarles que viniesen a rogar a su mujer
que le rescibiese y no hubiese enojo: esto no era entre generales, sino los que
no tenían lo que habían menester… los
que sacaban el oro, se acabó muy gran parte de la gente de aquella tierra, y no
las pudiendo sostener, las, despoblaron. Y después, no teniendo de qué se
aprovechar de la tierra, comienzan a hacer esclavos de los indios que se
revelaban y a apremiar a los señores que les diesen esclavos; y ellos, por no
ser maltratados, hacían decir a su gente que lo eran, no lo siendo. Y destos
sacaron a vender a Panamá y al Perú muy gran cantidad” (Andagoya: 185-196)
Los
capítulos de Andagoya que versan sobre el Istmo se componen de unas 11.000
palabras; de ellas, acabamos de ver que sólo dedica unas 350 a recordar los
excesos más notorios de la Invasión. Pese a la contundencia de estos párrafos,
que representen sólo un 3% del texto es un indicativo que debe completarse
añadiendo que, al igual que sus colegas, este cronista dedica mucho más espacio
a las guerras intestinas de indígenas por un lado y de españoles por otro que a
la Invasión propiamente dicha.
Volviendo a
Las Casas-Oviedo, es materia archisabida la enemistad que creció entre el
colono-clérigo-indigenista y el burócrata-historiador. Por mencionar sólo
aquellos incidentes entre ellos que tuvieron como escenario el istmo panameño,
quizá convenga recordar que: “El mismo Oviedo había sido candidato a una
concesión análoga a la de Las Casas. Había pedido y obtenido –según su
testimonio- en principio el gobierno de Santa Marta entre la tierra concedida a
Las Casas y el istmo de Panamá. Pero en el momento de redactar el contrato,
había pedido la concesión de “cient hábitos de Santiago para cient hombres
hijosdalgos”… Invitado a justificar esta petición, Oviedo habría respondido
“que le parescía único remedio e manera mejor que todas para ser gobernada e
poblada la tierra”… Pero se disuadió al rey de aceptar esta sugerencia por
miedo a que la Orden de Santiago desarrollara un poder que inquietase a la
Corona. Oviedo, que había hecho de esta petición una de las bases de su
contrato, no fue gobernador de Santa Marta… Y cuando parece más clara la
analogía existente entre su proyecto y el de Las Casas, más se esfuerza en
ridiculizar al segundo para dignificar al primero” (Bataillon: 162-163)
“Las
Casas decía que Oviedo «era capital enemigo de los indios» y cometía «horrendas
inhumanidades» en Castilla de Oro. Sin embargo, Las Casas utilizaba las
acusaciones de Oviedo contra Pedrarias como fuente principal para sus ataques.
Oviedo era «un hombre resentido, maniático y combativo» con «un temperamento
mal equilibrado y una ambición y vanidad desmedidas»”, según Otte (op. cit.) (Mejía:
24-25)
Según
Fabregat Barrios, citado por Mejía, “la principal causa de enemistad de Oviedo
con Pedrarias fue la decisión de éste último de trasladar el centro del
gobierno a ciudad de Panamá, y convertirla en el punto de partida de las nuevas
expediciones de exploración. Esta medida causó el despoblamiento de Santa María
donde Oviedo estaba obligado a residir por razón de sus cargos. Para aplacarlo,
Pedrarias nombró a Oviedo teniente de gobernador de Darién, con lo cual lo
colocaba bajo su dependencia directa… [pese a ello] Oviedo logró reunir todos
los cargos de minería de Tierra Firme en su persona. Cobraba además un tomín
por cada esclavo herrado. En sus primeros diez meses en tierras americanas
logró reunir una fortuna de 250,000 maravedíes. Durante su estadía de tres años
en Nicaragua, Oviedo comerciaba con perlas, actividad que comenzó en 1521 en
Castilla de Oro, explota las minas de oro, exporta esclavos desde Nicaragua a
Panamá, e incluso traficaba con artículos sagrados relacionados con la catedral
de León Viejo” (ibid)
Sean o no
ciertos estos detalles, como intelectual que cuida su imagen futura, Oviedo, que
asesinó indígenas en sus ‘entradas’, al menos, a los territorios de Corobarí y
de Guaturo (Vargas: 76), descarga su mala conciencia en unos párrafos pseudo-lascasianos
que resumen el talante de la Invasión y que, de paso, refutan una vez más el
mentecato lugar común de que la moral de entonces no era la de hoy:
“Estoy
maravillado y conmigo solo disputando muchas veçes la causa de tan sangrientas
historias como son aquestas, e no poco admirado de tan malos fines como han
hecho la mayor parte destos gobernadores de Indias… Mas poco a poco concluyda
mi disputación (y no poco altercada), hallo que sus trabaxos e castigos e
tristes eventos han origen del cimiento de sus cobdicias… No fueron capaces
para saber vivir sin su muerte e las agenas, por su poca prudencia o
desordenadas cobdicias” (Oviedo, cit. en Bataillon: 290)
La utopia christiana
En
su defensa a ultranza de lo que hoy llamaríamos “los derechos humanos” y en
aquel entonces “cristianismo”, es harto sabido que los Invasores justificaban
sus atropellos achacando a los amerindios prácticas habituales como el
canibalismo, el paganismo, el ateísmo, el desnudismo y, en infinita menor
medida, la tiranía. Pero postulamos que el pretexto que necesitaba menos
excusas y el que, seguramente, recibía más parabienes fue el de extirpar la
sodomía. De hecho, al contrario que los otros pecados -que eran susceptibles de
corregir, aunque fuera por métodos tan expeditivos como la tortura-, la sodomía
se elevó de perversión episódica a perpetua y de transitoria a esencial. Siendo
constitutiva de la esencia del indio, no eran posibles ni el arrepentimiento ni
el perdón por lo que sólo quedaba la hoguera –y, de paso, la incautación de sus
bienes ya que el oro, no solamente non
olet, sino que es impermeable al pecado mortal-. Lo dijo un fraile en
sentencia muy temprana y bastante conocida:
“Éstas
son las propiedades de los indios por donde no merecen libertades: comen carne
humana en la tierra firme; son
sodométicos más que generación alguna; ninguna justicia hay entre ellos;
andan desnudos, no tienen amor ni vergüenza; son estólidos alocados” (nuestras
cursivas; fray Tomás Ortiz, ca. 1512)
Aquí
entra en juego el horizonte cultural en el que se movían los Invasores, tanto
los letrados como los iletrados. Como cabría esperar, dependiendo de la
ideología de los autores, en algunas Crónicas y en muchas de sus exégesis las
Yndias se representaban como el Averno o, al revés, como como un mundo edénico
–léase, rebosante de oro- en el que los indígenas, como “hombres naturales”,
cumplían el papel de castellanos perfectos. Visto desde Iberia, dicha
perfección alcanzaba su máxima elocuencia cuando los castellanos se asociaban
formando un cuerpo místico encuadrado en un sistema político inmejorable que,
huelga añadirlo, sólo podía ser la monarchia
christiana. Evidentemente, por culpa de las flaquezas humanas, la realidad
no se asemejaba en nada a este modelo pero el modelo continuaba siendo válido.
Sólo había que encontrar individuos sin flaquezas, por ejemplo, esos seres
prístinos hallados plus ultra. Las Yndias podían y debían ser el escenario de
la utopia christiana.
Esta
concepción se transparenta en Oviedo y en los ‘cronistas menores’ del locus
espacio-temporal que hoy nos ocupa. Vistos a través de la exhaustiva lectura de
Romoli, encomiamos la escrupulosidad de sus etnografías en todo lo que atañe a
la geografía y la cultura material de los Cueva –tan minuciosas que han
posibilitado la reconstrucción romoliana de la cultura cueva y los trabajos en
parecido sentido de Richard Cooke- pero deploramos sus narraciones sobre la organización
social de los Cueva, en especial lo que esta autora transcribe en los capítulos
Estratificación social, El sistema
político, Sucesión y herencia,
Justicia, Religión y creencias (ver Romoli: 116-145) En esta parte de su
libro, Romoli –léase, sus Cronistas-,
describe el sistema socio-político de los Cueva como si fuera una monarquía
feudal castellana en la que los reyes y sus cortesanos fueran realmente nobles
y en la que, en justa correspondencia, los súbditos se plegaban gustosos a esa
nobleza. La adjudicación en bloque del sistema castellano a la sociedad cueva
no merece a los Cronistas ni siquiera una traducción sino que, simplemente, la
calcan y la incrustan en el Istmo.
