Con la construcción de la cinta costera que bordeará la
Bahía de Panamá, es oportuno solicitar que se haga justicia a la memoria de
miles de panameños que ofrendaron sus vidas en los comienzos de la época
colonial, cuando aventureros españoles invadieron este territorio, manchando de
sangre nuestra historia.
Cuando termine la construcción de esa obra debe cambiarse
el nombre de la avenida hoy llamada Balboa, por otro que dignifique nuestra
memoria histórica y, la estatua de éste que tanta discusión ocasiona su
reubicación, llevarlo simple y llanamente a un deposito, o sino dejarlo en un
museo y exhibirlo como uno de los “conquistadores” más sangrientos que han
pasado por el Istmo.
Es el momento de pasar de la vergüenza a la dignidad.
Lamentablemente, algunos “próceres” de la patria no midieron la magnitud del
daño que causaban a la historia panameña al querer lavar el rostro de Nuñez de
Balboa, dando a la moneda nacional su nombre y rostro, además de nombrar
avenidas importantes con el mismo, al punto que en los textos de historia se le
da un trato de héroe o descubridor del Mar del Sur.
Todo esto es una falacia, si hay que ubicar a Balboa en
un pedestal es al lado de Hitler, como uno de los rostros genocidas más grandes
habidos en la historia de la humanidad, como el rostro europeo que después de
1492, en menos de un siglo quiso acabar con los pueblos indígenas por
considerarlos inferiores y salvajes, con la bendición de los reyes de España de
la época.
Sólo citemos dos fuentes históricas que sustentan nuestro
escrito. En 1892 se publicó en Madrid el libro titulado “La Ilustración
española y Americana” (Año XXXVI, Número XLVI) de varios autores y en el capítulo
dedicado a este conquistador, destaca que, “el
descubridor de lo que pudo llamarse Nuevo Mundo, según ha dicho el Sr. Fernández
Duro, fue Vasco Nuñez de Balboa, el más desgraciado de aquellos grandes
aventureros extremeños a quien su paisano frey Nicolas de Ovando, enseñó el
camino de la gloria, de la fortuna…o de la muerte. Llegó con una expedición de ciento
noventa hombres, entre ellos Francisco Pizarro, además de una traílla de perros
de presa en que era capitán el famoso Leoncico, inseparable compañero de
Balboa, tan maestros en acometer a los indios y derribarlos, que éstos los
temían tanto como a los caballos, por lo cual gozaban tales perros su media
ración de soldado y su parte de botín de guerra”.
Lo que faltó decir en ese
escrito es que sin remordimientos entrenaba sus mastines para devorar niños indígenas, y
que a la vez igual mantuvo férrea disputa entre sus aliados y coterráneos como Pedrarias,
quién al final lo traicionó y condujo al patíbulo donde un verdugo lo decapitó
y su cabeza estuvo expuesta por varios días, en un lugar de lo que se conoce
hoy como Kuna Yala, donde nadie le hace pleitesía ni se acuerda del sitio
exacto.
Más
recientemente, el Dr. Carlos Iván Zuñiga, abogado e intelectual panameño en un
artículo publicado en La Prensa (“La corrupción, Balboa y Leoncico”, 16 de
marzo de 2002), decía; “La corrupción no nació por
generación espontánea en las sociedades. Responde a una incubación de siglos, y
en el ADN de la sangre vieja de la humanidad encontraremos los tipos que la perennizan. El
acerto se corrobora con sólo pensar que el primer caso de corrupción en Panamá
lo protagonizó Vasco Núñez de Balboa; así lo recordaba el maestro Indalecio
Rodríguez al dialogar con la comisión. Balboa , decía Rodríguez, tenía a su
perro Leoncico con una mesada de muchos maravedíes, porque tenía el olfato de
distinguir en los combates al indio rebelde del indio manso”.
Hay que recordar que a la llegada de los europeos a Abya
Yala (América en kuna), existían
unos 70 millones de indígenas, cien años después solo podía contarse con cerca
de cuatro millones, por lo que se tuvo que traer de África millones de esclavos
para sustituir la mano de obra indígena.
De esta manera, los panameños no deberíamos de sufrir amnesia
y, en honor a la verdad darle a la nueva cinta costera y avenida el nombre de
Urracá o Victoriano Lorenzo u otro héroe nativo (a), y como bien dijera el
poeta kuna Aristeides Turpana, No más (v)Asco Nuñez de Balboa.
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