Insertos en un mundo de diversidad cultural, la occidental también invade nuestras vidas y sentimientos cuando llegan a deshojar los últimos días del calendario de cada año gregoriano y abundan los mensajes virtuales llenas de bondades y los mejores deseos para el próximo año.
Para algunos, el paso de un año a otro será como el agua de los ríos que nunca se sabe si es la misma o no es más que la lluvia de gotas arrancadas a rocíos de amaneceres eternos, o simplemente lagrimas de millones de niños, cargando a cuestas el hambre y la guerra jamás han de saber que hubo navidad ni año nuevo.
Muchas de nuestras comunidades que poco o nada de roce tienen con el mundo de excentricidades materiales seguirán celebrando sus navidades y años nuevos cada vez que haya luna nueva o sus parcelas tengan abundancia mejor que lunas atrás, y no lo celebrarán con fuegos artificiales ni regalos extravagantes, simplemente se arrodillarán ante la Madre Naturaleza y pedirán salud para los suyos y demás seres vivos que nunca conocieron.
Que al nuevo año no sólo le de bienvenida negros nubarrones, esperamos que traiga también lluvias que pueda alimentar las áridas mentes de los señores de las guerras, que su único fin es evitar el descalabro de un sistema ya carcomido y que solo puede salvar su imperio teniendo de soporte a lingotes de oro, barriles de petróleo y billetes que cada día deforestan más nuestro planeta.
Sin embargo, dicen voces anónimas, hay que pedir algún deseo, que ojala no quede en pesadilla ni caiga en oídos sordos, un deseo indígena que se convierta en liberación y convivio pacifico con el resto de la humanidad, que no haya desgracias causadas por las manos del hombre, no más matanzas selectivas como de nuestros hermanos en Colombia y otros países, menos como la de los niños de Acteal, que fue un diciembre años atrás, en vez de regalos ofrendaron sus vidas.
Ya nublado de vista y mente, dolido de tantas desgracias, manteniendo sin embargo el espíritu firme y en alto, decimos que para el mundo indígena hay un amanecer y futuro esperanzador, nuestra lucha nunca será en vano y sólo desaparecerá cuando el abuelo sol cierre sus ojos para siempre.
Un fuerte abrazo a todos los hermanos y hermanas,
(Fotos: Arriba, niña Ngobe; Abajo: Nasis y Saidili)
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