Podemos
comprobarlo evaluando el número de términos políticos para los que los
Invasores letrados no encontraron fácil traducción por lo que se vieron
obligados a mantenerlos en el idioma original. Esta nómina se reduce a quevi (= rey, cacique en las Antillas), tibá
(reyezuelos), sacos (nobles), juras (familia real), cabras (hidalgos), espave (condesa) y, en lo médico-religioso, tequinas o sacerdotes. Pero si esta lista es escasa, la que
describiría las asambleas, consejos de ancianos, emisarios, ‘defensores del
pueblo’ en suma, es nula. No podemos evitar que esta disparidad nos haga temer
que, paralelamente, existan extrapolaciones del verdadero sistema cueva al
sistema castellano y que éstas sean de distinto signo; y, en efecto, por un
lado se entromete una visión aristocrática que sobrepasa lo social para llegar
a lo sobrenatural (“solamente las personas nobles tenían almas inmortales”,
Romoli: 119) y por otro, irrumpe desbocada una utopía con visos de modernidad
(“los caciques no cobraban impuestos”; ibid: 126, apud Andagoya).
El
horizonte se enturbia aún más cuando, a una supuesta Castilla Regenerada -que
daría el grotesco resultado de un Toledo como una Jerusalén-sur-la-forêt-vierge,
se superpone la nefasta manía caracteriológica o mito de los ‘caracteres
nacionales’. Por ello, la excesiva lectura de los Cronistas, lleva a Romoli a
manifestaciones que rozan el exabrupto máxime cuando hablamos de pueblos cuasi
vecinos de los Maya: “entre registrar los fenómenos de los astros visibles, y
deducir de éstos un sistema astronómico, hay un abismo que los Cueva (pobres en
matemáticas y de temperamento poco especulativo) no habían sabido sobrepasar…
la ausencia de construcciones importantes se debía más a la falta de
imaginación que a un deficiente capacidad artesana… se duda si los Cueva fueron
un pueblo verdaderamente con tendencia hacia el arte” (Romoli: 174, 175, 178)
No menos extemporáneo nos resulta leer que “la personalidad de los Cueva antes
de sufrir los efectos de la Conquista, era más bien extrovertida, libre de
tensiones nerviosas y emotivas, sosegada y jovial” (ibid: 111 y, en general,
los varios acápites que, como el titulado Índole,
atribuyen a los Cueva un carácter nacional ‘moralizado’ cuando lo que menos nos
interesa es que sea positivo o negativo)
Ahora
bien, aunque sea confuso y hasta contradictorio, aunque a menudo parezca una
mala copia del sueño castellano, en algunas Crónicas el Darién encarnó al
Paraíso… pero, todo paraíso necesita un infierno. En las Yndias, en el llamado
‘paraíso de Mahoma’, ese infierno se llamó Sodoma.
La sodomía como justificación del
genocidio
Oviedo
relata que, después de varios encuentros pacíficos con los indígenas Cueva, Balboa
se enfurece por la existencia de sodométicos y, puesto que éstos no confiesan
dónde está el oro, decide un castigo general y ejemplar que el Cronista aplaude
y hasta le parece necesario en una tierra que sintetiza toda abominación “pues
tan nefando pecado allí se usaba por el señor della”:
“Que
este cacique Pacra cogía oro en su tierra, y que tenía minas ricas. Y Vasco
Núñez le rogó mucho y le halagó porque se las mostrase, y nunca lo quiso hacer;
sobre lo cual lo hizo atormentar hasta la muerte, y en fin nunca se lo hizo
decir. Y todos los indios e indias deste cacique confesaron que se echaba con
tres o cuatro mujeres que tenía, e que usaba con ellas extra vas debitum,
contra natura; y que cuando fue mozo, en la juventud, usaba lo mismo con indios
machos. Este pecado es muy usado en algunas partes de la Tierra Firme y a los
indios pacientes en tal delicto, llaman en aquella lengua de Cueva, camayoa
[supuestamente, el receptor del pecado nefando] A esta tierra mandó llamar el
gobernador Vasco Núñez, la provincia de Todos Sanctos, porque en tal día llegó
a ella; y en la lengua de los indios se llama Pacra; pero yo la llamara la
tierra de todos los males, pues que tan nefando pecado allí se usaba por el señor
della” (Oviedo, cit. en González: 10)
“Vasco
Núñez llegó a una provincia que se llama Careca, y el cacique della se llamaba
Torecha y púsole en defensa, y matáronle en la guazábara a él y algunos indios suyos;
y allí se halló un hermano suyo vestido como mujer, con los hombres, y otros
dos indios de la mesma manera, que usaban como mujeres, y así con naguas; y los
tenía el cacique por mancebas. Y esto se hacía en aquellas partes
principalmente entre los caciques e otros indios, e se presciaban de tener tres
e cuatro, e aun veinte indios, para este sucio y abominable pecado. Y en aqueste viaje hizo Vasco Núñez quemar
y aperrear cuasi cincuenta déstos, y los mismos caciques se los traian sin
se los pedir, desque vieron que los mandaba matar, lo cual hacía porque les
daba a entender que Dios en el cielo estaba muy enojado con ellos, porque hacían
tal cosa, y por eso caían tantos rayos e tan espantosos truenos; e por eso no
les quería dar Dios el maíz y la yuca. Y deste temor, porque Dios aplacase su
ira, le llevaban aquellos camayoas pacientes en tal delicto” (nuestras
negrillas; ibid: 11-12)
Las Casas describe la misma batalla pero en un tono
más mesurado, menos moralista y, en resumen, ateniéndose a la descripción de
los hechos:
“[en
tierras de] Quarequa... y como vieron los pobres indios salir el fuego y oyeron
el trueno, pensaron que eran rayos y que los españoles tenían poder para con
rayos matallos; vuelven apriesa las espaldas, sin quedar uno que huir pudiese,
todos tan espantados, que no creían sino que los nuestros eran diablos. Van
tras ellos, sueltos los perros, como tras una grey de ovejas o carneros, y a
cuchilladas, a unos cortaban las piernas y desjarretaban, a otros los brazos, a
otros alcanzaban y cortaban las nalgas, a otros a estocadas pasaban de parte a
parte, a otros desbarrigaban, (y los perros, por su parte, desgarraban y hacían
a muchos pedazos). Quedó muerto allí el negro rey y señor, con sus principales
que venían señalados, y hasta 600 hombres que pudieron alcanzar; prendieron
algunos y llegaron al pueblo, donde captivaron otros y robaron todo lo que
valía algo; no supe que cantidad en él hallaron… Entre los presos que allí
tomaron, fué un hermano del mismo señor, y otros no sé cuantos, que dizque
andaban vestidos de hábito de mujeres, a los cuales, juzgando que del pecado
nefando eran inficionados, los mandó
luego, sin otra indagación ni juicio, aperrear, conviene a saber, echar a
los perros bravos, que, mirándolos y
regocijándose como si miraran una
graciosa montería, en un credo los despedazaron” (nuestras negrillas; Las
Casas, cit. en González: 12-13) [29] .
Parécenos
entender que, como no podía ser de otra manera en un “buen monje” (Oviedo
dixit), Las Casas condena el pecado nefando –aunque, más bien a título erudito,
añade que entre los Escitas era una institución- pero discrepa del castigo por
truculento y porque ha sido motivo de regocijo público pero, en especial,
porque no ha habido proceso judicial; en suma, porque los camayoas han sido aperreados “sin otra indagación ni juicio”. No es
éste el tono tonitronante con el que describe otras matanzas de indígenas.
Y es que, en
el horizonte moral del religioso, la sodomía era el peor pecado imaginable, una
categoría rigurosamente observada por el colegio de los Invasores. Por ello,
los camayoas son aperreados y/o quemados vivos, además con befa y escarnio. Es
decir, que reciben un castigo excepcional puesto que no son degollados ni
ahorcados -recuérdese
que a Balboa y sus amigos, por haber pecado pero sólo contra el Rey, “los
degollaban como carneros”-. Una vez
establecida una jerarquía en los pecados, la introducción de la excepcionalidad
sodomética desencadenó la progresiva destrucción de toda proporción y mesura en
la represión general de los pecados. A partir de ahí, sumidos los represores en
la mecánica del ‘estado de excepción’, en la Invasión fue sencillo convertir la
excepción en norma.
Y una duda
etnográfica: las Crónicas sólo hablan de sodométicos varones; por tanto, ¿debemos
colegir que entre los Cueva no había lesbianas? ¿O será, más bien, que los
Invasores ni siquiera las prestaron atención? ¿O, mejor aún, que éstas disimularon
al percatarse, antes que los camayoa, de la vesania invasora?
4. ACTUALIDAD
En los párrafos anteriores, hemos intentado mostrar
que los motivos habitualmente esgrimidos para canonizar a Balboa y/o para
satanizar a Pedrarias, no tienen fundamento. Los dos fueron Invasores sin
piedad alguna entre ellos mismos, no digamos para con los indígenas. Por lo
tanto, es absurdo tomar partido en su disputa. En cuanto a los Cronistas, se
inclinan por uno u otro Invasor siguiendo sus intereses personales –salvo Las
Casas, que arremete contra los dos- mientras que son inestimables geógrafos y
etnógrafos en las cuestiones de territorio y de cultura material amerindia pero
prescindibles cuando atacan el tema de la organización social indígena puesto
que no logran superar el marco omnímodo de la organización europea ni la óptica
nacional-caracteriológica.
En cuanto a los amerindios de ayer y de hoy,
señalaremos que, por haber sido los indígenas Cueva exterminados en pocas
décadas, son falsas todas las identificaciones de aquellos antiguos indígenas
que encontraron Balboa y Pedrarias en sus correría ístmicas con los
Emberá-Wounaan (ex chocoes) y Dule/Tule (ex cunas) actuales. A este respecto, nos
parecen terminantes las conclusiones de Romoli quien, tras un análisis tan
profundo que llega a la reconstrucción -parcial, por supuesto- de la “lengua
cueva”, dedica parte de su minucioso libro a subrayar, entre otros puntos, que
“Al decir de Las Casas, los últimos Cueva desaparecieron antes de 1534 (Breuisima relación), y la afirmación
parece ser menos exagerada de lo que solían ser las referentes a las víctimas
de la conquista” (Romoli: 47), opinión compartida por Torres (op. cit.: 57-61).
Más aún, ni siquiera admiten que pueda haber algún parecido entre los Cueva y
los antiguos Dule/Tule que ocuparon el Istmo y Urabá puesto que, a su parecer, hay
una “discrepancia especialmente protuberante” entre la cultura cueva y “las
costumbres de los Cuna antiguos” (Romoli: 104).
Siendo los Emberá-Wounaan menos conspicuos en los
hodiernos relatos de la peripecia Balboa-Pedrarias, podemos soslayarlos provisionalmente
para centrarnos en el ‘caso Cuna’. En especial, estamos alarmados por la
abundancia de ilustraciones de los ‘Cunas’ actuales que aderezan los relatos
del ‘descubrimiento’ del Pacífico, como si aquellos invasores hubieran topado
con los mismísimos Dule/Tule. Estas narrativas, vulgarizadoras en su mayoría,
no reparan en que, hoy -mientras arteramente se olvida su envidiable cohesión
étnica y que se hayan ganado su autonomía a fuerza de rebeliones más o menos
armadas-, se les representa a los Dule/Tule con algunas características
posteriores a la Invasión. Por poner dos ejemplos de flagrante anacronismo: a) su
principal seña de identidad de cara al exterior son las molas, un arte de emergencia para dignificar los andrajos textiles
post-balboescos; b) su hiperfotografiada propensión actual a los dijes de oro es,
simplemente, la lógica en aquellos pueblos que, por sentirse amenazados, deben
estar siempre prestos a la huida y, por ende, deben convertir su patrimonio a
algún material pequeño y valioso –como los judíos, especializados en dinero
contante y sonante, o los gitanos, amantes de las joyas-. Dicho de otra manera,
sobre si los Dule/Tule pre-balboescos se disponían consuetudinariamente a
emigrar y/o de preferencia se adornaban con oro, no tenemos seguridad alguna.
¿Qué ha ocurrido con las ciudades y las geografías
que aparecen en las Crónicas?: pues, simplificando, que las ciudades han
desaparecido –salvo Panamá, mudado tres veces- pero que sobreviven bastantes
topónimos indígenas. En cuanto a las ciudades, ya hemos visto que, hoy, lo más
parecido y cercano a Santa María de la
Antigua es el caserío Tanela (en Colombia); ah!, y unos pocos restos de
clavos y cántaros producto de los ocho o diez años que duró aquella ‘gran
capital’ que, tras su reconquista por los indígenas, apenas dejó rastros
físicos. Por su parte, la ciudad del martirologio de Balboa, Acla (quizá cerca de Punta Escocés,
entre el río Carreto y el cerro Sasardí, en plena comarca autónoma Kuna-Yala,
Panamá) duró algún año más, entre 1515-1532, pero dejó tan escasas huellas que,
al parecer, la ubicación citada sigue siendo hipotética [30] .
Y por lo que se refiere a los topónimos, se mantiene
el nomenclátor indígena pero alterado de sentido. Ejemplo: en las Crónicas
aparece a menudo la palabra cohiba (=
lejos, más allá), las más de las veces como topónimo y las menos como etnónimo
(ver Romoli: 16, 22-23, passim) Pues bien, ahora hay oficialmente una sola isla Cohiba –y una infinidad de lugarejos
que no hacen al caso-, la situada al occidente del canal de Panamá, una isleta
que se conserva biológicamente en relativo buen estado gracias a que, desde
1919, albergó una colonia penitenciaria. Su biodiversidad ha sido estudiada
desde 1993 por un proyecto de la cooperación española que fue interrumpido
antes de tiempo.
Y, finalmente, todavía se ha encontrado algún resto
del oro que andaban buscando los Balboa-Pedrarias, quizá porque fuera escondido
antes o después de la Invasión [31] . Los arqueólogos
modernos lo han hallado, curiosamente, en la frontera oeste del territorio de
los Cueva [32]
.
En
Panamá
En estos momentos y aunque mañana puede ocurrir lo
contrario, los territorios –comarcas
autónomas- de los indígenas del oriente panameño, justamente los que más
relación tienen con el descubrimiento del Pacífico, experimentan una acometida
foránea y/o estatal menor que la soportada por los indígenas Ngobe-Buglé y
Naso-Téribe (antes, “guaymíes”), pueblos que resisten actualmente el acoso de
todo tipo de proyectos de multinacionales pagando por ello un alto precio en
víctimas mortales, deportaciones y cárcel. Sin embargo, eso no significa que
los Dule y los Emberá-Wounaan puedan administrar sus respectivas autonomías en
un ambiente de respeto a la ley. Para ser exactos, las autonomías son más
reales en Kuna-Yala que en los otros dos grandes territorios indígenas, a
Occidente y Oriente. En este último, la Comarca Emberá-Wounaan (Eborá drua-Wounaan job, en el papel
membreteado), troceada en varias zonas, sufre la presión de pueblos de
desheredados como pueden ser los afro-darienitas
(con una larga tradición de asentamiento en el Darién), y los latinos –santeños, veragüenses y chiricanos- o criollos. Estas
migraciones apenas pueden ser estudiadas, no digamos controladas, por los
organismos financieros y asistencialistas [33] . A cambio, el que quiera
puede consolarse pensando que el turismo histórico-indígena parece gozar de
buena salud [34]
.
En
Colombia
Si en Panamá los conflictos entre indígenas del
Darién y Estado/multinacionales podían calificarse de guerra fría, la situación
en el Urabá o lado colombiano del istmo es radicalmente distinta pues de todos
es sabido que allí tiene lugar desde hace décadas una guerra sucia alimentada
por los intereses de una contrarreforma agraria, del narcotráfico y de
militarismos de distintos signos cuyas principales víctimas son los pueblos
indígenas y los campesinos.
Hoy, Urabá y/o el Chocó colombiano están habitados
por los pueblos indígenas Emberá (subdividos en Katío y Chamí; en su lengua, dovidá y ellavidá, es decir, de río y de montaña), Wounaan y, por supuesto,
los Tule [35]
. Y, además, por negros (quienes, en el dialecto local, comparten con los
indígenas la denominación de nativos),
inmigrantes paisas (cualquier persona
del interior de Colombia) y por campesinos chilapos
(provenientes de la costa atlántica, de origen indígena) A todos ellos, debemos
añadir un factor socio-político fundamental: toda laya de agentes armados.
Estos asaltantes, émulos de los Conquistadores y tan
peleados entre sí como aquellos, han conseguido convertir a la región de Urabá
(departamentos de Chocó, Antioquia y Córdoba) en una de las áreas más
mortíferas del mundo, con una mortalidad por violencia que, en algunos años, ha
cuadruplicado la tasa de Bogotá cuando ésta era especialmente sañuda. Un ejemplo
escogido casi al azar: en 1994-1995, 244:100.000/ año en Urabá, frente a los
63:100.000/ año de la capital. Y, si tuviéramos que ejemplificar en un único
pueblecito la barbarie desatada sobre los pobres del lugar, ese pueblo sería
San José de Apartadó, allá donde las huestes invasoras de los nuevos balboas y
pedrarias se ensañan especialmente por la simple razón de que sus habitantes
han querido desde hace décadas ser neutrales, es decir, convertirse en
“comunidad de paz” [36] .
En cuanto a los macro-proyectos que amenazan la
integridad Tule-Emberá-Wounaan el más llamativo es la abertura del Canal Seco que uniría los dos océanos.
El trazado previsto parte de Bahía
Candelaria, en el golfo de Urabá, muy cerca de Santa Mª de la Antigua, y
llega a Bahía de Cupica, en el Pacífico. Por ahora, este macro-proyecto tiene
pocas posibilidades de llevarse a cabo.
A veces, en los textos etnohistóricos se puede
contemplar la fabricación de Eldorado, evidentemente una leyenda fabricada para
utilidad inmediata, es decir, para saciar el ansia mítico/crematística del
(supuestamente) muy racional invasor y así alejarle de la casa del indígena
mitógrafo. Este mito se repite en toda la Amerindia ‘hispana’ –en Brasil tiene
menos fuerza-, pero una de sus primeras versiones –si no la primera-, se
elaboró para desviar la invasión de Balboa. Pues bien, los Cueva intentaron
derivar a las huestes invasoras hacia el sur de lo que hoy es el Urabá,
concretamente, hacia el país de Dabaibe o Dabeiba. Actualmente, el único mineral
que hay en Dabeiba –150 kms. en
línea recta al sureste de Santa María de la Antigua-, es el humilde manganeso y
en mediocres cantidades -además, el
Mn está distribuido en todo el mundo ocupando el lugar 12 en abundancia entre
los elementos de la corteza terrestre-.
En resumen, el corredor hemisférico más frecuentado
en el pasado, está hoy obstruido y en peores condiciones que hace cinco siglos.
De hecho, por el camino real “una expedición española que con sus indios de
servicio contaba 700 u 800 personas, podía hacer hasta treinta y cinco
kilómetros en un día” mientras que los caciques [Cueva], gracias a un sistema
de “remudas de anderos”, llegaban a “jornadas de 65 hasta 90 kilómetros… en
tiempo de paz” (Romoli: 167), distancias/día impensables hoy. Allí por donde
debieron circular buena parte de las migraciones humanas que conformaron la
América meridional –y también alguna parte de las migraciones biológicas-, se
asentó un pueblo del que sólo sabemos que fue llamado “Cueva” por los Invasores
y que, probablemente, era un conglomerado de diversos pueblos con una lengua
relativamente uniforme. Este pueblo constituía el poso de milenios de historia
americana por lo que su tradición y su acervo genético, rico por las sucesivas
mixturas, serían especialmente interesantes. Si los Cueva no hubieran sido exterminados
–‘extinguidos’ es un detestable eufemismo-, hoy podríamos saber mucho más sobre
la formación y los movimientos de Indoamérica. Incluso sabríamos mucho más
sobre ese océano Pacífico que, dicen, fue descubierto
hace cortos siglos por unos pocos hombres al precio de destruir a otros muchos hombres
de hace largos milenios.
BIBLIOGRAFÍA
Y CIBERGRAFÍA
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están disponibles en internet.
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[1] En
contra de las buenas costumbres, hoy nos interesa, no releer directamente a los
Cronistas, sino abundar en aquellos párrafos de los clásicos que ya han sido
subrayados por los comentaristas que les sucedieron. Se trata, pues, de un
intento de ofrecer nuevos puntos de vista sobre episodios históricos que son
del dominio público. No vamos, por tanto, a ‘descubrir’ tesoros escondidos en
las Crónicas de Yndias –sería padecer un inoportuno prurito de originalidad-.
Por
ello, no hemos consultado directamente los escasos documentos de Balboa que sobrevivieron
a la censura de Pedrarias, a saber, sus dos cartas fechadas el 20.I.1513 y el
26.X.1515, junto con algunos fragmentos de secretaría (30.abril, 16.octubre y
27.noviembre.1515), todos ellos publicados por Ángel de Altolaguirre y Duvale en Vasco Núñez de Balboa, Madrid, 1914. En
cuanto a los cronistas principales, Las Casas narra las invasiones de
Balboa-Pedrarias en el Libro II, capítulo 62, y el Libro III, capítulos del 39
al 77, de su Historia de las Indias
mientras que Oviedo hace lo propio en los Libros VIII (capítulos IV-V), IX
(cap. I-IV), X (cap. Proemio-XVIII) de su Historia general y natural de las Indias.
Aunque
en menor medida, también
aludiremos a las Décadas de Orbe Novo
de Pedro Mártir de Anglería (c. 1456-1526), capellán de
Isabel la Católica, diplomático en Egipto, consejero de Yndias y, finalmente,
cronista oficial. Pedro Mártir, pese a haber sido nombrado abad de Jamaica, no
estuvo nunca en América pero -¿amparado en la fuerza del confesionario?-,
escribió en latín la primera historia general de las Yndias, coetánea de los
hechos aquí comentados; en opinión de una erudita, era un “infatigable
reportero” (Romoli: 20). Otros cronistas como Cieza de León, Oviedo y Baños,
etc., serán citados esporádicamente. Andagoya merecerá un lugar especial
porque, al revés que los anteriores, sí estuvo en el lugar de los hechos.
Cuando se cita a Oviedo o Las Casas sin citar el autor moderno que lo cita, es
señal de que hemos recurrido al original en cuyo caso, no aparece referencia
bibliográfica por considerarla innecesaria, tan abundantes, parejas y
accesibles son las ediciones de sus crónicas.
[2] En
julio de 1993, hicimos una breve descubierta al Darién con los líderes Emberá
doña Clelia Mezúa Flaco –en esas fechas, presidenta del Congreso General- y don
William Barrigón Dogirama. Remontamos un pequeño tramo del río Chico,
pleiteamos con unos burócratas del PMA –programa mundial de alimentos, de la
ONU-, que pretendían regalar a los indígenas un aceite, sobrante remotísimo de
la Alianza para el Progreso –su
antigüedad, entre 1961-1970, y su origen eran evidentes por la decoración de
las latas y por su herrumbre-, escuchamos en el río Chucunaque, de presencia
constante en las Crónicas, que era bueno para el cultivo del ñame… Y,
fundamentalmente, pudimos compartir (conversar)
con algunos de los constituyentes que formalizaron la Carta Orgánica en el XXXV
Congreso General Emberá-Wounaan (Lajas Blancas, abril 1993) De la dignidad e
ingenio de tan magníficos lazarillos podríamos escribir largo y tendido pero
será suficiente con citar literalmente una frase que nos espetó doña Clelia:
“Los indígenas representamos lo comunitario, que es el enemigo histórico de los
poderosos”.
[3] De niños,
recibimos la primera noticia de Balboa gracias –es un decir- a un libelo de
exaltación de los peores españoles de la Historia de cuyo tenor baste saber que
fue editado en Burgos en el llamado por los franquistas ‘Año de la Victoria’
(1939). Sobre Balboa aprendimos que “encontrándose en lo que hoy es el istmo de
Panamá, observó que los ríos que desembocaban en el Atlántico eran poco
caudalosos, y dedujo que, no muy lejos del interior, debía haber una gran
cordillera. ¿Qué habría al otro lado de ella? Su instinto de explorador le hizo
sospechar que hubiese algún otro mar; y, en cambio, si faltan árboles para
construir embarcaciones, ¿Cómo exploraremos el litoral? Y llegó a la conclusión
de que antes de emprender la excursión era forzoso construir barcos y llevarlos
sobre los hombros a través de la cordillera… con los barcos sobre las costillas
desde el pie de la cordillera de los Andes, aquellos exploradores sufrieron
penalidades tremendas, y al alcanzar la cumbre quedaron enmudecidos ante el
espectáculo que descubrieron sus ojos. Efectivamente, al otro lado estaba el
Mar Austral, el Océano Pacífico” (Cien
figuras españolas (Biografías de españoles célebres), Antonio J. Onieva:
64-65) Para remate, esta sandez nazional-biográfica se ilustraba con un
gigantesco galeón del siglo XVIII –sin arboladura- empujado en un llano por
cientos de hombrecillos.
[4] Oviedo explica la
historieta de las indias rendidas a los Invasores aduciendo razones más
políticas que sentimentales: las indígenas “dicen que son amigas de hombres
valientes… E quieren mas a los gobernadores e capitanes que á otros inferiores,
é se tienen por mas honradas quando alguno de los tales las quieren bien. E si
conoscen á algún chripstiano carnalmente, guárdanle lealtad, si no está mucho
tiempo apartado ó ausente, porque ellas no tienen fin á ser viudas ni casta
religiosas” (cit. en Romoli: 124)
[5] La
siguiente parrafada es una muestra del grado de aceptación popular que tiene
esta invención literaria elevada desde la más improbable posibilidad hasta el
empíreo de la certidumbre histórica: “Este cacique tenía una hija muy joven,
muy bella e inteligente llamada: ANAYANSI, que en indígena significa: LA LLAVE
DE LA FELICIDAD. Como muestra del pacto de amistad entre BALBOA y CARETA, éste
ofreció a su hija ANAYANSI a BALBOA como gesto de compromiso y lealtad
encomendándole a BALBOA le diera buen trato. Era costumbre, entre los indígenas
en casos excepcionales, ofrecer el cacique una hija o alguna otra joven de la
comunidad a huéspedes distinguidos, que hubieran favorecido a la comarca o
comunidad de alguna manera. BALBOA emocionado recibió de verdad y de todo
corazón a ANAYANSI. CARETA, su padre, se quedó sin palabras... porque dudaba si
BALBOA iba a aceptar a su hija. Él y los españoles reconocieron que BALBOA estaba
verdaderamente enamorado de ANAYANSI. Y la trataba como esposa y ambos se
guardaban fidelidad absoluta. Indígenas y españoles les tenían respeto y
admiración. BALBOA, al tratar a ANAYANSI como esposa, trataba también a los
indígenas con aprecio y mansedumbre. Aprendió la lengua indígena y ANAYANSI el
Castellano siendo de gran ayuda para la comunicación… La historia nos enseña que BALBOA descubrió el MAR
DEL SUR; pero BALBOA nos enseña: EL AMOR SIN BARRERAS” (sic; extraído
de internet) Pocas veces hemos encontrado el popularísimo mito de “la princesa
india” expresado con tan gruesos brochazos de retórica rosa… y con tanto
desprecio por la verdad histórica.
[6] Ofrecemos dos
versiones de una de estas infamias en distintos grados de verosimilitud,
literatura y proselitismo. a) En un librito para uso de las izquierdas
latinoamericanas, abunda tanto la tortura como el valor y el amor: “¿De dónde
viene el oro?”, pregunta Vasco Núñez de Balboa al cacique preso. "Del
cielo viene", contesta burlándose el indígena. El español enfurecido
aumenta la tortura... Cemaco, que así es su nombre, resiste un tiempo más pero
al final decide decir el lugar donde queda la mina… Cemaco y los suyos fueron
derrotados. Ahora el cacique está preso, torturado por el oro y pensando en
fugarse... En un descuido de sus guardias, una noche logra escapar y se refugia
en la casa de uno de sus guerreros, desde donde incita a su gente:
"Prepárense para atacar y no cesar de atacar al invasor"… Otros
caciques se suman a Cemaco y mantienen la lucha. El plan es atacar la Antigua…
Una joven cautiva, amante del jefe español tiene su hermano guerrero... Este la
previene del peligro y la alerta a esconderse en el momento del ataque. Ella
cuenta al español lo que sabe... él la convence de atraer a su hermano...
Preso, la tortura se encarga del resto: todos los pormenores del complot y el
nombre de todos los caciques que estarán al frente son confesados... Ajenos a
la menor sospecha de traición, los indígenas son sorprendidos en medio de los
preparativos del combate. El ataque no da tiempo a reaccionar. Todos los
caciques son colgados... Tiempo después los indígenas incendian Santa María y
nuevos caciques se sublevarán: Secativa, Tubanava, Bea, Guaturo, Corobari” (Kintto
Lucas, en Rebeliones Indígenas y Negras en América
Latina; Abya
Yala, Quito, 1992; y 3 ediciones más; disponible en internet, en adelante *,
ver nota previa en Bibliografía)
b)
El mismo episodio pero en su versión académica: “Conociendo cada vez más de
cerca el peligro que implicaban los cristianos, los grupos conocidos como
Cémaco, Abraime, Abanumaque, Abibaiba y Dabaibe se aliaron para atacar la
colonia [Santa María de la Antigua] El plan incluía a Tiquirí (Turuí o Tichirí)
como lugar de encuentro y abastecimiento para el ejército cuna.
Lamentablemente, una india que vivía con Balboa delató a sus congéneres, éste
se adelantó a los nativos, atacó la aldea de Cémaco y envió a Colmenares a
Tiquirí. En este enfrentamiento fueron tomados varios esclavos” (Vargas
Sarmiento: 70)
[7] Una de los
primeros casos que se dieron en el istmo fue durante la expedición de Nicuesa
(en la que hubo seudo-renegados que sobrevivieron gracias a los indígenas; ver infra en texto principal): “En cierto
camino del campo se hallaron algunos un indígena muerto por sus compañeros y ya
pútrido, lo descuartizaron secretamente, y cociendo sus carnes mataron por
entonces el hambre, cual si comieran pavos” (Mártir, cit. en Mena 2003: 46)
[8] El
desprecio por los perros no es patrimonio exclusivo del mundo islámico. Baste
mencionar que el Beato Pío IX -el supuesto propagandista de los dulces
‘piononos’ de la granadina Santa Fé, villa tan ligada a las Yndias-, prohibió
la apertura en Roma de un centro de protección de animales con el pretexto,
tantas veces repetido, de que el Hombre tenía derechos pero no así los
animales. Puesto que este papa ordenó la infalibilidad papal (1870), suponemos
que la Iglesia católica mantiene en vigor semejante doxa. Una versión
ligeramente actualizada reza que los animales no pueden tener derechos porque
no tienen deberes, argumento que ya Herodes había extendido a los menores de
edad.
[9] Perros
famosos fueron también Bruto, lebrel
de Hernando de Soto y Amadís, mastín
de Luis de Rojas, gobernador de Santa Marta, fiera que mereció algunos ripios,
verbi gratia: “El lebrel Amadís, viendo la caza, / Bien como lobo dentro de cabañas, / Unos derriba y otros despedaza / Echándoles de fuera las entrañas” (Juan de
Castellanos, cit. en Bueno: 197) Un episodio perruno sucedido en Venezuela nos
interesa por razones que no vienen al caso: el capitán Alonso Galeas consiguió
sojuzgar a los Mariches y apresar a su cacique Tamanaco. Galeas y su Estado Mayor decidieron
entonces divertirse encerrando a Tamanaco en
un ruedo para que luchase con “un perro de armas de singular braveza”. Tal
‘honor’ correspondió a Amigo
(propiedad del soldado Gonzales de Silva) “ofreciéndole [a Tamanaco] la
libertad y la vida, si con la muerte del perro conseguía salir de la palestra
con victoria”. Armado sólo con un palitroque, el mariche hizo frente a Amigo
hasta que la bestia le “separó del cuerpo la cabeza, sirviéndole las garras de
cuchillo para fatal instrumento del degüello” (José Oviedo y Baños, cit en
Bueno: 198-199)
Los perros de guerra, por su condición
militar de suboficiales o mandos, eran vestidos, adornados y hasta condecorados
lo cual, más allá de la extravagancia, nos resulta muy significativo puesto
que, si seguimos la conocida definición de la naturaleza humana “los hombres
llevan amuletos, los animales no los llevan” (Vercors), entonces la excesiva
humanización de los Leoncicos o Amigos hace resaltar aún más la absoluta
deshumanización de los amerindios.
[10] Olvidamos que Santa María fue precedida por
la fundación de otras ‘ciudades’ en Tierra Firme –por ejemplo, San Sebastián de
Urabá, de vida aún más corta que su más ilustre heredera-, lo cual, tomado al
pie de la letra, disminuiría en Balboa el mérito citadino. Item más, según los
Tule de Caimán Nuevo (Colombia), Cémaco
significa “yo te mato” (Taller de Métodos de Investigación en Historia, Caimán
Nuevo, diciembre 1989, cit. en Vargas: 67) Al parecer, San Sebastián fue un
caso de pésima planificación de los bastimentos embarcados desde La Española pues
“fundado en medio de la selva por Juan de la Cosa y repoblado por Ojeda y su
hueste en la costa oriental del golfo de Urabá, allá por la primavera de 1510,
no pudo sobrevivir más que unos meses ante la hostilidad de los feroces urabaes
y las penalidades sufridas por los “hambrientos de Urabá”, como los llama
Anglería” (Mena 2003: 47)
[11] Comentando la
agricultura de los Cueva, esta autora afirma: “En los tiempos precolombinos las
poblaciones amerindias habían logrado domesticar más de cien especies de
plantas, todas ellas, excepto el camote (batata) y el algodón, desconocidas en
Europa” (Mena: 52) Dejando aparte el término “domesticar”, quizá convenga
añadir que, a) los amerindios del Istmo conocían muchas más plantas, entre
domesticadas y de conocida utilidad (ver Romoli: 156-163); b) el algodón del
Viejo Mundo era distinto y de mucha peor calidad de las especies de Gossypium que se cultivaban en el Nuevo
Mundo; c) no está confirmado que, en 1500, antes de que comenzaran los viajes
al Pacífico insular, el Ipomea batatas
o camote/batata fuera conocido en Europa.
[12] Para un notorio
académico americanista, es Enciso el que está en el origen de la desgracia de
Balboa: “En la vida y en la historia suele acontecer que toda semilla es una
siembra que produce cosecha mucho tiempo después, a no ser que se ponga cuidado
en destruirla. Tal es el caso de Vasco Núñez, que se lanzó a grandes empresas
olvidando que había comenzado su carrera produciendo desasosiego, y que la
víctima de uno de éstos, Fernández de Enciso, estaba en la corte intrigando en
contra suya” (p. 213 en Ballesteros Gaibrois, Manuel. 1989 (1946). Historia de América; Istmo (Pegaso),
Madrid, 707 pp; ISBN 84-7090-213-X) Según Oviedo, también estuvieron en contra
de Balboa “el veedor Joan de Quicedo y el capitán Rodrigo de Colmenares, y las
cartas que contra él escribieron el bachiller Diego del Corral e Gonzalo de
Badajoz, teniente que fué de Diego de Nicuesa, e Luis de Mercado, e Alonso
Pérez de la Rua” (cit., en López: 98)
[13] Sin
embargo, prudentemente, se ha escrito: “Respecto a la insalubridad de aquel
poblado instalado en medio de la selva, las opiniones son tan interesadas y
contradictorias que resulta muy difícil tomar partido por uno u otro bando”
(Mena 2003: 58) Además,
la insalubridad de la Santa María capitalina, ligada como toda morbilidad
seudo-epidémica a la excesiva densidad demográfica, pudo incrementarse por la
presencia de vampiros. Debemos a Oviedo (cit.
en Schneider
y Santos-Burgoa, Sao Paulo, 1994, disponible en internet) una de las
primeras descripciones de los vampiros, hematófagos desconocidos en el Viejo
Mundo, situada precisamente en nuestra área de estudio: “Los murciélagos en España, aun
cuando muerden, no matan ni son venenosos. Pero en Tierra Firme, muchos hombres
han muerto de sus mordidas. En dicha Tierra Firme [en aquel tiempo, Panamá y
costas caribeñas de Colombia y Venezuela] se encuentran muchos murciélagos, que
eran muy peligrosos para los cristianos cuando Vasco Núñez de Balboa y Martín
Fernández de Enciso llegaron allí para emprender la conquista del Darién. Aun
cuando entonces no se conocía, hay un remedio sencillo y eficaz para curar la
mordida del murciélago. En ese entonces algunos cristianos morían y otros caían
gravemente enfermos a causa de ello, pero más tarde los indígenas les enseñaron
cómo tratar la mordida… El remedio para la mordedura consiste en sacar unas
cuantas brasas del fuego, tan calientes como sea posible tolerar, y colocarlas
en la herida. También hay otro remedio: lavar la herida con agua tan caliente
como pueda tolerarse; la sangría entonces se detiene y en breve plazo la herida
se sana”
[14] Concordamos
con este autor en su análisis sobre la importancia de viajar a favor de la
diferencia estacional pero nos extraña que Lucena dé por buena una de las
ramificaciones más fantasiosas de la leyenda de la princesa india, a saber, que
Garavito, pieza acusatoria clave en el proceso a Balboa, traiciona al
Adelantado porque se enamoró de Anayansi (ver Lucena: 122 y antecedentes en
70-72)
[15] Este
paso está más que estudiado. De hecho, incluso hace más de 50 años ya se
recorrió en auto con toda publicidad, aunque se hiciera a un promedio de 3
millas/día para recorrer 186 millas de seudo-carretera selvática. Ver Kip
Ross, “We Drove Panama’s Darien Gap”, pp. 368-389 en National Geographic, marzo 1961. Hoy, con el camino no asfaltado
por completo pero expedito hasta Yaviza, quedan por abrir los aprox. 60 kms.
que median entre Yaviza y Paso de las Letras, el hito en la frontera
panameño-colombiana. Si antes impedir el avance de la fiebre aftosa fue el
motivo oficioso para no abrir el tapón del Darién, hoy lo son el narcotráfico,
el paramilitarismo colombiano, la deforestación y la colonización salvaje. Los
derechos indígenas siguen siendo, hoy como ayer, los menos escuchados.
[16] Tuyra
era una deidad del elusivo pueblo Cueva representada en forma de niño sin manos
y con pies con tres uñas a manera de grifo o ave de rapiña. “Los cristianos no
dudaron de la existencia de Tuyra ni de que él poseyera realmente poderes
sobrenaturales. Lo que no podían admitir era la divinidad de este ser. Así las
cosas, no había sino una explicación posible: Tuyra obviamente era el mismo
Diablo” (Romoli: 136) Así pues y como ocurre a menudo en las ex Yndias, uno de
los principales ríos de la república de Panamá lleva el nombre de un dios
indígena convertido por los invasores en diablo.
[17] Llegan éstas al
fetichista instante del ‘descubrimiento’. Así, para la historia oficial y en el
mejor estilo sherpa Tensing ninguneado por un tal Hillary en la cumbre del Chomolungma (Everest), Balboa prohíbe a su tropa que nadie se
moje en la playa antes que él. Sin embargo, Las Casas cuenta que “el Alonso
Martín [de Don Benito] acertó con el camino más breve… y dice a sus compañeros:
‘Sedme testigos, cómo yo soy el primero que en la mar del Sur entra’”.
[18] Justador
puede traducirse tanto como duelista
–por las justas o torneos- como por tahúr
–por el juego, ajedrez incluido-. Por otra parte, la celebración del V
Centenario del Descubrimiento del Pacífico (2013) y el hecho de que,
por ejemplo, Nicaragua y Panamá denominen a sus monedas oficiales con los
nombres respectivos (córdoba y balboa) de dos ejecutados por Pedrarias, no hace
prever que esta imagen pueda ser matizada en los tiempos que corren y, como
muestra, un adjetivo resaltado en nuestras cursivas: “Es significativo que las
monedas de Panamá y Nicaragua hagan honor a estos mártires” (Mejía: 25) De hecho, existen precedentes como “El síndrome de Pedrarias, libro del nicaragüense Oscar René
Vargas (1999), donde Pedrarias se convierte en arquetipo de la “malévola”
herencia política del país” (López: 97) Ampliando la lista de allegados a los
que ejecutó Pedrarias, a Balboa y Córdoba podría añadírseles San Martín, un su criado (= subalterno) al que ahorcó en
Dominica.
[19] Sobre la obra
de Álvarez Rubiano, se ha escrito que “a
pesar de su buen intento no logra rehabilitar por completo la memoria de uno de
los hombres más duros de la historia de América [Pedrarias], si bien alguna de
sus más afiladas críticas quedan justificadas” (Ballesteros G., op. cit. en
nota nº 12 : 229) Y, dicho sea de paso, Ballesteros G., es de los que creen en
la inaudita longevidad de Pedrarias: llega a las Yndias “ya septuagenario”; en
1526, “como si aún la vida le fuera poca, marcha a gobernar nuevas tierras”; y,
con “más de ochenta años”, ajusticia a Córdoba en Nicaragua (ibid: 213, 215,
216) Además de Álvarez, de Mena García y, quizá, de López León (ver
Bibliografía), otro autor que no copia la imagen del Pedrarias villano es
Gasteazoro Rodrígez, Carlos Manuel. 1977 (1958). “Aproximación a Pedrarias
Dávila”, en Antología de la Ciudad de
Panamá, Panamá, 1977 y en Lotería,
27, febrero 1958 (cit. en Mejía: 15)
[20] La condición
deicida del pueblo hebreo le fue recordada a su ilustre descendiente en algunas
coplas: “Águila castillos y cruz dime de dónde te viene? / El águila es de San
Juan; El castillo, el de Emaús, / Y en cruz pusiste á Jesús, Siendo yo allí
capitán” (Coplas del Provincial, cit. en
López: 111)
Asimismo, “fue llamado hereje en varias
ocasiones, especialmente por el obispo Juan de Quevedo, franciscano que llegó
con la expedición de Pedrarias. Dicho obispo fue el perseguidor de los
conversos en Santa María” (ibid) Por ende, ser seudo-judío está en la raíz de
la pésima imagen de Pedrarias puesto que lo eleva a “arquetipo, donde no solo
representa la imagen del tirano que ajusticia a Balboa, sino que, además, es
“el judío” que ejecuta al “buen cristiano” (ibid: 112)
[21] Al
parecer, el condado fue instituido por Karl V, Kaiser des Heiligen Römischen
Reiches, más conocido en España como “Carlos Quinto” y no como Carlos I cual
sería su verdadero ordinal hispano. Otra curiosidad sobre este condado, esta
vez propia de Wikipedia: “Sábete,
amigo, que tiene un Bercebú en el cuerpo este conde de Puñonrostro, que nos
mete los dedos de su puño en el alma. Barrida está Sevilla y diez leguas a la
redonda de jácaros; no para ladrón en sus contornos. Todos le temen como al
fuego, aunque ya se suena que dejará presto el cargo de Asistente, porque no
tiene condición para verse a cada paso en dimes ni diretes con los señores de
la Audiencia”
(Cervantes, La ilustre fregona, 1613) Y un apunte
para españoles de hoy: el ex director de los diarios ultra-monárquicos ABC
y de La Razón Luis María Ansón, está
casado con Beatriz Balmaseda
Arias-Dávila quien, desde 1987, busca ser condesa de Puñonrostro.
[22] Las comillas denotan inseguridad
pues ¿deberíamos considerarlo yerno? De no llamarle así, no tendría sentido la
expresión ‘a Balboa lo decapitó su suegro’. La historia es como sigue: por
exigencia del obispo Juan de Quevedo y como cláusula del armisticio firmado en
1516 entre Balboa y Pedrarias, el extremeño se casó por poderes con una hija de
Pedrarias, María de Peñalosa, luego casada con
Rodrigo de Contreras. Pero, en los tres años que todavía vivió Balboa,
los esposados nunca llegaron a conocerse. De ahí que sea dudosa esa condición
de yerno.
[23] Entre las
que se encontraban nombres que luego serían tan famosos como Diego de Almagro,
Sebastián de Belalcázar, Bernal Díaz del Castillo, Pascual de Andagoya, Gonzalo
Fernández de Oviedo, Hernando de Soto, Gaspar de Espinosa -el juez que
condenaría a muerte a Balboa y sus amigos-, Francisco Vásquez Coronado, Diego
de la Tobilla, Hernando de Luque, Francisco de Montejo, Rodrigo Enríquez de
Colmenares, Martín Fernández de Enciso y fray Juan de Quevedo, el primer obispo
del nuevo territorio que se pretendía colonizar. Hemos escrito “alrededor” de
2000 personas porque no se sabe el número exacto; Las Casas, que iba en esa
expedición, habla de “mil e doscientos” españoles los que cayeron ‘como una
plaga de langosta’ sobre Santa María.
[24] En
la estela de Oviedo, un caballero inglés harto hispanista califica a Pedrarias
como ‘el tipo más odioso de la conquista’ (Hugh Thomas, El imperio español de Colón a Magallanes, Planeta, Barcelona, 2003,
cit. en Mejía: 15) Sin embargo, la opinión de Aram debe ser tenida en cuenta
puesto que “Aram estudió entre tres y cuatro mil documentos antes de escribir
su libro. De esos manuscritos transcribe 38 en su libro, que tiene 451 páginas.
El prólogo lo escribió el Conde de Puñonrostro, descendiente de Pedrarias… Las
notas ocupan 68 páginas. El libro tiene un buen índice analítico y una extensa
bibliografía. Solo tiene un mapa de Alonso de Santa Cruz de 1545” (Mejía:
16-17)
[25] “La
retórica de la Corona era de compasión hacia los aborígenes americanos, la
culpa de los abusos y crueldades era de sus oficiales [mala traducción de funcionarios]. Los hechos demuestran que
las instrucciones eran que los indígenas debían servir al Rey y a la Colonia.
Las instrucciones políticas y administrativas eran detalladas y precisas,
mientras que la evangelización de los indios no pasaba de ser una idea, que
nunca fue reglamentada” (Aram, cit. en Mejía: 14)
[26] Asimismo,
en las reticencias que Oviedo muestra hacia el obispo del Darién, debió influir
no sólo el papel mediador de Quevedo sino también que éste recibía una paga estatal
13 veces mayor que la suya: 912.000 maravedíes al año -enorme cifra que, según
Las Casas, acrecentaba con la trata de esclavos y también, “por tener su parte
en aquella granjería”, participando en las estafas al Rey (el quinto real
disminuido a migajas) auspiciadas por Pedrarias-. La irresistible ascensión de
Oviedo, de inspector de minas en una colonia de escasos recursos a altísimo
cargo en La Española, no imprimió a su trabajo como historiador ningún aire de
magnanimidad ni de olvido de sus querellas personales –huelga añadir que los
indígenas no entraban en ellas puesto que ‘no eran personas’-.
[27] Discrepamos de
esta autora en dos puntos: a) ni la Edad Media fue tan oscura ni la Modernidad
tan luminosa; a nuestro entender, el Medioevo fue un tiempo pagano y el
Renacimiento, el tiempo en el que comienza una centralización estatal y una
opresión eclesial conseguidas ambas mediante la práctica cotidiana de la
violencia y la siembra sistemática del miedo. b) López interpreta la disputa
Balboa-Pedrarias a través de la historia de las mentalidades pero, como resulta
que esa lucha es preeminentemente de orden moral, el discurso de López lleva
implícita la creencia en que la moral cambia con los tiempos, a lo cual siempre
sigue la aburrida cantinela del
no-se-puede-juzgar-el-pasado-según-la-moral-de-hoy. El ejemplo lascasiano
debería ser suficiente para demostrar que, llevada a su extremo –el genocidio
de los amerindios y las guerras civiles entre invasores-, la moral hispana del
siglo XVI era similar a la de hoy.
[28] El abandono de
Santa María o cambio de estrategia depredadora del Atlántico al Pacífico, fue
una decisión con la que Pedrarias demostró su visión de futuro pues así se
abrieron las puertas del Pirú, lógicamente
desde el Pacífico y, en concreto, desde la nueva ciudad de “Panamá, a donde por
designio de un gobernador bien sagaz, fue trasladada en 1519 la capital del
Reino de Castilla del Oro” (Mena s/f: 387)
Huelga añadir que, en nuestra
opinión, los laureles –todos ellos- nunca deben salir de los fogones porque
sólo valen para aderezar guisos. No obstante, si fuéramos adictos a la
meticulosidad o si consiguiéramos independizarnos de las versiones de los
Cronistas –absurda tarea-, podríamos coronar a Pedrarias con todavía más
laureles. Por ejemplo, podríamos adjudicarle el mérito de haber llevado a las
Yndias a la estupenda nómina de invasores cultos y no tan cultos que figura en
la nota nº 23.
[29] En cuanto a los
cronistas ‘menores’, Mártir de Anglería lo relata con estas palabras: “La casa
de este encontró Vasco llena de nefanda voluptuosidad: halló al hermano del
cacique en traje de mujer, y a otros muchos acicalados y, según testimonio de
los vecinos, dispuestos a usos licenciosos. Entonces mandó echarles los perros,
que destrozaron a unos cuarenta” (Mártir, cit. en Piqueras: 193) Por su parte,
Andagoya afirma que, entre los Cueva, “la sodomía tienen por malo, y vituperan
al que en ella tocaba, y ansí eran limpios de este pecado” (cit. en Romoli:
125)
[30] Se han investigado más las
colonias escocesas que se asentaron brevísimamente en Kuna Yala que la
–supuestamente- vecina Acla. El arqueólogo Mark Horton, excavó desde 1979 el
sitio ‘New Caledonia’, lugarejo adonde llegaron dos partidas de escoceses
quienes derrotaron a los españoles en la “batalla” de Tubacanti para, poco
después, ser definitivamente expulsados. Según el historiador Nat Edwards, la
aventura de 1698-1700 costó la mitad del erario público escocés lo cual originó
la bancarrota y la disolución del parlamento escocés en el de Londres –en 1999,
Escocia recuperó su parlamento autonómico-. De todas estas curiosidades no se
ha derivado ningún adelanto en la excavación de Acla, por lo demás, tarea
probablemente irrelevante y, por tanto, innecesaria.
[31] A efectos de “deuda histórica”,
un término en boga, y por si alguien pudiera estar interesado en esta clase de
cálculos más economicistas o ideológicos que posibles econométricamente
hablando, añadamos que “para los Cueva, el cobre valía mucho más que el oro, ya
que no lo poseían en estado natural… No se puede calcular con precisión el
monto del oro labrado tomado a los indios de Cueva a partir del descubrimiento
del Istmo; pero por los indicios que se tienen, parece ser que debió ser de
casi una tonelada” (Romoli: 154-155)
[32] Cerca del yacimiento
arqueológico llamado Sitio Conde (ca.
siglos VIII y X, estudiado por S. Lothrop en 1937 y saqueado repetidas veces
por su oro), se ha encontrado otro yacimiento no menos importante y no menos
rico en orfebrería: El Caño (circa
900, estudiado en profundidad por Julia Mayo desde 2005), hallazgo que ahora
goza o padece de publicidad mundial. Por ello, puede decirse que,
efectivamente, el istmo tenía condiciones para ser bautizado como ‘Castilla del
Oro’ (ver A. R. Williams, “Panamá. Los guerreros de oro”; pp. 42-57, en National Geographic España, enero 2012)
[33] En un informe de
un Banco con pretensiones asistencialistas, nos llamó la atención la siguiente
frase: “There has not been sufficient time nor a propitious environment for
attaining homogeneous life forms” (pág. 1, en Perafán, Carlos y Nessim, Heli.
2002. Community Consultation. The Case of
Darien, Panama; Inter-American Development Bank, Washington DC, 41
pp.+anexos) Se refiere a que las formas de vida del sur y del norte de América
se han mantenido relativamente distintas gracias al tapón del Darién y, desde
el punto de vista de la conservación de la biodiversidad, no tenemos nada que
objetar. Ahora bien, nos tememos que, consciente o inconscientemente, lo que se
pretende con algunos proyectos de desarrollo auspiciados por las entidades
financieras es que ‘el medio sea propicio para homogeneizar las formas
sociales’ y en esto no podemos estar de acuerdo. Nuestra sospecha se sustenta
en la observación de las políticas de los bancos.
[34] El turismo en las
famosas “islas de San Blas”, entre los Dule, es de sobra conocido. Pero los
tour operators también han llegado al territorio Emberá-Wounaan; un ejemplo
entre docenas: “Del Golfo San Miguel a los indígenas Wounaan. Día 1. Salida del Aeropuerto Albrook por avión hacia La
Palma, capital de Darién, la cual no es accesible por vía terrestre.
Transferencia al Lodge XX por panga y vehículo 4x4. Exploración a pie de la
reserva natural que bordea el Lodge. Allí podremos descubrir un ecosistema con
una flora y fauna de excepcional riqueza y diversidad. Cena y noche en el
Lodge. Día 2. Después del desayuno, paseo en
panga por el Golfo de San Miguel en
búsqueda de sus fortines españoles olvidados y de algunos delfines.
Almuerzo en La Palma y baño en algunas las playas desérticas de la región. En
la tarde, regresaremos a nuestros vehículos 4x4 y nos dirigiremos hacia Puerto
Lara, una comunidad Wounaan cerca de Santa Fé. Transfer en piragua. Instalación en el pueblo. Cena y noche en el Lodge YY o en casa tradicional
Wounaan (en función del número de participantes). Día 3. Compartiremos con los
indígenas Wounaan y aprenderemos de sus tradiciones y cultura. Paseo por el
manglar, a pie o en piragua (dependiendo de la marea), pesca con los Wounaan. En la tarde, nos harán una demonstración de
danzas tradicionales y podremos también admirar su famosa artesanía de chunga
reconocida a nivel internacional (y por esa razón cara). Cena y noche en el
Lodge YY o en casa tradicional Wounaan
(en función del número de participantes). Día 4.
Desayuno con la gente de Puerto Lara y salida en
panga en dirección de La Palma donde tomaremos nuestro vuelo de regreso a la
Ciudad de Panamá” (extraído de internet; nuestras cursivas)
[35] En
uno de los pocos libros editados en España que estudian –es un decir- a los
Tule (cuna) de Colombia, se repite en psitácida
maniera –o sea, como los loros- que “Balboa se aprovechó de las enemistades
entre los distintos pueblos indios, azuzando los unos contra los otros, y
alineándose los españoles provisionalmente con los cunas” (Calvo: 168) Fiel a
la rutina disfrazada como ortodoxia de la “tradición oral de Occidente” antes
mencionada (ver #Pedrarias), Calvo
desconoce Álvarez Rubiano (1944) y, en especial, Torres (1980) y, sobre todo, Romoli
(1987) Ver Calvo Buezas, Tomás.
1990. Indios cunas. La lucha por la
tierra y la identidad; Libertarias/Prodhufi, Madrid; 242 pp., ISBN:
84-87095-72-0. Pero es que, además, el libro de Calvo que, en puridad, debería
haber sido co-firmado por las monjas de Caimán Nuevo (Colombia) pues el grueso
de sus páginas son copia de informes eclesiásticos, en especial los de la
misionera Alcira Orrego (ver Calvo: 55, 57, 74, 98, 119, 130, 166, 179, 211,
212, 218 y 241) Item más, en los pocos párrafos que dedica al tema de este
trabajo, desliza incluso errores de transcripción; por ejemplo, escribe “río
Tuir” por Tuira, adjudicándole gran
importancia a sus “afluentes los ríos Puero y Paya” cuando el Puero es
insignificante y el Paya es Paca
(ibid: 168) Es probable que estos errores provengan de que sus informantes,
colombianas, no dominaran la cartografía panameña sino que dependieran de las
narrativas decimonónicas de cuando el Darién era colombiano; en concreto, es
incluso posible que las monjas hubieran leído las exploraciones que, entre 1876
y 1878, efectuó en el Darién el geógrafo Armand Reclus, libro dónde el menos
conocido de los hermanos Reclus estudia las opciones para abrir un futuro canal
interoceánico. Sea como fuere, en tiempos cibernéticos, estas ligerezas
entorpecen mucho las comprobaciones y las ampliaciones de investigación.
[36] Pese a que,
desde 2004, la Corte Constitucional había estado pendiente de la suerte de esta
zona humanitaria, en 2005 los paramilitares masacraron a cinco adultos y tres niños. Como única
respuesta a la matanza, el entonces presidente Álvaro Uribe acusó a los
habitantes de San José de Apartadó de tener “relación con la guerrilla”. Y pese
a que, en un auto elaborado en julio de 2012, aquella suprema Corte ordenó al
gobierno que tenía un mes para poner en marcha “la presentación oficial de la
retractación frente a las acusaciones realizadas contra la Comunidad”, hasta la
fecha (enero 2013) no ha habido retractación alguna. Al contrario, las masacres
continúan.
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